Sobrevivir a la «zona de la muerte» para hacer cumbre en el Everest

Jamling Tenzing Norgay, el hijo del sherpa que guio a Hillary en 1953, cuenta su propia subida a la temida cima de la montaña más alta del mundo en 'Más cerca de mi padre'

Everest 1924: cien años del supremo enigma del alpinismo

Tenzin Norgay (centro), con sus hijos de excusión en 1974. A la derecha, Jamling ARCHIVO FAMILIAR

Poco después de comenzar la entrevista, Jamling Tenzing Norgay (Darjeeling, 1965) reconoce: «La verdad es que siempre viví a la sombra de mi padre». No hay malestar ni rencor en sus palabras, según explica: «Al ser el primer sherpa en alcanzar la cima del ... Everest, se convirtió en una persona mundialmente famosa. Desde niño siempre supe a qué se dedicaba y lo que había logrado, pero no lo conocía realmente como padre. Él viajaba todo el tiempo y yo estaba nueve meses al año en un internado, pero en vacaciones siempre nos llevaba a escalar a Nepal, Sikkim o Bután. Fue mi forma de conectar con él en el poco tiempo que pasamos juntos y así desarrollé mi propio amor por las montañas».

La hazaña de Tenzing Norgay en 1953, junto al alpinista neozelandés Edmund Hillary, mejoró la vida de la familia. Jamling accedió a la educación privada en Saint Paul's, un colegio elitista de la India, y estudió una carrera universitaria en el Northland College de Wisconsin. Antes de marcharse a Estados Unidos, le confió a su padre que él también quería escalar el Everest. «Me contestó que él lo había hecho para que nosotros no tuviéramos que hacerlo. Quería darnos la mejor educación y que no eligiésemos el peligroso camino de la escalada, pero yo sentía una atracción muy fuerte. Aunque no sabía cuándo, algún día lo subiría», recuerda.

En 1996 se unió a la célebre expedición IMAX, la misma que filmó una de las ascensiones más espectaculares jamás registradas en cine y fue testigo de una de las tormentas más trágicas del alpinismo moderno. Causó ocho muertos en un solo día. Una experiencia terrible que contó en 'Más cerca de mi padre', un ensayo publicado ahora en España por Capitán Swing. Es el segundo libro sobre el Himalaya escrito por un sherpa. El anterior es la autobiografía de su progenitor, 'El tigre de las nieves' (1955), hoy descatalogada.

Jamling ascendió como jefe de escalada, aunque para él se trataba de una peregrinación a aquella mole de piedra de 8.848 metros que cambió la vida de su familia. Quería comprender qué había movido a su padre, muerto en 1986. «Esa montaña os pertenece a ti y a él», le dijo el director de la expedición, David Breashears, cuando llegaron a Katmandú desde Estados Unidos con tres toneladas de equipo: 57 cajas de comida, 20 de material de escalada, 40 tiendas, 900 metros de cuerda, 75 botellas de oxígeno, 200 rollos de papel higiénico, 47 latas de carne e incontables rollos de película para filmar. En total, 230 bultos que debían transportar al campo base, 120 menos que la expedición de 1953.

«La ascensión de mi padre y Hillary fue cien veces… mil veces más difícil. Mi expedición fue hace treinta años y el equipo que usamos no era muy distinto al de hoy, pero sí se diferenciaba mucho del de 1953. Los equipos actuales son más ligeros y sofisticados. Los cilindros de oxígeno antes pesaban 20 kilos y ahora, seis. Pero lo más importante es que ellos subieron sin saber qué se encontrarían. Nadie había estado allí antes», advierte Jamling.

La cascada de Khumbu

Necesitaron una semana en el campo base antes de dirigirse a la retorcida cascada de hielo de Khumbu, primera etapa, que sobresale amenazadora en lo alto del valle situado entre el Everest y el Lhotse. Había allí otras cinco expediciones cuyos clientes habían pagado unos 65.000 dólares. «Me sentí incómodo con las chillonas exhibiciones de ego e individualismo de algunos montañeros extranjeros, pues sentía que estaban tentando a la adversidad. Me distancié de ellos. Los sherpas, incluido mi padre, siempre han hablado del acercamiento al Everest con respeto», cuenta.

'Más cerca de mi madre'

  • Autor: Jamling Tenzing Norgay
  • Autor: Jamling Tenzing Norgay
  • Editorial: Capitán Swing
  • Páginas: 296
  • Precio: 23 euros

Al cruzar la cascada, Jamling vio su primer cuerpo sin vida, que se descomponía bajo el sol. «Hay cadáveres desparramados por toda la montaña. La mayoría de ellos fueron víctimas de los efectos de la altitud, el mal tiempo o la insensatez. Sirven como recordatorio de que, en el Everest, el margen de error es extremadamente pequeño», subraya el autor, que fue superando los tortuosos caminos hasta el campo I (5.900 metros) y el campo II (6.500). «Desde allí, la grandiosidad del paisaje engaña al sentido de las proporciones. Uno piensa que la montaña es más pequeña y que la cima se encuentra a un solo día de ascensión, pero no».

En el campo II se dedicaron varios días a abastecer de comida, oxígeno y otros suministros el campo IV, que se encontraba a 8.000 metros. Cuando hubiera una pequeña ventana de tiempo favorable, desde ahí realizarían el ataque final a la cima. Ese era también el lugar donde comenzaba el collado sur, más conocido como «zona de la muerte», en el que el estado físico de los montañeros comienza a deteriorarse rápidamente y donde se intenta limitar la estancia para no sufrir daños irreparables. Por desgracia, lo sufrieron pronto.

Jamlin, durante una de sus ascensiones ARCHIVO FAMILIAR

Retroceder

Un día antes de reiniciar el ascenso, observaron un viento muy fuerte en la cumbre que se precipitaba sobre el collado sur. Decidieron que lo más prudente era retroceder al campo II para esperar una oportunidad mejor. Al descender, se cruzaron con los jefes de las expediciones comerciales, que empujaban animosamente a sus clientes hacia arriba. Jamling se quedó perplejo cuando uno de los guías le comentó que pensaba llevarlos a la cumbre. Esa misma noche tuvo un «sueño premonitorio» que interpretó como un mensaje de su padre, en el que este le alertaba de un accidente. Un sherpa junto a él, murmuró: «¿Cuántos volverán y cuántos se quedarán para siempre en la montaña?».

El 10 de mayo, dos de estas expediciones –una de Nueva Zelanda, liderada por Rob Hall, y otra de EE.UU., por Scott Fischer– coincidieron en el camino. Los treinta escaladores cometieron el error de demorar su salida y llegar a la cumbre pasadas las 14:00, una hora demasiado tardía y peligrosa para iniciar el descenso. Además, el tiempo cambió bruscamente y se desató una fuerte tormenta de nieve y viento con visibilidad nula. Muchos alpinistas se desorientaron y se quedaron atrapados en la «zona de la muerte». El agotamiento, la falta de oxígeno y la hipotermia pronto comenzaron a causar estragos en los imprudentes montañeros. El primer intento de rescate provocó la muerte de Chen Yu-Nan, un obrero de Taipéi que cayó por una grieta.

Hall se quedó atrapado en la cima con un cliente, Doug Hansen. Poco antes de anochecer, anunció por la radio: «¡Doug ha sufrido un colapso! ¡Necesito oxígeno!». A esas horas y con ese temporal era imposible subir a por ellos, habría muerto más gente. El jefe podría haber descendido, pero decidió quedarse con él. A las 5 de la mañana del día 11, preguntó desesperado: «¿Viene alguien a rescatarnos?». Quisieron animarle, pero a los pocos minutos informó: «Doug se ha ido».

Hipoxia e hipotermia

La situación empeoró y Hall comenzó a ser víctima de la hipoxia y la hipotermia. Según Jamling, las manos se quedan tan frías que es imposible ponerse los guantes ni subirse la cremallera del traje. «¡Abre a tope el paso del oxígeno y gatea!», le gritaron. Lo escucharon llorar. Para animarle, le pusieron en contacto con su mujer, que se encontraba en Nueva Zelanda embarazada. Le prometió que intentaría levantarse y caminar, pero pocas horas después comunicó que no se había movido del sitio. Tenía las manos tan congeladas que no podía coger las cuerdas. «Ahí supimos que no había remedio», reconoce. Al anochecer, volvió a hablar con su esposa y luego apagó la radio por última vez. «Por mi experiencia, la congelación no es dolorosa. Las extremidades se entumecen y la capacidad de sentir y pensar desaparecen lentamente. Hall se sumió en un sueño eterno», explica.

Fischer fue encontrado a 8.400 metros en estado terminal por un edema cerebral y la congelación. No se pudo hacer nada. También fallecieron de hipotermia tres escaladores indios –uno de ellos fue encontrado en posición fetal– y una japonesa de 47 años que ese día se había convertido en la primera mujer de su país en hacer cima, pero sus compañeros sabían que no tenía posibilidades de sobrevivir y la abandonaron.

Jamling, haciendo cumbre en el Everest en 1996 (izquierda), y Tenzing Norgal, en 1953 ARCHIVO FAMILIAR

El debate

Este desastre sin precedentes en el Everest provocó un debate internacional sobre la comercialización de la montaña. «Hay demasiadas personas, como vemos en esas largas filas de 300 o 350 escaladores esperando para hacer cumbre. Es ridículo y genera mucho peligro y contaminación. Si mi padre hubiera visto esto, habría preferido no escalarla. Es triste», reprocha Jamling, cuyo equipo pasó doce días evaluando las condiciones para asaltar la cima. Lo consiguieron el 23 de mayo, con mejores condiciones y de una forma mucho más prudente y segura.

«Fue una sensación increíble. Me sentí muy conectado con mi padre. La cima no es un pico agudo, como se cree, sino un espacio en el que caben cinco o seis personas. La parte más alta es un pequeño montículo que casi nadie pisa, porque hay peligro de que se rompa y sufras una caída de 2.400 metros. A veces, algún escalador se toma una foto rápida», recuerda.

—¿Nunca quiso volver a la cumbre del Everest?

—Sí, muchas veces, pero le hice la promesa a mi familia de que no volvería. Aún siento esa llamada interior, pero entendí que ya no tenía razones para alcanzarla. De todas formas, sigo subiendo otras montañas de 6.000 o 7.000 metros…

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