Ni España atrasada ni cainita: la leyenda negra que persigue al siglo XIX
El historiador Daniel Aquillué, gran especialista en este periodo, se propone en 'España con honra: una historia del siglo XIX español' (La Esfera de los libros), combatir los mitos de esta centuria
La promulgación de la Constitución de 1812, obra de Salvador Viniegra (Museo de las Cortes de Cádiz).
El siglo XIX arrastra una terrible mala prensa. Es el siglo de las revoluciones como fenómeno crónico, el de los poetas suicidas, el naufragio político y, en general, el de la inestabilidad como forma de vida. Es, además, para España el del imperio en ... caída libre y donde se supone que la nación perdió el tren de Europa, un ferrocarril del que todos hablan pero nadie sabe su verdadero trayecto.
Todas estas ideas tópicas no consiguen definir lo que fue un siglo tan convulso como complejo (¿Cuál no lo fue?) y que, a pesar de su cercanía, está a la espera de que se comprenda correctamente. Y eso es precisamente lo que el historiador Daniel Aquillué, gran especialista en este periodo, se propone en 'España con honra: una historia del siglo XIX español' (La Esfera de los libros), un libro que combate el mito de la anomalía española, que pone en valor todo lo que la sociedad actual le debe a esta centuria y que desmonta las leyendas negras de reyes como Carlos IV o hechos históricos como el Desastre del 98.
«Ese relato de una España fracasada y excepcional, al margen de Europa, fue comprado por las culturas políticas a derecha e izquierda durante todo el siglo XX. Incluso llega hasta la actualidad. A todo el mundo le viene bien decir que todo estaba mal y que ellos van a venir a arreglarlo», asegura Aquillué, que en su obra demuestra que los mismos males que azotaban a España afectaban de la misma forma al resto del continente. España no es diferente.
–¿Qué se puede decir a los españoles que piensan que no le deben nada al siglo XIX?
–Pues políticamente le deben todo, porque todo se ensaya y reinventa en ese siglo: el sistema representativo, el constitucionalismo, la monarquía que tenemos hoy en día... Además, a nivel cotidiano los nombres de las calles, el tipo de historia que hemos estudiado muchas veces en los museos, el relato nacional a través de la pintura, las estatuas, los símbolos nacionales como la bandera o el himno y las fiestas tradicionales, que creemos que son muy antiguas pero casi todas vienen del siglo XIX. La Feria de Sevilla, por ejemplo, es de 1846, o la festividad del día 12 como Fiesta de la Hispanidad. Los arquetipos regionales, como los trajes o las comidas, también se instituyeron en esa centuria. Lo mismo pasa con algo tan español como la croqueta o la tortilla de patata.
–¿Y por qué tiene esa leyenda negra el siglo XIX?
–Hay varios factores que influyen. Uno es el propio relato que construyeron una serie de intelectuales, los llamados regeneracionista de finales del siglo y comienzos del siglo XX, que tienen una visión demasiado pesimista y catastrofista de su época. Piensan que España ha sido un fracaso singular y que Europa acaba en los Pirineos, lo cual es completamente falso porque, en realidad, España estaba dentro de las dinámicas del resto de países europeos. Luego, en segundo lugar, influye mucho la propia educación, la manera en la que se enseña en los colegios e institutos esta historia. Hay mucha presión para los estudiantes y para el profesorado, pues se ve cómo buenamente se puede esta época. Y por último, también afecta lo mucho que caló ese discurso que se utilizó en España para fomentar el turismo durante el franquismo bajo el lema de 'Spain is different', que proclamaba la excepcionalidad española con fines económicos.
Daniel Alquillué, autor del libro.
–¿Cree usted que su libro se puede enmarcar también en la lucha contra la leyenda negra?
–Más que leyenda negra se trata de la persistencia de mitos y tópicos. Muchos de ellos creados por los propios españoles a finales del XIX en lo que fueron los movimientos regeneracionistas. Sin embargo, no es un fenómeno exclusivo de España. Al menos hasta la Primera Guerra Mundial, esa crisis de identidad de España finisecular es compartida por otros países como Francia, que viven traumatizados por sus guerras civiles y la pérdida de territorios como Lorena. España sufrió dinámicas de guerra civil porque tuvo una revolución liberal muy fuerte y, con ello, una respuesta contrarrevolucionaria muy fuerte, pero existen casos similares en Portugal y en Francia. La diferencia española es que aquí no cambió ese discurso pesimista tras las dos guerras mundiales. Digamos que la única excepcionalidad, dicho entre comillas, de la historia española contemporánea es la larga duración del franquismo. Esa larga dictadura fijó como su enemigo al siglo XIX, origen para el franquismo de la revolución liberal y socialista. Cuando acabó el franquismo, en el tránsito a la democracia se entendió que el franquismo era el resultado final del desastre previo del siglo anterior.
–¿A qué se debe toda la inestabilidad del siglo?
–Pues a que a partir de 1789 cayó un mundo y se empezó a construir uno nuevo. La convulsión de la guerra revolucionaria trastocó todo el equilibrio europeo. Se plantó la semilla de la revolución en cada uno de los países dando lugar a esas guerras civiles, entre la revolución y la contrarrevolución. Es una espiral de protestas, represión, conflictos obreros, etc, que duró hasta que esa gente finalmente ajustó los sistemas liberales y constitucionales.
–¿España estaba más atrasada respecto a países como Inglaterra o Francia a nivel político o económico?
–El único punto que concedo que va más atrás, aunque no creo que fuera un fracaso, es en el ámbito económico, pero nunca en el ámbito político. De hecho, en muchos momentos España es ejemplo y faro de la revolución liberal y es un país mucho más avanzado políticamente que Francia o Reino Unido. Así pasa con la Constitución de Cádiz y luego en el Trienio liberal, cuando está a la vanguardia política de Europa. Lo mismo se puede decir en 1868, fecha en la que se estableció el sufragio universal, que no femenino, el cual no existía en Reino Unido ni en Francia en esos momentos.
«Napoleón era hijo de la Revolución y, a la vez, es quien acabó con la Revolución porque se hizo emperador hereditario y eliminó los avances políticos»
–¿De qué mimbres aparece una Constitución tan avanzada como la de 1812?
–Para empezar hay que retrotraerse al siglo XVIII, que es otro gran desconocido, donde en España también hubo una Ilustración de la que bebe el liberalismo del XIX y los afrancesados. Hay una base social que va a apoyar ese liberalismo. Además, las condiciones dónde se desarrollan las Cortes, una ciudad dinámica, con una burguesía muy fuerte, como es Cádiz, que tiene un nexo con América, es fundamental. La Constitución de Cádiz va a ser ejemplo del liberalismo europeo continental en las primeras décadas del siglo.
–Se pasa de la Constitución más avanzada de Europa a un régimen muy absolutista. ¿Por qué vamos de un extremo a otro?
–Si miras el contexto, eso es lo que está pasando en toda Europa. El Congreso de Viena era eso, puro absolutismo. Fernando VII puede derogar la Constitución de Cádiz porque tenía el apoyo de toda Europa, incluido el Reino Unido, que no le hacía gracia el texto por ser demasiado revolucionario.
–¿Qué le parece el mito de que enfrentarse a los afrancesados de Napoleón en el fondo iba en detrimento del progreso del país?
–Es un mito que olvida que Napoleón no era Robespierre a caballo. Napoleón era hijo de la Revolución y, a la vez, es quien acabó con la Revolución porque se hizo emperador hereditario y eliminó los avances políticos de la Revolución. ¿Era una suerte de déspota ilustrado? De eso ya había en España antes de Napoleón. Probablemente sin invasión se hubiese desarrollado igual una monarquía ilustrada. No obstante, fuera de Francia Napoleón se convirtió no solo en un déspota ilustrado, sino en un invasor que vivía de los países ocupados para financiar su propio imperio. No hay ningún ideal de libertad, igualdad y fraternidad, y menos cuando se desencadena una guerra tan violenta como la de España.
Fragmento de la portada de 'Una historia del siglo XIX español'.
–¿Los Borbones fueron una buena dinastía para encarar los retos de ese siglo?
–El libro empieza con lo bueno, es decir, con Carlos IV, al que quiero poner un poquito en valor dado que en su reinado se alcanzó el cenit de la Ilustración española. Luego tenemos a Fernando VII, que ha quedado como uno de los peores Reyes de la historia de España, pero fue tremendamente popular sobre todo en su primera fase de reinado. Además, Fernando tuvo la virtud para él mismo de que mantuvo la cabeza sobre los hombros y la corona sobre la cabeza en un tiempo muy turbulento. Por muy mal que nos caiga, hay que reconocerle que tuvo su mérito en un contexto así. En el caso de Isabel II, el drama es la mala educación que recibió y, por tanto, que no supiera atenerse a lo que se esperaba de ella como Reina constitucional. No le ayudó la perniciosa influencia de su madre, que fue un personaje de cuidado. Todo ello le costó el trono. Alfonso XII quizá es el más preparado precisamente porque sabía lo que le había ocurrido a su madre y porque tuvo un político a su lado de la talla de Antonio Cánovas del Castillo.
–¿Cree que Cánovas es una figura poco reivindicada hoy?
–Le pasa lo mismo que al 99% de las figuras del siglo XIX: no tiene padrinos. Hace un tiempo el Partido Popular intentó recuperar su figura, pero no sé si con mucho éxito. Cánovas entendió que había que configurar un sistema que atrajera a la antigua oposición. Se venía de revoluciones, pronunciamientos y exclusividad del poder de los conservadores, y se pasó a la estabilidad y al orden, lo cual no implicaba democracia. Es un político bastante inteligente para sus intereses, obviamente, y para los intereses de la Monarquía. Un hombre de Estado.
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–¿A partir de cuándo podemos hablar de nación española?
–Pues obviamente es un proceso que no surgió de la nada. Se fue fraguando ya en los tiempos previos al siglo XIX y vivió bajo la monarquía de los Borbones un gran progreso. La nación española se anunció por primera vez con las Cortes de Cádiz a partir de 1810, cuando se decretó que la nación española es libre, soberana, independiente y no pertenece a ninguna familia ni persona. Y se consagró con la Constitución de Cádiz. Lo curioso es que entonces lo que se configuró es una nación de ambos hemisferios, una nación imperial que no se entendía sin las dos patas del Atlántico. Cuando se independizó la parte americana, España se circunscribió a la España europea, junto a Cuba, Puerto Rico, etcétera. Durante la Primera Guerra Carlista y la última fase de la revolución liberal se constituyó con la Constitución de 1837 un Estado-Nación español circunscrito a las fronteras europeas.
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