A las barricadas con «cócteles Budatov»
Neumáticos quemados, carreras para evitar a los francotiradores, tiendas destrozadas, jóvenes desclasados con medallas de Buda lanzando bengalas. Así es la guerrilla urbana que siembra el caos en el centro de Bangkok
Aunque parezca una incongruencia por los principios pacifistas del iluminado Siddharta, los «camisas rojas» que se manifiestan estos días en Bangkok van a las barricadas con una medalla de Buda colgando del cuello y un «cóctel Molotov» en la mano. O, mejor dicho, un «cóctel ... Budatov», ya que los tailandeses han adaptado a su particular filosofía oriental dicha bomba incendiaria, cuya gasolina prenden con una varita de incienso como las que se emplean para hacer ofrendas en los templos budistas.
Por sexto día consecutivo, volvieron a repetirse los enfrentamientos entre el Ejército y los manifestantes que presionan al Gobierno para que adelante las elecciones, quienes disparan contra el Ejército bengalas explosivas y piedras lanzadas con tirachinas atrincherados tras barricadas formadas por pilas de neumáticos.
A toda velocidad, una furgoneta «pick-up» cargada de ruedas viejas traídas de Dios sabe dónde avanza por el «soi» (callejón) hasta la céntrica avenida Rama IV, que los «camisas rojas» han cortado en la comunidad de Bon Kai. De inmediato, un enjambre de jóvenes que ocultan sus rostros con mascarillas, pañuelos y gorras descargan los neumáticos para seguir levantando la barrera. Lo hacen agachados y casi tan rápido como la furgoneta vuelve a salir de la calle chirriando las ruedas y estando a punto de atropellar a la multitud allí congregada, que corea a grito limpio sus frenéticos movimientos ondeando la bandera roja, blanca y azul de Tailandia.
Con estas nerviosas carreras pretenden zafarse de los francotiradores del Ejército apostados en los andamios de los vecinos rascacielos en construcción, cuyos impactos de bala han acribillado los muros de los comercios, todos quemados y con las lunas hechas añicos.
En medio de la columna de humo que asciende de los neumáticos quemados, Thamrong Saikpapor lanza una bengala cuyo estruendo estalla al otro lado de la avenida, donde los militares han tomado posiciones. «¿Qué por qué no me gusta el primer ministro Abhisit Vejjajiva? La respuesta es sencilla: mira a tu alrededor», replica extendiendo su mano y mostrando la batalla campal que ha sembrado el caos en el centro de la ciudad. «Antes me gustaba Thaksin, pero ya no estamos luchando por él, sino por la democracia», afirma este joven nacido hace 33 años en el noroeste de Tailandia – el bastión electoral del exiliado ex primer ministro – que se vino a Bangkok para huir de la pobreza. Vendiendo «noodles» (tallarines) con un carrito ambulante por la avenida Wireless, cada mes se saca unos 4.000 bahts (100 euros). Un mísero salario que le convierte en uno de los desclasados por la causa del populista Thaksin Shinawatra, depuesto en 2006 en un golpe de Estado militar apoyado por las élites y las clases medias urbanas.
«En realidad, yo prefiero a Abhisit, el primer ministro actual, pero he venido para ver el ambiente», confiesa en voz baja Sayam Ken, un contable de 40 años que se siente al margen de la inestabilidad política pese a que su empresa se ha visto obligada a cerrar desde que estallaran los disturbios el pasado jueves.
Dando órdenes y lanzado arengas con un megáfono, un cabecilla anima a seguir luchando a los manifestantes, en su mayoría jóvenes escuálidos tocados con «piercings» y pendientes y con los pelos de punta que proceden de las clases más bajas.
«Les traigo comida porque son los héroes de nuestro país», proclama orgullosa Siripong Namthip, una mujer de 40 años que trabaja en una empresa de importación-exportación tras desafiar los cordones policiales para plantarse en la barricada con tarteras de arroz. Al menos, ella no trae ningún «cóctel Budatov», sino víveres para los guerreros de la democracia tailandesa.
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