ANÁLISIS
Las elecciones de Tailandia agravan la división social entre «rojos» y «amarillos»
El boicot de la oposición al forzar el cierre de numerosos colegios impedirá la formación de un nuevo Gobierno
PABLO M. DÍEZ
Entre protestas y enfrentamientos aislados, Tailandia celebró ayer unas elecciones generales que, lejos de acabar con su larga crisis política, la agravarán aún más. Aunque no hubo un baño de sangre como se temía tras los violentos disturbios del sábado, los seguidores de la oposición ... cumplieron su promesa de boicotear estos comicios convocados por el Gobierno y lograron cerrar numerosos colegios electorales en Bangkok y el sur del país.
Según la Comisión Electoral, el 18 por ciento de los 48 millones de votantes no pudo depositar su papeleta en 13 de las 33 circunscripciones de la capital y en 37 de las 56 del sur. En el centro y el norte, bastiones del partido del Gobierno, la jornada se desarrolló con normalidad, pero no parece suficiente para ocupar todos los escaños del Parlamento, que necesita el 95 por ciento de sus diputados para abrir sus sesiones y nombrar a un primer ministro.
De todas maneras, los resultados aún tardarán semanas, o incluso meses, en conocerse porque los partidarios de la oposición también impidieron registrarse a los candidatos de 28 circunscripciones y 440.000 personas no pudieron votar en la jornada anticipada del 26 de enero, que tendrá que celebrarse el 23 de febrero.
Con estas elecciones, la primera ministra Yunglick Shinawatra pretendía desactivar las protestas de los «camisas amarillas» orquestadas desde noviembre por el Partido Demócrata, apoyado por la élite empresarial y la clase media urbana leal al enfermo rey Bhumibol. Pero Tailandia, el «país de la sonrisa» , puede quedar sumido en un limbo político por la falta de quórum del Parlamento para formar Gobierno.
Riesgo de golpe de Estado
A la promesa del líder opositor, Suthep Thaugsuban, de llevar los comicios al Tribunal Constitucional para que los declare nulos, como hizo en el pasado, se suma la amenaza de un golpe de Estado del Ejército, que desde 1932 ha protagonizado una veintena de asonadas. Así ocurrió en septiembre de 2006 , cuando un pronunciamiento militar incruento derribó del Gobierno a Thaksin Shinawatra, hermano de la actual primera ministra. Aunque Thaksin se encuentra en el exilio desde 2008, cuando fue condenado por corrupción, sus enemigos aseguran que sigue moviendo los hilos del Ejecutivo que dirige su hermana. De hecho, lo que ha desatado estas últimas propuestas ha sido su propuesta de amnistía política, que permitiría su regreso.
Nacido en 1949 en Chiang Mai, Thaksin Shinawatra fue policía antes de amasar con las telecomunicaciones una de las mayores fortunas de Tailandia, que le permitió adquirir el club de fútbol inglés Manchester City. Comprando también los votos a los campesinos, a los que entregaba dinero en sus campañas, fue primer ministro desde 2001 hasta 2006, cuando los militares dieron un golpe apoyados por las clases medias y altas urbanas.
A Thaksin se le critica la guerra sucia contra los narcotraficantes del Triángulo Dorado (2.275 ejecutados en tres meses) y la violación de derechos en la lucha contra la insurgencia musulmana en el sur. Pero también se le reconocen la sanidad pública gratuita y los créditos a las rentas bajas. Condenado por corrupción, lidera desde el exilio el movimiento de los «camisas rojas» pese a que los tribunales le confiscaron la mitad de sus 2.300 millones de dólares.
La alargada sombra de Thaksin
Desde la caída del populista Thaksin, Tailandia está atrapada en un bucle de manifestaciones de uno u otro color. Apoyado por los «camisas rojas», en su mayoría campesinos procedentes de las pobres zonas rurales, sus diferentes partidos han ganado todas las elecciones desde 2001. Pero la oposición «amarilla», que ha tomado el color del venerado rey Bhumibol , le acusa de comprar los votos y se moviliza de forma masiva en las calles, como ahora y en 2008, para cambiar el mismo resultado que sale cada vez de las urnas: la victoria de los «rojos».
Desde su refugio en Dubái, el exmagnate Thaksin cuenta con el respaldo de los «camisas rojas» que forman la masa campesina y las clases bajas de Tailandia. Como sus partidos vienen ganando por mayoría todas las elecciones celebradas desde 2001, la oposición quiere instaurar un «consejo popular» que reforme el sistema.
Con el país dividido entre «rojos» y «amarillos», Tailandia se despeña hacia un vacío de poder que se resolverá mediante un nuevo golpe militar o la anulación de las elecciones en los tribunales. O con otra sangrienta revuelta como la que se cobró casi un centenar de vidas hace cuatro años .
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