Por qué los alemanes temen a Putin
Conscientes de su dependencia energética y el trauma que genera una pugna entre potencias, han acuñado la expresión 'Zeitenwende' para definir el cambio de era que ha supuesto la invasión
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Iniciar sesiónEl Bundestag ha decidido esta semana «acelerar el envío de armas pesadas alemanas a Ucrania» con palmaria resolución: 586 votos a favor, 100 en contra y 7 abstenciones. El asesor presidencial ucraniano Mykhailo Podoliak celebró en Twitter esa «unidad impresionante» y «uno de los últimos ... clavos en el ataúd del cabildeo de Putin en Europa». La aplastante mayoría hizo parecer que el canciller socialdemócrata Olaf Scholz era casi el único en Alemania que alberga dudas sobre el envío de armas , pero una encuesta publicada por Infratest Dimap en la jornada de la votación reveló que no existe tal acuerdo masivo: el 45% de los alemanes está a favor y el 45% en contra. El restante 10% no lo tiene claro. Solo se encuentran defensores mayoritarios entre los votantes del Partido Liberal (70,25 %) y los Verdes (67,25%). En la conservadora CDU (53%) y el SPD (45,46%) el voto se divide y entre los votantes de Alternativa para Alemania (AfD) solo el 12,84% defiende el envío de armas. Las reticencias de los alemanes se basan en múltiples factores, pero todos ellos se asientan en el pesimismo y el miedo. Más de la mitad (54%) asume que pronto no podrá mantener su nivel de vida por el aumento de los precios (7,8% en abril) y el 40% ha pospuesto ya compras o proyectos. Pero, ¿qué es lo que temen los alemanes? ¿Por qué le tienen tanto miedo a Putin?
Para empezar, no se trata solamente de un miedo estadístico anónimo. Celebridades como la feminista Alice Schwarzer, el escritor Martin Walser y la periodista científica Ranga Yogeshwar han pedido en una carta abierta a Scholz que no entregue esas armas, alegando que «Putin ha violado el derecho internacional, pero esto no justifica aceptar el riesgo de que esta guerra se convierta en un conflicto nuclear». «No se le debe dar ninguna razón para extender la guerra a la OTAN», insiste la misiva. Hablan de un riesgo tangible y defienden la paz alemana a cualquier precio, una parálisis timorata que, por otra parte, no es nueva en la sociedad alemana.
Precisamente se cumplen ahora 25 años del histórico 'Ruck Rede' de Roman Herzog, con el que se inauguró la tradición del Discurso de Berlín, que cada primavera encarga la capital a una personalidad destacada para que sitúe un espejo lo más esclarecedor posible ante los berlineses. Herzog, redactor de la Carta Europea de los Derechos Fundamentales, diagnosticó una «depresión mental» a una Alemania «congelada» . Llamó a un «impulso para la renovación, la voluntad de asumir riesgos, de dejar los caminos trillados, de atreverse a cosas nuevas». En general, dijo, «no hay problema de conocimiento, sino de implementación», y acuñó la máxima «una sacudida debe pasar por Alemania».
Este discurso de agitación tuvo su efecto e impulsó la 'Agenda 2010' de Gerhard Schröder, que desancló varias vigas del sistema de bienestar y dotó a Alemania de cimientos para resistir los temblores de las dos o tres últimas crisis. Pero apenas salió de la Cancillería, Putin fichó a Schröder para su sector energético y desde entonces ha estado trabajando para que la próspera Alemania se deje la friolera de entre 150 y 200 millones de euros diarios en facturas energéticas rusas. A escala europea, financiamos la guerra de Putin en Ucrania con hasta 22.000 millones mensuales por ese mismo concepto y esa dependencia de suministro energético es otro de los evidentes motivos por los que los alemanes son reticentes a desairar al iracundo Putin. 'Der Spiegel' ha bromeado sobre «el miedo de los alemanes a la ducha fría» , pero el Instituto Leibniz de Investigación Económica ha calculado los puestos de trabajo que desaparecerán si Putin cierra el grifo del gas: un 6,1% del empleo, 2,8 millones de parados que, desglosado el estudio por sectores económicos y Bundesländer, tienen casi nombre y apellido.
Otro presidente alemán, Joachim Gauck, inauguró en 2014 la 50ª Conferencia de Seguridad de Múnich con una ristra de críticas disfrazadas de preguntas. Inquirió por qué el país tenía más influencia internacional como fuente de prosperidad económica, avance tecnológico, incluso bienestar animal, que como agente geopolítico. Un gigante económico pero un enano geoestratégico. Y pidió que la República Federal se involucrase internacionalmente «antes, de manera más decisiva y más sustancial». Indirectamente, se estaba refiriendo al «desinterés amistoso» con el que otro presidente federal, Horst Köhler, describió la relación entre los alemanes y sus fuerzas armadas. El último gobierno Merkel rechazó una petición del ejército de compra de unos míseros drones, un año antes de las elecciones, alegando que el asunto «no había sido lo suficientemente debatido en la esfera pública».
Como consecuencia de décadas de esa misma política, «hay que pensar en los niveles de las tropas, con alrededor de 200.000 soldados la Bundeswehr es demasiado pequeña, ¿qué papel podría jugar? ¿A dónde va a ir así Alemania?», se pregunta el presidente de la Asociación de Veteranos, Patrick Sensburg.
Un ejército 'desnudo'
En una intervención parlamentaria, el pasado invierno, se mencionó incluso que los soldados destinados a Lituania carecían de ropa interior adecuada. Y el día que comenzó la invasión rusa de Ucrania, el general Alfons Mais lamentó en las redes sociales: «En mis 41 años de servicio nunca hubiera creído que tendría que vivir esto. Y la Bundeswehr, el ejército que tengo que liderar, está más o menos desnudo». Scholz ha lanzado un presupuesto de 100.000 millones para equipar a toda prisa al ejército, pero no lo logrará de un día para otro. El canciller ha justificado la tardanza en enviar armas a Ucrania en el desabastecimiento nacional que impediría cumplir los propios compromisos con la OTAN. Alemania se sabe indefensa por sus propios medios ante una amenaza militar rusa que, en un país en el que 7 millones de habitantes hablan ruso, no resulta una idea tan descabellada.
En lo que respecta al debate público, por cierto, hay una pregunta en el subconsciente colectivo: ¿qué diría Willy Brandt? Este se las veía con una Unión Soviética interesada en confirmar las fronteras europeas, mientras que sus nietos se las ven con una Rusia que busca la expansión de las suyas. Los alemanes, además, conservan memoria muscular dolorosa sobre lo que supone ser el territorio en el que se libra una guerra entre dos potencias que añaden a su título la categoría de 'nuclear'. Berlín sigue siendo la ciudad del Muro. Y nadie se pregunta si fue un error trasladar la capital de Bonn a Berlín porque sería lo mismo que preguntarse si fue un error dejar caer el Muro.
Alemania tiene interiorizada la necesidad de mantener relaciones amistosas tanto con Washington como con Moscú. Cuando Donald Trump comenzó a hacer de las suyas, el gobierno Merkel lo consideró una «anomalía» e intensificó sus esfuerzos diplomáticos por mantener abiertas a nivel inferior las puertas que la Casa Blanca cerraba. «Los presidentes pasan, las relaciones bilaterales permanecen», resumió en su día el ministro de Exteriores Heiko Maas. El autoritarismo y expansionismo de Putin también ha sido considerados en cierta forma una anomalía ilusoriamente pasajera, un fallo de cálculo de inescrutables consecuencias. Y como siempre que se enfrentan a un nuevo fenómeno, los alemanes le ponen nombre y lo analizan hasta la saciedad, empleando en el análisis un tiempo valioso que pierden en la acción. En este caso, el término acuñado es 'Zeitenwende' (cambio de era). Sugiere que todo será diferente a partir de la invasión de Ucrania, aunque no sabemos exactamente en qué, y remite de forma inconsciente a la quinta regla de los Ejercicios de San Ignacio que estudiaron generaciones de alemanes: en tiempo de tribulación, no hacer mudanza.
Algunos síntomas del 'Zeitenwende' son evidentes : los niños de primaria que antes coloreaban identidades de género pintan ahora palomas de la paz; los adolescentes que se manifestaban con Greta Thunberg han pasado a lucir banderas de Ucrania; cuando Scholz anunció en el parlamento un aumento sin precedentes del gasto militar, 100.000 millones solo este año, la bancada ecopacifista aplaudió en pie; los ministros verdes, de hecho, están tomando medidas como subvencionar los combustibles fósiles para abaratar su precio al consumidor, prolongar la vida de centrales de carbón o prohibir el uso de suelos agrícolas para la fabricación de biocombustibles, con el fin de preservar la producción nacional de alimentos. Es como si Alemania hubiese votado el 26 de septiembre un gobierno bastante más a la derecha que el de la canciller Merkel, sospechosa ahora por su política energética de connivencia con Putin. Inmerso en semejante 'Zeitenwende', el gobierno debería explicar hacia dónde se dirige ahora el país. Y la falta de esa explicación vuelve a los alemanes todavía más desconfiados.
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