Daniel Aquillué: «A Espartero le superó la fama porque fue un ídolo de masas»
El libro «Armas y votos» (Institución Fernando el Católico) busca alumbrar el agitado periodo que va desde el estallido de la Primera Guerra Carlista al final del régimen progresista que dominó España hasta 1843
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Iniciar sesiónNi siquiera habiendo ocurrido ayer, como quien dice, el siglo XIX se ha salvado del abandono que sufren buenos tramos de la historia de España . En parte porque los decimonónicos, cuando comenzó la profesionalización de la historia, estaban demasiado ocupados en buscar orígenes míticos de sus naciones ... en la Antigüedad y la Edad Media como para reparar en el pasado inmediato y, por otra parte, porque tanto ellos como los que vendrían después vislumbraron en este siglo el origen de todos los males y fracasos patrios. Había escaso interés en escarbar sobre el barro...
Como consecuencia de ello, los reinados de Carlos IV, Fernando VII e Isabel II han sido mal narrados y peor explicados hasta fechas recientes, en las que una nueva generación de historiadores han subsanado, en gran parte, los enormes vacíos que cubren a personajes y episodios de un siglo considerado caótico para los intereses españoles y la supuesta razón de por qué el país siempre será una democracia incompleta, incapaz de homologarse a otras vecinas.
Daniel Aquillué Domínguez (1989), doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Zaragoza, es uno de los ejemplos más jóvenes y prometedores de esta tendencia historiográfica. El de Villamayor de Gallego acaba de publicar el libro «Armas y votos. Politización y conflictividad política en España, 1833-1843» (Institución Fernando el Católico), fruto de su tesis doctoral, que busca alumbrar el periodo que va desde el estallido de la Primera Guerra Carlista al final del régimen progresista que dominó España hasta 1843.
El objetivo es combatir mitos tan extendidos como que las desamortizaciones de Mendizábal fueron un desastre y acercar al pequeño y al gran público los detalles de un conflicto olvidado que duró siete años y tuvo numerosas ramificaciones para el futuro de la nación. «El siglo XIX, en general, fue caótico. Estuvo lleno de cambios vertiginosos y de un horizonte de expectativas muy amplio. Todo parecía posible, aunque suene utópico. Caía el Antiguo Régimen y se construía algo nuevo», explica Aquillué en ABC sobre una centuria que, en contra del mito, fue «tan loca» en España como en cualquier otro país.
–España pasó a la velocidad de la luz de ser un estado absolutista a uno liberal, ¿el país arrastró secuelas por un cambio tan brusco?
–En realidad, España fue ensayando el liberalismo desde 1812, luego en el Trienio Constitucional y, finalmente, con Isabel II. Es decir, fue un proceso más gradual. Ahora bien, el paso definitivo se produce con la Revolución de 1836. Es entonces cuando se pasa de una monarquía de carta otorgada (estaba en vigor el Estatuto Real de 1834) a una netamente constitucional, con la Constitución de Cádiz primero, con la Constitución de 1837 después. Los cambios bruscos son sobre el papel y limitados. En la Europa del momento, había dos grandes modelos de liberalismo: el británico, tenido por reformista y gradual, y el francés, visto como revolucionario e inmediato. España estaba en esta segunda línea. Las secuelas fueron de aprendizaje político: un uso más extendido de las armas como forma de hacer política.
«La economía española comenzó con una crisis muy fuerte, pero acabó el siglo XIX con potentes focos industriales»
–¿Estaba el país, como luego defendieron muchos regeneracionistas, condenado al atraso y al cainismo como había supuestamente demostrado el siglo XIX?
–Rotundamente, no. Los regeneracionistas pecaron del ambiente intelectual de la época, que veía el pasado reciente con excesivo pesimismo y pensando que su país tenía males nacionales únicos. Y no. Las guerras civiles permean la construcción de los estados-nación del largo siglo XIX. En Portugal tuvieron su guerra civil en 1826-1834, en Francia en 1793-1795 o el episodio de la Comuna en 1871, y Alemania e Italia se unificaron a golpe de guerra civil. Por no hablar de los estados americanos…
En cuanto al atraso es relativo y parcial. Depende con qué se compare y en qué momento. La economía española comenzó con una crisis muy fuerte en 1803-1805, por malas cosechas y problemas en el comercio entre la España peninsular y americana, pero acabó el siglo XIX con potentes focos industriales, la repatriación de capitales de Cuba y el crecimiento en el marco de la Gran Guerra.
–Espartero es el emblema por antonomasia de los liberales progresistas, ¿consideras que es un político acorde con su fama?
–Sobre Espartero se publicó una excelente biografía de Adrian Shubert. Claramente, le superó la fama en su momento porque fue un ídolo de masas. Sin embargo, en su recuerdo actual predominan sus contramitos. Era un buen militar, pero más que por grandes estrategias, por su valor, tenacidad y carisma. Eso se ve en la batalla de Luchana de 1836, que es el gran mito del que vivió toda su vida. Venció con una carga a la bayoneta suicida… o no tanto, porque la ventisca favoreció a los soldados isabelinos que, de otra forma, habrían caído masacrados en los montes de Cabras, Banderas y San Pablo. Lo importante es que los soldados valoraron la determinación de Espartero, que les pagase (gracias a la fortuna de Jacinta), y que arriesgase su vida en combate. En el ámbito político fue más torpe. Aun así, gozó de popularidad como defensor de la Libertad y del Pueblo. Y durante su regencia respetó las normas constitucionales.
–Se conoce hoy en día poco sobre la Primera Guerra Carlista, ¿fue un conflicto de grandes batallas y grandes tácticos?
–La Guerra Carlista tuvo diferentes fases, en 1833 el fracaso del golpe de estado carlista, entre 1834-1835 una guerra intermitente mientras en el Norte configuran un estado paralelo carlista, en 1836 se intensificó y hubo expediciones que recorrieron España, 1837 es el año de las grandes batallas por la Expedición Real, y 1837-40 es el declive de la guerra en el Norte y la intensificación de esta en El Maestrazgo con Cabrera. Salvo en momentos puntuales de 1835-1837, fue una guerra de desgaste. Además, debían lidiar con agitadísimas retaguardias. No había apenas frentes claros, más allá de la línea del Ebro.
–¿Tuvieron en algún momento los carlistas opciones reales de vencer?
–Vemos la historia a toro pasado, pero nada estaba escrito de antemano. El momento crítico es septiembre de 1837, cuando unos 12.000 soldados carlistas, con toda la corte de Carlos V, se presentan a las mismísimas puertas de Madrid. Para desquiciamiento de Cabrera, ahí la partida fue política y no militar. El pretendiente carlista esperaba que la Reina regente, María Cristina, asustada por la Revolución de 1836 y el gobierno progresista, le abriera las puertas y entregase el trono. El problema fue que la Expedición Real carlista se había entretenido demasiado. Llegaron tarde. Para esas fechas, María Cristina se había deshecho del gobierno Calatrava-Mendizábal y colocado a uno más moderado.
En el fin de la guerra, también tuvieron suerte los isabelinos. Cabrera cayó enfermo. Si no, quién sabe, igual habría sido una carnicería mayor. Que ¡ojo!, los desastres de la guerra ya fueron enormes.
–Uno de los legados de la guerra fue la gran cantidad de generales isabelinos que luego entraron en política.
–Muchos generales isabelinos cayeron víctima de motines de sus propios soldados, que les acusaban de ineptitud o traición. Los que sobrevivieron, entraron en política. Espartero fue casi empujado a ello por el movimiento juntista de septiembre de 1840. Narváez en contraposición a este. Tuvieron fama por sus victorias y por el valor que rozaba la temeridad en el campo de batalla.
Espartero y Narváez fueron los líderes políticos de los dos grandes partidos isabelinos, progresistas y moderados, salidos de la Guerra Carlista . Sin embargo, hubo otros que se configuraron en ella o en su resaca de posguerra. Serrano participó activamente, ascendiendo en la guerra, pero su encumbramiento se debió más a que era un animal político camaleónico, capaz de adaptarse e intrigar en cualquier momento. O’Donnell (sobre el que esperamos el resultado de una tesis en la Universidad de Alicante), por su parte, alcanzó fama sobre todo en la fase final de la guerra, combatiendo en tierras turolenses y castellonenses, pero se movió después con acierto en la arena política, a diferencia de Espartero. Por último, el famoso y mitificado Prim, quien era muy joven en la década de 1830 y se sublevó en 1843 contra la regencia de Espartero. Su fama le llegó con la guerra de Marruecos de 1859-60, en la que ensombreció a O’Donnell.
–La obra pone énfasis en la importancia de las Milicias Populares para, entre otras cosas, crear una conciencia nacional. ¿Antes de estas no existía, por parte de fuerzas militares, un sentimiento de pertenencia a la nación española?
–La Milicia Nacional sigue siendo la gran olvidada en la construcción del Estado-Nación español, siendo que su importancia fue similar a la Guardia Nacional en Francia. El tema de las identidades siempre es complejo. La Milicia es un poderoso medio de un determinado tipo de nacionalización, claro. Pero también lo era el Ejército regular. En España eso se ve desde la Guerra de la Independencia, cuando se reclutan levas en masa, mucha gente accede a las armas y asciende por méritos. El Ejército ya no es tanto del rey como de la nación. De hecho, en 1823, Fernando VII lo disuelve temporalmente por verlo como una institución liberal.
Antes, la idea nacional era distinta en las fuerzas armadas En el siglo XVIII existía, pero más ligada al monarca, al regimiento en que se encuadrase el soldado y a la religión.
«Para la Hacienda pública, que se saneó y pudo pedir préstamos, las desamortizaciones de Mendizábal fueron acertadas»
–Del periodo que tratas en tu libro son también muy familiares al público las desamortizaciones de Mendizábal. ¿Fue una medida acertada?
–¿Acertada para quién? Para quienes se enriquecieron, lo fue. Para la Hacienda pública, que se saneó y pudo pedir préstamos, también. Hay investigaciones recientes que desmontan muchos tópicos al respecto. La desamortización no pretendía una reforma agraria de reparto de tierras. Su objetivo era dinamizar la economía, sanear la Hacienda y crear una clase de propietarios. Eso lo cumplió. ¿Afectó negativamente a las clases populares? La desamortización de Mendizábal, no especialmente. El mazazo para los pequeños propietarios y jornaleros del campo fue sobre todo en época de la Restauración con la crisis finisecular. Y de ahí saldrían las ideas de reforma agraria del siglo XX, pero en el XIX eran otros los problemas y planteamientos.
–La tesis del libro plantea cómo la sociedad se fue politizando, lo cual incluso se percibe en las riñas tabernarias. Parece que nuestra sociedad también está hoy en día en un proceso parecido. ¿Cómo se desinflan estos procesos una vez iniciados?
–En el siglo XIX, mucha gente tomó las armas y no las soltó en un buen tiempo. En Francia pasó entre 1789 y 1871, en España entre 1808 y 1873. Tanto la experiencia bélica externa e interna como el aprendizaje revolucionario y contrarrevolucionario estuvieron muy presentes en esos tiempos de intensos cambios e incertidumbres. Se conjugaron los votos y las armas como formas de hacer y entender la política a distintos niveles. En 1844 hubo agotamiento y represión de la vía revolucionaria, pero no extinción pues persistió y cogió fuerzas, pero también asentamiento de la administración estatal.
Hoy, en nuestro estado democrático y de derecho, nadie usa las armas ni tiene acceso fácil a ellas. Y mejor así. La politización actual responde a otras dinámicas, de las que hablarán mejor los politólogos. En mi opinión, ¿Cómo se canaliza ello? Desde el poder dando seguridad material ante la crisis y ofreciendo espacios de comunicación. Desde cada uno de nosotros con más civismo y, sobre todo, más empatía. Que las palabras sirvan para entendernos y tender puentes.
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