Por esta traición, Polonia odia a Rusia desde hace 80 años: «¡Stalin es brutal!»
El del miércoles no es primer enfrentamiento entre ambas regiones: en septiembre de 1939, la Unión Soviética invadió el país apoyándose en un pacto secreto con Adolf Hitler
Polonia derriba drones rusos tras una «violación sin precedentes» de su espacio aéreo
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Iniciar sesiónContinúa el tira y afloja en la vieja Europa. El miércoles, Polonia confirmó haber derribado varios drones enviados por el Kremlin. «En el ataque de hoy de la Federación Rusa contra objetivos en Ucrania, nuestro espacio aéreo ha sido violado repetidamente», explicó el gobierno. Desde ... la cúpula militar del país, la intromisión fue calificada como «un acto de agresión» que había amenazado «la seguridad de los ciudadanos». El enésimo movimiento de ajedrez en un tablero que brilla tenso desde hace más de ocho décadas, en septiembre de 1939, cuando Iósif Stalin traicionó a los polacos y lanzó de bruces sus carros de combate contra el país de la mano de Adolf Hitler.
Tensa política
Se vivía por entonces en el viejo continente un auténtico juego de tronos en el que los protagonistas eran las naciones. En abril de 1939 Adolf Hitler se encontraba en el cenit de su poder. Había conseguido que la comunidad internacional le cediera, mediante los Acuerdos de Múnich, los Sudetes por miedo a que Europa volviese a entrar en un cruento conflicto. En la práctica, el 'Führer' sabía sabía que la potencia de las grandes naciones, Gran Bretaña y Francia, se desvanecía. El mismo Neville Chamberlain, el primer ministro británico, había solicitado al Reich una declaración de amistad y el compromiso de que «no entrarían nunca en guerra».
Hitler se sentía poderoso. En una misiva enviada a Londres, señaló que, gracias a él, se había superado el caos en Alemania. «Yo he restaurado el orden e incrementado de forma generalizada la producción en todos los sectores de nuestra economía nacional. No sólo he unido políticamente al pueblo alemán, sino que, desde el punto de vista militar, también lo he rearmado. He devuelto al Reich las provincias que nos fueron robadas en 1919. He conducido de nuevo a su patria a los millones de alemanes profundamente desdichados que nos habían sido arrancados», suscribía. Y lo había logrado, decía, por sus propios medios, «como alguien que hace veinte años era un trabajador desconocido y un soldado de su pueblo».
Con la comunidad internacional sentada sobre sus posaderas, las regiones más pequeñas empezaron a sentirse desprotegidas ante Alemania. Tenían razón. Sabedor de que sus enemigos apostaban por la política del 'apaciguamiento', Hitler se hizo con Lituania y exigió a Polonia la devolución de los territorios que, según afirmaba, pertenecían históricamente al Imperio germano. Tal y como afirma Álvaro Lozano en su magna 'La Alemania nazi', cuando recibió la negativa dio luz verde para su invasión. Los polacos sabían que también estaban en el punto de mira de la URSS, pero se negaron a firmar un pacto con Stalin. «Con los alemanes arriesgamos nuestra libertad, con los rusos, nuestra alma», señalaron desde Varsovia.
En mitad de este rio revuelto fue en el que intentaron pescar los ingleses. Si Alemania no había aceptado un acuerdo, era posible que la URSS sí. Chamberlain, desesperado, envió una comitiva al país para pergeñar un tratado que impidiera que un Stalin ávido de expandirse moviera ficha si los germanos asaltaban a su enemigo. Pero no sirvió de nada. En todo caso, los británicos se marcharon convencidos de que, por mucho que Hitler y el Gran Oso Rojo ansiaran extender sus tentáculos, jamás se aliarían. Cometieron un gran error. A pesar de que el 'Führer' odiaba el comunismo y su par era antifascista, ambos decidieron darse la mano en su propio beneficio: arremeter contra los polacos.
Guerra en Polonia
Y de ahí, a la guerra. El 23 de agosto de 1939, ambos países firmaron el pacto Ribbentrop-Mólotov; un tratado con el que se dividieron Europa en dos de influencia. Y todo ello, a pesar de que habían sido enemigos durante la Guerra Civil española. «Hitler se encontraba enfrentado así al país que más admiraba: Gran Bretaña, y se había convertido en el aliado del Estado que más odiaba: la Unión Soviética», añade Lozano en su obra. A pesar de todo, lo cierto es que, por entonces, parece que al líder que más respetaba era al soviético. «Este Stalin es brutal, pero uno debe admitir que se trata de un individuo extraordinario», afirmó.
El 1 de septiembre de 1939 Hitler demostró sus ansias expansionistas cuando hizo que sus divisiones blindadas cruzasen la frontera con el objetivo de aplastar Varsovia. El 17 de ese mismo mes, los asfixiados defensores vieron como el ejército soviético cruzaba la frontera oriental de su país para unirse a las tropas del 'Führer'. «Los polacos no disponían en esta franja de fuerzas organizadas para proteger la frontera, y los rusos avanzaron sin apenas oposición. Tan solo sufrieron 700 bajas», explica a ABC Jesús Hernández, autor, entre otras tantas obras, de 'Esto no estaba en mi libro del Tercer Reich' (Almuzara, 2019). Aquello supuso el germen del odio.
Pacto secreto
De puertas para adentro, Alemania y la URSS establecieron una serie de áreas de influencia. Un reparto futuro de Europa Oriental que empezaría por Polonia, a la que invadieron solo unos días después. Una vez terminada la guerra las cláusulas secretas fueron descubiertas por el ejército británico, que las puso en conocimiento de la opinión pública. Lo peor es que, aun siendo una de las vencedoras del conflicto, la Unión Soviética negó durante décadas su existencia. No fue hasta agosto de 1989, cincuenta años después de la firma del acuerdo, cuando el gobierno presidido por Gorbachov reconoció que esos artículos ocultos planificaban el reparto nazi-soviético del viejo continente.
El pacto de no agresión contaba con siete cláusulas públicas y cuatro secretas que se conocieron años más tarde. De puertas para afuera, Alemania y Rusia establecían en su artículo IV que «ninguna de las dos participarán en agrupaciones de potencias que de alguna forma estén dirigidas directa o indirectamente contra la otra parte». Según el punto VI, el tratado expiraba «en un período de diez años, con la previsión de que, en cuanto alguna de las Altas Partes Contratantes no lo denuncie un año antes a la expiración de ese período, la validez del tratado será extendido por otros cinco años».
La realidad es que se prometieron una década de lealtad que saltó por los aires en apenas año y medio con el comienzo, en junio de 1941, de la Operación Barbarroja. Aunque estaban avisados: Hitler ya mencionó en 'Mein Kampf' su deseo de expandir el Reich por la Unión Soviética. Pero el pacto no se imitó a la división de Europa en dos áreas. La Unión Soviética no dudó en suministrar a la Alemania nazi 865.000 toneladas de petróleo, casi 650.000 de madera, 14.000 de magnesio y un millón y medio de grano y otras materias primas básicas. «Además los soviéticos compraron en los mercados mundiales materiales necesarios para Alemania, incluyendo 54.400 toneladas de caucho», desvela Lozano en su obra.
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Desde el punto de vista militar, mientras el tratado estuvo en vigor Iósif Stalin cedió varias bases navales a Adolf Hitler, le envió informes meteorológicos para favorecer los ataques de la fuerza aérea germana, la 'Luftwaffe', y permitió el intercambio de tecnología para la mejora mutua. Los ministros de Asuntos Exteriores que dieron nombre al pacto tuvieron trayectorias muy distintas. El diplomático ruso Viacheslav Mólotov permaneció como Vicepresidente del Consejo de Ministros de la URSS hasta el año 1957, cuando Nikita Jrushchov prescindió de él. Se retiró de forma definitiva en 1961 y falleció en 1986, a la edad de 96 años.
Peor suerte corrió el ministro de Asuntos Exteriores alemán Joachim von Ribbentrop, al que después del conflicto acusaron de crímenes de guerra y genocidio. Las potencias vencedoras demostraron que había jugado un papel principal en la deportación de los judíos. Su trabajo consistió en persuadir a países limítrofes, los conocidos como países satélite, para que asumieran esa población que después iba a ser exterminada. Aquello le costó ser condenarlo a la horca, donde murió el 16 de octubre de 1946.
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