Los motivos por los que la pólvora española fue decisiva en la batalla de Lepanto
El 7 de octubre de 1571, la suerte del Mediterráneo se disputó en una lucha entre la Santa Liga, encabezada por Juan de Austria, y la poderosa flota otomana
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Iniciar sesiónEn la batalla de Lepanto, «la más alta ocasión que vieron los tiempos», que diría Cervantes, no hubo castillo de proa o de popa capaz de resguardar a la gran cantidad de príncipes y nobles que se congregaron en los barcos. En total, la coalición ... cristiana estuvo formada por más de 200 galeras, 100 embarcaciones de transporte y 50.000 soldados. Don Juan de Austria, hermanastro del Rey de España, ostentó el mando supremo y, a pesar de sus veinticuatro años, desplegó una actuación ejemplar en la batalla que decidió los límites del Mediterráneo.
El hijo natural de Carlos V empleó su afable carácter para mantener inertes las tensas relaciones con los aliados venecianos y supo compensar su poca experiencia dando voz a consejeros más curtidos en la mar como Álvaro de Bazán. El objetivo original de la Santa Liga era desalojar al Imperio otomano y a sus aliados corsarios del Mediterráneo occidental y contrarrestar sus recientes conquistas, entre ellas Chipre y varios puertos venecianos en el Adriático. Por su parte, el comandante turco, Alí Pashá, recibió órdenes directas del sultán de destruir la flota de la Santa Liga. Sus fuerzas sumaban 208 galeras, 66 galeotas y fustas y unos 25.000 soldados, entre ellos 2.500 jenízaros armados con arcabuces.
Las fuerzas eran parejas a las cristianas, pero solo en apariencia. Después de seis meses de operación marítima, la flota estaba desgastada y el escaso número de jenízaros se explicaba porque muchos de ellos abandonaron los barcos en los días previos, ante la cercanía de los Balcanes, lugar de procedencia de la mayoría. El turco se empeñó en combatir a pesar de todo, tal vez porque infravaloraba la potencia cristiana o no estaba bien informado de la gran cantidad de galeras «ponentinas» (las fabricadas en España y Génova), de mayor tamaño que las musulmanas o las venecianas. Tras jugar al gato y al ratón durante semanas, finalmente las dos flotas se encontraron cerca del «Cabo ensangrentado» el 7 de octubre de 1571.
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Los musulmanes formaron su tradicional media luna de combate y se prepararon para envolver a los cristianos, a su vez divididos en cuatro escuadras (las dos alas, el centro y la retaguardia). Antes de que se iniciara la lucha, don Juan de Austria elevó la moral de sus tropas con una escena que hoy puede sonar ridícula. El generalísimo bailó una gallarda con dos de sus oficiales, ya enfundado en una fastuosa armadura pero sin el yelmo puesto, sobre la cubierta de La Real, una galera de sesenta metros de eslora construida en Barcelona donde iba embarcada la flor y nata. Como buque insignia, este barco estaba lujosamente ornamentado con esculturas y bajorrelieves y pintado en rojo y oro. En torno al mediodía, cuatro galeazas venecianas se adelantaron al resto de la formación y empezaron a bombardear a una distancia de un kilómetro y medio la posición turca. La maniobra sirvió para desbaratar la formación de media luna e incluso hundir varias galeras, pero su participación en la batalla terminó ahí.
Los historiadores italianos se han quedado roncos de repetir que estas plataformas artilleras decidieron la batalla, en un intento de restar importancia al resto de potencias participantes y de proclamar la superioridad de la tecnología europea, pero solo en esto último tienen razón: la pólvora fue determinante en Lepanto, aunque más bien la de los arcabuceros embarcados. Los españoles priorizaron barrer las cubiertas enemigas con pólvora antes de iniciar la lucha en una maraña interminable de galeras, enfrentadas entre sí como si de un campo terrestre se tratara. En el centro, donde estaban don Juan de Austria y el comandante turco Alí Pashá, el enfrentamiento alcanzó una violencia inaudita por la acumulación kilométrica de barcos y de hombres.
Los españoles priorizaron barrer las cubiertas enemigas con pólvora antes de iniciar la lucha en una maraña interminable de galeras, enfrentadas entre sí como si de un campo terrestre se tratara
La fase de abordaje situó a la galera La Real en el epicentro del volcán, con varias galeras y galeotas turcas colocadas a su popa. La Sultana embistió a La Real con tal ímpetu que el espolón alcanzó hasta la cuarta fila de remeros. La cristiana, que había retirado su espolón antes de la lucha para aumentar su potencia de fuego, contestó con el rugido de cinco cañones desde la proa. Don Juan de Austria y Alí Pashá estuvieron a punto de cruzar aceros. Lo evitó una conveniente descarga de arcabuzazos del representante papal, Marco Antonio Colonna, y la llegada de Bazán por la otra banda. El noble granadino mandó al asalto a los soldados del Tercio de Nápoles, quienes tomaron la galera de Alí Pashá y clavaron en ella el estandarte de la Santa Liga.
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La cabeza del comandante turco fue ensartada en una pica a modo de bárbaro anuncio del principio del final del combate. Tras cinco horas de lucha, los cristianos se hicieron dueños de aquel golfo tintado de rojo: 117 galeras turcas fueron apresadas y 30.000 otomanos perdieron la vida, lo que sitúa Lepanto como una de las batallas más resolutivas de la historia. El impacto para los turcos fue terrible. En Constantinopla se publicó un bando para que, bajo pena de ser empalado, nadie osara hablar nunca de la derrota. Nada más conocer la noticia, el Papa Pío V ofreció coronar a Felipe II como emperador de Oriente si recuperaba Constantinopla. Se trataba, en cualquier caso, de los cantos de sirena que suceden a una victoria así, pero que resultaban irreales. Los ejércitos del Rey de España no estaban diseñados para atacar al turco, sino para defenderse de él. La Santa Alianza se apagó a los pocos meses.
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