La vida en El Pardo: el epicentro del franquismo que no es 'Lugar de Memoria Democrática'

Desde su Palacio, Franco dirigió España con mano de hierro durante 36 años, pero el Gobierno no le da el mismo trato a su residencia habitual que al Pazo de Meirás

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Una imagen de Franco, sobre otra del Palacio de El Pardo en 1960 ABC

El mismo día que se produjo el golpe de Estado de 1936, Manuel Azaña paseaba tranquilamente por los rosales de la Quinta, un edificio ubicado en El Pardo que, dos meses antes, había convertido en su residencia. El jefe de su escolta tuvo que ... sacarlo de allí corriendo, pues los oficiales del Regimiento de Ingenieros allí acuartelados se pusieron al servicio de Franco. Un año después, el presidente republicano todavía soñaba con volver, tal y como le comentó al comunista Juan Negrín: «Cuando gane usted la guerra, me permitirá que deje de ser presidente a cambio de que me nombre para el cargo que más me gusta, el de guarda mayor y conservador perpetuo de El Pardo. Sin retribución alguna ni otra recompensa que el derecho a vivir en cualquiera de sus casas».

Aquello nunca ocurrió, como es sabido. De hecho, cuando Azaña murió camino del exilio en la pequeña ciudad francesa de Montauban en noviembre de 1940, el nuevo dictador ya se había instalado en el Palacio de El Pardo. Nada más ganar la guerra, Franco le pidió a su arquitecto de cabecera, Diego Méndez, el mismo que proyectó después el Valle de los Caídos, que hiciera rápidamente las reformas necesarias para devolverle su esplendor y convertirlo no solo en su vivienda, sino en el centro neurálgico de su régimen.

Desde el Palacio, Franco dirigió el país con mano de hierro durante tres décadas y media, a pesar de lo cual el Gobierno de Pedro Sánchez ha decidido no declararlo 'Lugar de Memoria Democrática' como ocurrió con el Pazo de Meirás el martes. ¿Por qué el pazo sí y el palacio no? Es difícil encontrar una lógica en el marco de la Ley de Memoria Democrática de 2022, cuyo objetivo es identificar los edificios o monumentos históricos con pasado franquista, sobre todo, a juzgar por los argumentos publicados en el Boletín Oficial del Estado: «De 1938 a 1975, fue sede estival de la jefatura del Estado, símbolo referencial de la dictadura, centro de poder y, al mismo tiempo, expresión de la rapiña de su nuevo propietario».

De hecho, en marzo del año pasado, el Gobierno retiró los escudos franquistas del recinto, incluido el que se encontraba en la valla de la entrada principal, según confirmaron a Europa Press fuentes de Patrimonio Nacional. Eran las últimas reminiscencias de la casa en la que el Caudillo residió de manera permanente y en la que celebró sus Consejos de Ministros, a diferencia del Pazo de Meirás, un viejo caserón construido por Emilia Pardo Bazán en 1893, en el municipio de Sada (La Coruña), donde este tipo de reuniones eran anecdóticas y puntuales.

«El Palacio de El Pardo no solo fue la casa de Franco, también la principal sede de la dictadura, centro neurálgico de la administración del Estado durante el régimen. Según Ramón Serrano Suñer [ministro de la Gobernación], Carmen Polo [esposa del mandatario] prefería el Palacio de Oriente, pero el círculo cercano del dictador le sugirió que era demasiado ostentoso y que El Pardo le alejaría de esa imagen de emperador», explica a ABC el hispanista Giles Tremlett, que acaba de publicar en España 'Franco, el dictador que moldeó un país' (Debate).

El Goloso

Cuando cruzó por primera vez el umbral del Palacio el 15 de marzo de 1940, el autoproclamado jefe de Estado situó su dormitorio en el rincón más recóndito del edificio, en el extremo opuesto de los impresionantes jardines que lo rodean. Sabía que la nueva sede reunía las condiciones necesarias para defenderse en caso de sublevación comunista, puesto que estaba rodeada de acuartelamientos. De haberlo necesitado, los tanques de la Brigada Acorazada de El Goloso, una de las más fuertes de España, habrían llegado a su despacho en diez minutos .

Además, no solo disponía del Palacio, también de todo el monte de El Pardo, un inmenso territorio de 15.700 hectáreas de bosque mediterráneo –cincuenta veces el tamaño del Central Park de Nueva York–, con sus 4.000 gamos, 3.600 ciervos y 500 jabalíes, así como otros cuarteles y palacios. Sin embargo, no hay que olvidar que su historia comenzó seis siglos antes, cuando el Rey Enrique III de Castilla eligió la dehesa como coto de caza y construyó en ella un primer caserón sin muros. Los sucesivos monarcas españoles (Carlos I, Felipe II, Felipe V…) añadieron edificios y delimitaron su terreno para uso exclusivo de la Familia Real, hasta que Fernando VI regularizó la propiedad en favor de la Corona.

En torno al Palacio, Franco fue creando la moderna villa de El Pardo, un enclave hermético y custodiado día y noche por un enorme contingente de militares y policías, a los que se sumaron las familias de estos y los empleados de Patrimonio hasta alcanzar un censo de 3.500 personas. El dictador construyó viviendas para todos ellos, y para su protección personal, creó un cuerpo de mil hombres, entre guardias civiles, soldados moros y excombatientes falangistas de su confianza. «Rodeado por una corte de aduladores, aislado del mundo real, vivió al amparo de El Pardo durante 35 años, salvo breves visitas a las provincias, tres viajes al extranjero para encontrarse con Hitler, Mussolini y Salazar, y las largas vacaciones que observaba con entusiasmo», aseguraba Paul Preston en 'Franco: Caudillo de España' (1993).

Hasta la agonía

«Cuando pienso en lo que representa el Palacio, me acuerdo de los últimos años del franquismo, en los que se creó un grupo inmovilista alrededor del dictador, formado por algunos familiares, como su primo Francisco Franco Salgado-Araujo, antiguos ministros y amigos de la juventud, que se resistía a los cambios que se vislumbraban. Esa es para mí la imagen más dramática, la de la vuelta al pasado más duro del régimen», explica Tremlett. 'Times' lo llamó «el grupo de El Pardo» y lo describió entonces: «Tiene gran influencia y sus miembros mantienen una rotunda oposición al almirante Carrero Blanco, aunque sea tan conservador como ellos, y al grupo ligeramente evolucionista que el nuevo presidente ha incorporado al Gobierno».

Franco solo abandonó aquel edificio el 9 de noviembre de 1975, agonizando y en dirección al hospital de La Paz. Había sido operado en secreto a vida o muerte, seis días antes, en el mismo cuartel del regimiento que había junto al Palacio. Tras su muerte, a su viuda le permitieron permanecer allí hasta el 31 de enero de 1976. Salió entre los sollozos y gritos de sus incondicionales.

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