Desembarco de Alhucemas
Verdades y mitos del desembarco español que cambió la historia militar mundial
En el centenario de la operación que ayudó a doblegar la resistencia rifeña de Abd el-Krim, el historiador Roberto Muñoz Bolaños publica un ensayo que busca derribar los mitos que han perseguido a este episodio
Hablan un historiador y un Capitán de Fragata: esto ha dejado la IGM en la guerra naval actual
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Iniciar sesiónCien años han pasado ya desde aquella jornada en la que cambió la historia militar rojigualda. Ya lo escribió el entonces coronel Francisco Franco, presente en la operación: «La bahía, centro de la revuelta marroquí y eterno fantasma de nuestras más duras campañas africanas, se ... ha esfumado hoy ante el regio empuje de las columnas españolas». El desembarco de Alhucemas, acaecido el 8 de septiembre de 1925, fue un hito memorable. De él se ha dicho que fue el primer desembarco aeronaval conocido, que acabó con la revuelta de las cabilas (tribus) rifeñas en el norte de Marruecos y hasta que fue estudiado por los ejércitos de todo el mundo.
Eso nos han contado... Y Roberto Muñoz Bolaños no lo niega. «Fue una operación militar correcta y exitosa, eso es innegable. Además, tropas como los legionarios combatieron muy bien», explica a ABC. El doctor en Historia Moderna, autor de 'Alhucemas. El desembarco que decidió la guerra de Marruecos' (Desperta Ferro), está convencido de que este episodio atesora más claros que oscuros, pero también insiste en que ha llegado la hora de separar mitos de realidad. «La planificación tuvo sus fallos, como le sucede a todas las operaciones de este tipo, y el factor suerte estuvo del lado aliado», señala. E insiste: «No es desmerecer el episodio, es contarlo tal y como fue».
Épica gesta
Venía de muy largo el conflicto en el Rif, pero se recrudeció cuando el líder de la cabila de Beni Urriagel, Abd el-Krim, asaltó el Protectorado rojigualdo en Marruecos. Narra la historia más canónica que aquel movimiento abrió las puertas a colaborar con el ejecutivo galo para aplastar, de una vez, a los enemigos. Y también que fue el general Miguel Primo de Rivera, al frente del Gobierno, quien apostó por atacar el corazón de la revuelta mediante un desembarco en la cercana bahía de Alhucemas. La máxima era sencilla: si no podían introducirse en el territorio por tierra, a través de Ceuta y Melilla, lo harían con una operación anfibia que ubicara a dos brigadas reforzadas a un suspiro de la base revoltosa.
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Manuel P. VillatoroLa operación franco-española se planeó para el 5 de septiembre, aunque sufrió un retraso de tres jornadas por el mal tiempo. La idea era situar en la bahía a 18.000 soldados, aunque el número terminó por reducirse a 13.000. A partir de ahí, las bondades se cuentan por decenas. Se ha narrado que el de Alhucemas fue el primer desembarco aeronaval de la historia y que causó tal impacto que, años después, los EE.UU. lo estudiaron para planear el asalto sobre Normandía; también que marcó un hito en los libros al contar con carros de combate, los vetustos Renault FT-17 y Schneider CA1. Por último, también se ha insistido en que fue un golpe maestro contra Abd el-Krim.
No le fue mal a los soldados sobre el terreno. En la mañana del 8, el silencio quedó roto por el tronar de cientos de cañones que soltaron sus proyectiles sobre las posiciones rifeñas. En el flanco izquierdo, las dos primeras líneas defensivas cayeron en un suspiro. «Vemos a los legionarios avanzar sobre las estribaciones de morro de El Fraile. Una compañía metida en el agua marcha por las peñas costeras a rodear la barrancada donde se encuentra el enemigo», escribió Francisco Franco. A cambio, la zona derecha fue la más difícil de conquistar, pero cayó con la llegada de la noche. Todo ello, a cambio de 300 bajas.
Revisión histórica
Bolaños trae consigo un millar de matices que sabe controvertidos sobre esta historia repetida cual letanía, pero dice asentar sus tesis sobre pilares robustos: investigación y estudio de las fuentes. La primera exageración que quiere derribar es la máxima de que esta fue una operación ideada de la nada en los años veinte. «La realidad es que su origen más remoto se halla en el siglo XIX. En 1855, el Gobernador Militar de Melilla, el general Buceta, creó una comisión para estudiar la costa marroquí del Mediterráneo. Buscaba puntos para posibles desembarcos y misiones de castigo que, a la larga, le permitieran negociar con los indígenas y expandir el imperio», explica a ABC. En 1890, el también militar Francisco Martín Arrueca utilizó ese informe para proponer un desembarco anfibio en la bahía de Alhucemas.
«La idea ya estaba sobre la mesa», dice Bolaños. No niega, eso sí, que estos planteamientos fueron revisados en 1911, cuando arrancó la Guerra de África, y que había diferencias entre los planes de uno y otro siglo. «En el XIX se buscaba expandir un imperio que se extendía por cinco continentes; en 1925, pacificar el Protectorado», sentencia.
El experto sostiene también que la operación ha sido analizada de forma errónea por la historiografía española. «El desembarco no ganó por sí solo la Guerra de Marruecos; formó parte de una gran operación con seis fases diferentes: planificación; operaciones previas (inteligencia, misiones de distracción…); desplazamiento hacia el objetivo (evitar la destrucción de buques de transporte de tropas); desembarco; consolidación y explotación del territorio», explica. Las dos últimas, añade, son las que han sido obviadas por los expertos. «No todo fue hacerse con la playa, después hubo que extender la zona conquistada y lograr que las tropas se expandieran de forma segura y controlada para provocar una derrota total», completa.
Le pedimos un ejemplo clarificador, y lo tiene claro: «¡Galípoli!». En 1915, durante la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña organizó un colosal desembarco anfibio con el objetivo de abrirse paso por los Dardanelos y atacar Estambul. La playa fue tomada por los Aliados, de eso no hay duda, pero no por ello vencieron. «Las tropas fueron incapaces de avanzar. Todo acabó en desastre», defiende Bolaños. En la práctica, la falta de decisión de los oficiales británicos y su tardanza a la hora de avanzar desembocaron en una guerra de trincheras similar a la del Frente Occidental.
Alhucemas
- Editorial Desperta Ferro
Tampoco cree Bolaños que los Aliados se basasen en Alhucemas para orquestar el asalto sobre Normandía. «Solo hay una referencia a ello: la que aporta el periodista S. Coles en un libro de 1955, y en ella afirma que 'probablemente' lo estudiaron. Tiene poco sentido, porque antes de junio de 1944 ya habían desembarcado en Sicilia», añade.
El autor incluso carga contra la idea de que el de Marruecos fue el primer desembarco aeronaval: «Este mérito corresponde a la Operación Albión, desarrollada por los alemanes contra las fuerzas rusas en el Báltico en 1918».
Algunos errores
Bolaños niega también el mito del desembarco idílico. Hubo fallos, insiste, y hasta influyeron de forma positiva en el éxito de la misión. «En principio se iba a producir de noche. De haberse sucedido así habría sido un desastre porque la playa de la Cebadilla, el objetivo inicial, estaba minada y fortificada. Los españoles se habrían encontrado con una resistencia a ultranza y no habrían podido reaccionar», mantiene. Por suerte, la fuerte marejada hizo que los lanchones se dispersaran y hubo que aguardar hasta la madrugada del 8 para volver a ordenarlas. «Al final se hizo de día, y eso, a corto plazo, provocó la victoria», completa.
No fue el único golpe de fortuna. Esa misma marejada, explica el autor, desvió el rumbo de los lanchones de desembarco: «Los llevó lejos de la playa de la Cebadilla, donde la resistencia habría sido atroz por parte de la cabila de Abd el-Krim». Los españoles fueron a parar a una zona de la costa menos minada y fortificada; una zona en que, además, se hallaba defendida por los bocoya, menos beligerantes que sus colegas. «Ese error favoreció el éxito de la operación y permitió establecer dos cabezas de playa; fue algo que admitió el mismo general Goded», dice Bolaños.
El enésimo error ha sido considerar que el Gobierno buscaba la derrota militar de Abd el-Krim a cualquier precio. «No era así. Una vez finalizado el desembarco, la máxima era iniciar una acción política que terminase con la rebelión de forma pacífica. En la península siempre hubo mucho miedo al coste humano y económico de la guerra, lo que se pretendía era minimizarlos», apostilla. Solo cuando fracasaron las negociaciones, el Ejército recibió la orden de acabar con la resistencia. «El líder rifeño fue quién lo provocó. Se negó a aceptar las condiciones que le hubieran permitido establecer un estado autónomo en el Rif, y eso hizo que triunfara la opción de la victoria militar», sentencia.
Por último, Bolaños señala con el dedo acusador a la aliada de aquella España renqueante: Francia. «París quería terminar con la guerra cuanto antes y negoció con Abd el-Krim de forma independiente su rendición. Cuando este decidió claudicar, no informaron a Primo de Rivera ni invitaron al Gobierno a la ceremonia», explica. En la práctica, después de que el líder rebelde se marchase al exilio a la Isla Reunión, los galos se arrogaron la totalidad de la victoria.
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