«Esto es peor que la II Guerra Mundial, porque ahora nos matamos entre ucranianos»

El bastión insurgente al este de Ucrania cumple una semana cercado por el Ejército y recibió con escepticismo la petición del presidente de Rusia, Vladimir Putin, de retrasar el referéndum de autodeterminación previsto para el domingo . «Lo discutiremos mañana (por hoy) en asamblea popular», declaró el líder de la RPD, Denis Pushilin, a la agencia Reuters. Una discusión en la que pesarán las víctimas de la defensa de Slaviansk y del edificio de los sindicatos de Odesa atacado por nacionalistas ucranianos. Dos gotas que han colmado el vaso de la paciencia de los vecinos que hablan abiertamente de guerra civil.

Ludmila tiene los ojos llorosos. Esta anciana de 78 años no conoce en persona a ninguno de los muertos, pero piensa que «esto es aún peor que la II Guerra Mundial. Entonces nos atacaron los alemanes, hoy son los propios ucranianos los que vienen a matarnos. Ucranianos contra ucranianos». Pese a las noticias de los medios vinculados a Kiev sobre apertura de corredores humanitarios para la salida de civiles, en Slaviansk permanece la mayor parte de la población y se notan los efectos del cerco. No hay casi leche ni derivados lácteos y el pan se agota en pocas horas en las tiendas de la ciudad. Los cajeros automáticos se han quedado sin dinero y los rumores pesan como losas en la cabeza de los ciudadanos.

Uno de los más extendidos es el que apunta al envenenamiento del agua por parte del Ejército y la Guardia Nacional, el cuerpo recién creado a base de voluntarios que tomaron parte en las protestas de la plaza de la Independencia de Kiev que acabaron con el presidente Víctor Yanukovich . Otro asegura que en las colinas cercanas se han desplegado lanzamisiles Grad que caerán durante la celebración mañana del Día de la Victoria (9 de mayo), fecha que conmemora la victoria del Ejército Rojo y los Aliados contra la Alemania de Hítler. El miedo, la incomunicación y la propaganda mediática hacen que el boca a boca convierta en verdades irrefutables rumores de todo tipo.

Las conversaciones con los vecinos apelan de forma constante a la II Guerra Mundial. La herida de la gran guerra no ha cicatrizado en esta parte del país y los vecinos miran a la vecina Rusia como «la única salvación, tienen que enviar tropas antes de que estos nazis de Kiev, apoyados por la OTAN, acaben con todos nosotros», piensa Sergei, conocido de Anatoli Kuruchkin, camionero fallecido en un tiroteo el lunes, cuyos restos descansan en el patio de la iglesia junto a los de otro civil y un miliciano.

Al finalizar la oración repican las campanas y los paramilitares, bien uniformados y con la cinta de San Jorge como único distintivo, llevan la caja de su compañero. Las familias hacen lo propio con los suyos. Introducen los ataúdes en minibuses y salen hacia el cementerio de la ciudad. «Esperemos que sean los últimos, pero nunca se sabe», declaran los líderes del Partido Comunista local –la formación más importante en la ciudad junto al Partido de las Regiones de Yanukovich– a los vecinos intentando calmar los ánimos. Pero ni estas palabras, ni la noticia de que Kiev ha liberado a Pavel Gubarev, líder separatista encarcelado cuando comenzaron los problemas en Donetsk a comienzos del abril, son suficientes tras el funeral. Nada más despedir a los cuerpos la oración se convierte en protesta y la gente grita «¡Vergüenza EE.UU, vergüenza Kiev!»