El secuestro de menores como arma en la selva africana

En sus más de dos décadas de enloquecida lucha por «una Uganda gobernada bajo los Diez Mandamientos (de la Biblia)», el LRA ha asesinado en la región de los Grandes Lagos a cerca de 10.000 civiles. El halo de misticismo que envuelve la figura de Kony al igual que ocurre con los nigerianos de Boko Haram, es la principal arma utilizada por la milicia para expandir su legado de terror.

En esos veinte años, el enloquecido Kony apenas ha concedido un par de entrevistas. Prefiere que sean sus víctimas —a quienes suele cercenar las orejas y los labios— los que hablen de sus horrores. Sobre todo desde que, hace una década, el conflicto se trasladó desde Uganda al cruce de caminos entre República Democrática del Congo, Sudán del Sur y República Centroafricana.

«Durante nuestros encuentros siempre se comportaba de forma correcta. Le hacíamos preguntas y contestaba de forma cortés. Un ser humano como otro cualquiera. Quizá sea éste uno de los mayores dramas», aseguraba recientemente a este diario John Baptist Odama, arzobispo de Gulu y mediador entre el grupo guerrillero y los gobiernos locales.

Los intentos para contener su furia siempre resultaron infructuosos. En 2005, solo unos meses después de que el Tribunal Penal Internacional dictara una orden de arresto contra Kony, La ONU envió a seis miembros de las Fuerzas Especiales guatemaltecas para «neutralizarlo». Ninguno de ellos sobrevivió.

Tanto para el LRAcomo para Boko Haram la geografía se ha convertido en la perfecta aliada de sus crímenes y secuestros.