La Reina española más desconocida: una plebeya que no pisó nunca el país pero luchó por su unidad
La esposa de José Bonaparte representó a su marido en París mientras era víctima de una interminable sucesión de infidelidades
Aciertos y errores históricos de 'Napoleón': «No te cuenta que España fue la tumba del ejército de Bonaparte»
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Iniciar sesiónJulia Clary, apodada en España como la 'Reina ausente', nació en el multitudinario seno de una familia de modestos comerciantes de seda venidos a más. Su padre fue un hombre que, como reza el tópico, se hizo a sí mismo y prosperó en Marsella hasta ... alcanzar una buena posición y casarse en segundas nupcias con una mujer perteneciente a la alta burguesía de la ciudad. Cuando estalló la Revolución francesa, la familia había alcanzado ya cierto lustre, tanto como para convertirse en objetivo de El Terror.
Fue pidiendo clemencia para uno de los hijos, encarcelado por los revolucionarios en Marsella, cuando entraron en contacto con los Bonaparte, una familia de corsos exiliados que ostentaban importantes cargos en la ciudad. Napoleón, jefe de la Artillería en el sitio de Toulon, se enamoró apasionadamente de una de las hermanas, Desirée, con la que llegó a comprometerse oficialmente el 21 de abril de 1795. «Ambos quedaron embelesados ante la desenvoltura de las hermanas Clary, que habían recibido una esmerada educación dentro de los cánones de una emergente burguesía», escribe la historiadora Cristina Barreiro en su nueva obra 'Consortes reales' (La Esfera de los libros).
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Sin embargo, tras un encuentro con Josefina de Beauharnais en París, Napoleón dio la espantada y dejó a Désirée descompuesta y sin pareja: «Has hecho mi vida miserable, pero soy bastante débil para perdonarte», afirmó. Lo peor de todo es que ni lo podía perdonar ni lo iba a poder olvidar. Para empezar porque Napoleón se iba a convertir en el ser humano más conocido del mundo en los próximos años y, para terminar, porque iba a ser su cuñado. El propio militar convenció a su hermano José Bonaparte de que se casara con Julia en una ceremonia religiosa secreta celebrada en Cuges.
Bajita, de ojos oscuros, actitud prudente y tez pálida, Julia era una mujer con tendencia a la discreción que iba a llevar muy mal la gigantesca pompa que estaban construyendo a su alrededor los Bonaparte. Como jefe del Ejército de Italia, Napoleón se las arregló para escalar hasta la cabeza de Francia y, tras una reunión organizada por Julia en su finca familiar, dar un golpe de Estado. José acompañó a su hermano en este camino al trono imperial ejerciendo tareas diplomáticas: ministro de Francia en Roma, embajador ante el Vaticano, emisario en la paz con Austria… Allí donde las bayonetas se mostraban incapaces, acudía el hermano con mano sedosa.
Mientras su marido y su cuñado avanzaban en sus planes políticos, Julia dio a luz dos niñas y logró el título de princesa. Un título que se quedó corto cuando su marido fue nombrado Rey de Nápoles y ella pasó a ser consorte. No en vano, Nápoles solo fue un aperitivo en comparación con el siguiente plan que Napoleón concibió para su hermano: España, donde reinó cinco años de pesadilla, hasta que el bando napoleónico fue definitivamente expulsado en 1813.
Desde el principio, José I debió hacer frente a un levantamiento armado por todo aquel país de héroes y guerrilleros, a pesar de que los Borbones y algunos elementos eclesiásticos exhortaron a admitir las disposiciones napoleónicas como venidas de la divina Providencia. A la par que las navajas, el hermano de Napoleón debió hacer frente a la propaganda escrita y gráfica que le ridiculizó como un rey invasor y un beodo, 'Pepe Botella', a pesar de que no tomaba gota de vino fuera de las comidas, debido a que su primera medida fue retirar los impuestos sobre el alcohol pensando que así se congraciaría con los españoles.
Su plan reformista, que incluyó la abolición del tribunal de la Inquisición, se encontró con el obstáculo insalvable de que el gobierno bonapartista era percibido por gran parte de los españoles como un invasor extranjero cruel y violento. Daba igual si tenía mejores o peores intenciones... «Tengo por enemigo a una nación de doce millones de almas, enfurecidas hasta lo indecible. Todo lo que aquí se hizo el dos de mayo fue odioso. No, Sire. Estáis en un error. Vuestra gloria se hundirá en España», escribió José Bonaparte a su hermano el Emperador a sabiendas de que la úlcera española solo podía infectarse.
«Es imprescindible mantener la unidad de España, obtener dinero y por fin que se queden las tropas bajo el mando único del Rey»
Julia permaneció todo ese tiempo en París representando a su marido y defendiendo sus planes para el país, que básicamente eran evitar que Napoleón dividiera en varias partes a España para desarmarla. «Es imprescindible mantener la unidad de España, obtener dinero y por fin que se queden las tropas bajo el mando único del Rey», escribió Julia a su marido, conscientes ambos de que «siempre las intenciones del emperador han sido las de tomar las provincias arriba del Ebro».
Su otra gran tarea fue soportar, con la dignidad posible, los voluminosos rumores de infidelidades que llegaban del otro lado de los Pirineos. Tal vez por consolarla con efecto preventivo, José I que le entregaran a su esposa las joyas de la realeza española, entre las que se encontraba la famosa perla Peregrina. En Madrid se la esperó sin esperanza. «España era para muchos un país atrasado, dado a las reliquias y costumbres ancestrales. La Corte de José I en Madrid no fue bien recibida. Los mariscales Soult, Sebastiani, Dalberg o Béssieres eran los personajes del momento, siempre acompañados por la célebre Teresa Montalvo, condesa de Jaruco, cuyo salón de la calle Clavel reunía a la flor y nata de los afrancesados», afirma Barreiro.
Tras la caída del 'Hombre del siglo', José se exilió en América con parte del dinero saqueado en España mientras Julia y sus hijas (la tercera, Carlota Napoleona Bonaparte, nació en 1802) permanecieron en el Viejo Continente bajo la protección de Jean-Baptiste Bernadotte, un antiguo mariscal de Napoleón que fue elevado en Suecia a Rey Carlos XIV y comenzó su propio viaje hacia la historia con mayúscula.
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El Monarca sueco estaba casado con Desirée, quien había ahogado sus lágrimas con este aliado incómodo y luego opositor de Napoleón, y ayudó a su cuñada en su exilio fuera de París. La francesa residió en Frankfurt, Bruselas e Italia malvendiendo sus joyas y su patrimonio. En 1841, José Bonaparte regresó a su lado pensando en su final, que le sorprendió el 29 de julio de 1844. Julia falleció un año después mientras dormía estando en Florencia.
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