Hablan un historiador y un Capitán de Fragata: esto ha dejado la IGM en la guerra naval actual
Los avances armamentísticos, las nuevas estrategias de bloqueo y los errores de la oficialidad alemana que se sucedieron entre 1914 y 1918 sirvieron de guía para las armadas actuales
Así era la horrible vida de un soldado en una trinchera de la Primera Guerra Mundial
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Iniciar sesiónNo fue la tierra la única que bebió sangre entre 1914 y 1918; durante la Primera Guerra Mundial, las aguas de los cinco océanos se tiñeron también de rojo carmesí y se estremecieron con el tronar de los cañones. «Hemos olvidado este frente porque ... batallas legendarias como Verdún, Somme o Passchendaele han sido la base sobre la que se ha creado el relato y la memoria de este conflicto». Roberto Muñoz Bolaños, doctor en Historia Contemporánea, tiene claro que hay que sacar del ostracismo la campaña naval que enfrentó a las Potencias Centrales y a la Triple Entente. Un enfrentamiento marcado por el desastre germano y cuyos ecos, según desvela a ABC el autor del reciente 'Lucha de gigantes' (Desperta Ferro), resuenan en la actualidad.
El autor está convencido de que, «a pesar del salto tecnológico» que se ha dado desde 1914, «hay dinámicas que siguen presentes en nuestros días». Y no es el único que lo cree. El Capitán de Fragata Augusto Conte de los Ríos, Secretario Académico de la Cátedra de Historia y Patrimonio Naval, sostiene que este conflicto demostró que máximas como la doctrina de la batalla decisiva se habían quedado anticuadas y puso los mimbres de mandamientos que, todavía hoy, siguen vivos. «Además, la Primera Guerra Mundial introdujo innovaciones que, más de un siglo después, son esenciales para entender el arte naval moderno», explica a ABC.
Error inicial
El frente olvidado, la guerra marítima durante el conflicto que asoló Europa en el primer tercio del siglo XX, arrancó mucho antes de 1914. En el verano de 1897, el entonces contralmirante alemán Alfred Tirpitz -el 'von' se lo añadió en su apellido años después por cosmética aristocrática- fue ascendido a secretario de Estado de la Oficina Naval Imperial. El militar se propuso impulsar la 'Kaiserliche Marine' ('Marina Imperial') convencido de que el poderío de una potencia se medía en acorazados. «Presentó un memorando el 15 de junio en el que desarrollaba la idea de la 'Risikogedanke' o 'Doctrina del riesgo'; el axioma de que el Reino Unido era el enemigo más poderoso y necesitaban contra él una gran armada como factor de poder político», explica Muñoz.
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En los años siguientes esta idea sufrió severos varapalos. El mayor, en 1906, cuando los ingleses botaron el primer acorazado monocalibre de su era; un navío avanzadísimo. «Los llamados 'Dreadnought' inauguraron una nueva época en la historia de la guerra naval, ya que dejaban anticuados todos los buques del mismo tipo anteriores», añade el autor de 'Lucha de gigantes'. A pesar de ello, el káiser Guillermo II y el mismo Tirpitz mantuvieron el pulso a los británicos. «La otra opción, renunciar a convertirse en una potencia mundial, hubiera amenazando la frágil conciencia nacional alemana, lo que habría podido afectar incluso a la estabilidad social y política del Imperio», dice.
Muñoz mantiene que, de la mano de Tirpitz, Alemania invirtió millones y millones en material desfasado: «Un ejemplo es que se empeñó en construir cruceros ligeros con cañones de 105 mm. cuando los británicos los estaban armando con piezas mayores, de 152 mm.». A su vez, añade el autor, el germano fue incapaz de comprender en aquellos primeros años la importancia de nuevas armas como el avión y el submarino. «Para él, hasta 1914, eran gastos inútiles que distraían a la 'Kaiserliche Marine' de su principal objetivo: construir acorazados».
Dos visiones
El estallido de la Primera Guerra Mundial y el avance de los ejércitos por media Europa puso de manifiesto los errores de Tirpitz. Muñoz, valiente, está convencido de que el colosal gasto que supuso la construcción de aquella armada provocó «un serio quebranto en las finanzas del Imperio alemán y debilitó al Ejército». El resultado, dice, fue catastrófico: «En 1914, los alemanes solo tenían encuadrados en el Ejército al 55% de sus jóvenes en edad militar frente al 90% de Francia. Esta diferencia resultó clave en la decisiva batalla del Marne de agosto y septiembre de ese año, donde las divisiones germanas fueron frenadas, impidiendo su rápida victoria en el oeste». Con el estancamiento del frente en tierra, fueron las flotas las que cobraron importancia y, a la larga, decidieron la partida.
La estrategia inicial de Tirpitz y de sus almirantes fue bloquear a la 'Royal Navy' frente a las costas alemanas. «Creían que eso les permitiría desgastarla con minas y submarinos hasta conseguir el soñado equilibro de fuerzas que les permitiese enfrentarse en una batalla decisiva próxima, siempre en una posición ventajosa: entre la bahía de Helgoland y la desembocadura del río Támesis», señala Muñoz. Era la única opción frente a una armada muy superior.
Lucha de gigantes
- Editorial Desperta Ferro
Pero los británicos fueron más listos. «Ellos decidieron establecer otro bloqueo, a distancia, entre Escocia y Escandinavia, para debilitar a la economía y a la población germanas. Además, se negaron a empeñar el grueso de su flota en una batalla decisiva en la zona en la que querían sus enemigos», añade Muñoz. Así, la obra del ya ministro de Marina se vino abajo.
A partir de 1914, la figura de Tirpitz cayó en el ostracismo. Pocas opciones le quedaban para evitar el desprestigio de una flota enorme y carísima, pero inferior a la británica y, por tanto, inútil. «Al final, decidió apostar por los sumergibles como arma decisiva para ganar la contienda», sentencia Muñoz. Su nueva estrategia fue desencadenar una campaña submarina sin restricciones el 4 de marzo de 1916; hundir los buques enemigos sin previo aviso hasta forzar a Gran Bretaña a rendirse. Y vaya si fue bien. De hecho, la enorme cantidad de bajas demostró a la vieja Europa la ventaja que ofrecían estos ingenios. Sin embargo, el káiser no tuvo más remedio que detenerla debido a las presiones internacionales. Aquello, ya sí, fue la condena definitiva.
Ecos actuales
Aquellas estrategias no se han quedado solo en los libros de historia. Los errores y aciertos navales de las Potencias Centrales y de la Triple Entente durante la Gran Guerra son lecciones que, más de un siglo después, continúan patentes. Y es que, en la era de los drones y de la brega informática, las aguas de Poseidón son aún el corazón de los conflictos. «Nos encontramos en un siglo eminentemente marítimo. El 80% del comercio global transita por el mar, y las infraestructuras críticas -desde cables submarinos hasta aerogeneradores- hacen del espacio oceánico un teatro decisivo de poder. Sin olvidarnos del prometedor futuro del lecho marino, no solo por la minería, sino también por la fuente inagotable de productos gracias a la genética», explica Conte.
Militar e historiador coinciden en que uno de los avances más destacados fue el nacimiento de la guerra submarina; esa que Tirpitz apoyó en sus días más aciagos. «Todavía existe esa dicotomía entre el dominio positivo del mar, los buques capaces de controlar las rutas marítimas, y el negativo, simbolizado por los sumergibles, competentes para negar el empleo de esas rutas», mantiene Muñoz. Conte añade que, al apostar por una ofensiva sin restricciones, Alemania inauguró una nueva era de combate asimétrico que sigue viva: «Hoy, los submarinos han ampliado ese rol: son vectores clave de la disuasión nuclear y plataformas furtivas esenciales para la guerra de inteligencia, vigilancia y operaciones especiales».
El submarino ha recobrado importancia contra nuevas armas que ya han demostrado ser determinantes en guerras como la de Ucrania: «No solo mantienen su rol estratégico, sino que ganan importancia como plataformas inmunes a los ataques de drones aéreos estando en inmersión».
Pero son muchos más los avances que han prevalecido; algunos, de forma adaptada. El portaaviones, una idea con la que ya se coqueteó en la primera década del siglo XX, es hoy una de las columnas vertebrales de las armadas. «También el uso de minas navales, las tácticas antisubmarinas y el concepto del convoy con escolta, desarrollado para proteger el tráfico mercante, siguen siendo fundamentales, en especial frente a amenazas híbridas que afectan a infraestructuras críticas submarinas, como hemos visto en el mar Rojo», añade el Capitán de Fragata. El penúltimo ámbito es la guerra de inteligencia de señales -la recopilación y explotación de información, comunicaciones...-, «un antecedente directo de las capacidades actuales en el dominio electromagnético».
De los errores también se aprendió. En principio, Tirpitz se mantuvo fiel a la doctrina de la batalla decisiva establecida por el contralmirante estadounidense Alfred Mahan medio siglo antes; esa que afirmaba que aplastar al enemigo en una contienda clave equivalía a ganar la guerra. Este conflicto, sin embargo, demostró lo contrario. «Como recuerda el historiador Mateo Mille, nacido en el siglo XIX, se puso de manifiesto que lo esencial no era la destrucción del enemigo, sino la capacidad de mantener abiertas las rutas propias y cerrar las del adversario», sostiene Conte. La máxima, que no supo ver el alemán en 1914, es que la batalla no era un fin en sí mismo, sino un medio para asegurar el dominio de las comunicaciones.
En este sentido, el final de la Gran Guerra puso sobre la mesa el error que había supuesto para Europa marginar, a principios de siglo, a escuelas de pensamiento militar como la 'Jeune École'. «Esta defendía el uso de buques ligeros, veloces y dispersos, capaces de operar de forma eficaz en espacios costeros; una lógica que ha vuelto con fuerza ante el peligro que representan los misiles antibuque, los enjambres de drones y la saturación del dominio electromagnético», completa el militar. Por todo ello, y por el cambio que ha supuesto la 'dronización' de las armadas, invita a continuar el estudio de la historia naval: «Aunque cambien las tecnologías, los entornos operativos y las formas de combate, la guerra es un fenómeno político y humano, cuya lógica profunda permanece inmutable».
Aunque, si hay algo destacable que nos ha enseñado la Gran Guerra en lo que respecta al dominio de los mares, es que hay que elegir bien dónde invertir el presupuesto de defensa de la forma más eficiente. Algo que no hizo el Imperio alemán entre 1906 y 1914 y que, según Muñoz, le costó la derrota.
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