Doctrina y muerte: la guerra por conquistar las montañas más altas y peligrosas del mundo
Comunistas, fascistas, nacionalistas, liberales... Pablo Batalla Cueto recorre en 'La bandera en la cumbre' la historia política del alpinismo a través de ocho ideologías, siete movimientos sociales y tres religiones
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Iniciar sesiónHitler se obsesionó con una montaña antes, incluso, de subir al poder: el Nanga Parbat. Estaba empeñado en que un alemán fuera el primero en conquistar aquel peligroso ochomil del Himalaya. El objetivo: demostrar al mundo la superioridad de la raza aria. El primero ... en intentarlo había sido el británico Albert Mummery en 1895, pero acabó sepultado por una avalancha a 6.100 metros de altitud. Su cuerpo jamás fue encontrado y, durante décadas, el eco de aquella tragedia disuadió a los escaladores más valientes del mundo de volver a intentarlo, hasta que una expedición alemana dirigida por Willy Merkl, en 1932, se aventuró de nuevo.
En aquella ocasión, Merkl alcanzó los 7.000 metros por la vertiente Rakhiot, pero tuvo que descender. La cumbre de la «montaña asesina», como se la conocía entonces, parecía inalcanzable, pero la obsesión enfermiza de Hitler seguía intacta y no importaban los sacrificios que hubiera que hacer. Nada más ser elegido canciller en 1933, el líder nazi «ordenó subirla a toda costa y, debido a ello, diezmó a la generación dorada del alpinismo alemán. Ejerció una presión muy fuerte y murieron como ratas 26 escaladores en tres expediciones hasta 1939», explica a ABC Pablo Batalla Cueto, autor de 'La bandera en la cumbre' (Capitán Swing, 2025).
Todos estos viajes fueron financiados por el Tercer Reich. El primero, en julio de 1934, fue liderado de nuevo por Merkl y compuesto por 16 hombres que llegaron a acampar a 7.800 metros de altitud. Hacía un sol espléndido y todo iba perfecto. Pensaban alcanzar la cima al día siguiente, pero esa noche se desató una tormenta tan fuerte que todos se quedaron atrapados en las fauces del gigante. El célebre jefe de la expedición, otros dos alpinistas germanos y seis sherpas nepalíes más murieron de hipotermia y agotamiento en la que ha sido descrita como una de las peores agonías de la historia del alpinismo.
La saga de Tenzing Norgay: sucumbir a la «zona de la muerte» en el Everest
Israel VianaJamling Tenzing Norgay, el hijo del sherpa que guio a Hillary en 1953, cuenta su propia subida a la temida cima de la montaña más alta del mundo en 'Más cerca de mi padre'
El siguiente intento se produjo en 1937 bajo la consigna transmitida directamente por Hitler al jefe de esta nueva expedición, Kurt Wien, de escalar aquella maldita montaña de 8.125 metros a cualquier precio. Debían llegar a la cumbre o morir. Y, efectivamente, fallecieron. El 14 de julio les sorprendió una avalancha mientras descansaban en el Campo 4 y murieron 16 escaladores. Todo, por una decisión política y propagandística: la de situar al régimen nazi y a los arios por encima de todo, aunque no lo consiguieron. El dictador nazi, que se pegó un tiro en la cabeza ocho años después en Berlín, nunca vio cumplido su sueño.
«Todo es política»
«Todo es política, siempre ha sido así», asegura Batalla Cueto en la introducción de este nuevo ensayo en el que hace un recorrido por la historia política del montañismo. El autor cuenta cómo ocho ideologías (fascismo, comunismo, nacionalismo, anarquismo, liberalismo...), siete movimientos sociales (LGTBIQ+, feminismo, veganismo, ecologismo...) y tres religiones (cristianismo, islam y judaísmo) han tratado de asaltar las cumbres más altas e inaccesibles del planeta para clavar en lo alto la bandera de su ideario y que la vea todo el mundo. Algo así como la carrera espacial durante la Guerra Fría, con aquella lucha descarnada entre Estados Unidos y la URSS –entre el capitalismo y el comunismo–, por ser los primeros en llegar a la Luna.
«O como la carrera por las medallas en los Juegos Olímpicos que desembocó en el dopaje en masa de los deportistas en los países comunistas –añade Batalla Cueto–. Había que conseguir más que el sistema capitalista para demostrar que el comunismo era superior. A menudo se dice que el deporte no es política, pero en realidad hay pocas cosas más políticas que el deporte. Siempre ha estado atravesado por la política, y el montañismo, también». Para el autor, de hecho, el origen del alpinismo estuvo vinculado al mito liberal del individuo autosuficiente, a los primeros movimientos nacionalistas y al imperialismo británico, para trazar desde ahí nuevos senderos a través de decisiones políticas tomadas por todos los regímenes contemporáneos.
En 2008, por ejemplo, una decisión política del Estado paquistaní, reducir las tarifas de sus ochomiles y ampliar el cupo de expediciones a la cordillera del Karakórum para atraer a los turistas que habían desaparecido tras una serie de atentados, colapsó su montaña más alta, el K2. Diez equipos y treinta escaladores llegaron a coincidir en un mismo día, lo que provocó atascos, confusión y once muertos después de desprenderse una gran cornisa de hielo y dejar atrapados a varios escaladores por encima de 8.000 metros. Sus cuerpos se quedaron en la llamada «zona de la muerte».
El 'manifestódromo' del Everest
No es algo del pasado. Son muchos los montañistas que todavía hoy suben a las cumbres más altas con banderas para reivindicar causas nacionales, sociales o relacionadas con los derechos humanos. El Everest, por ejemplo, se ha convertido en una especie de 'manifestódromo' cada vez más concurrido. Batalla Cueto recuerda que, el 23 de mayo de 2010, se encaramaron a su cima 169 personas. Entre ellas, la bangladesí Wasfia Nazreen, que quería conmemorar el 40 aniversario de la independencia de Bangladesh; el nepalí Prakash Dahal para homenajear a su padre, el insurgente maoísta Puspa Kamal; la japonesa Tamae Watanabe, que se convirtió en la escaladora de más edad en subirla a los 73 años, y el británico Kenton Cool, para cumplir con la voluntad del militar Edward Strutt, que quiso que un británico fuera el primero en subir, pero fracasó en 1922.
«Además de competir por ser el primero, se enfrentaban las distintas formas de entender el alpinismo. Los estalinistas, por ejemplo, tenían una visión radicalmente distinta a los burgueses, que buscaba la gesta individual, romántica y deportiva, aunque no tuviera ninguna utilidad. Stalin, por su parte, promovía un alpinismo colectivo, con expediciones de hasta cien personas. Eran conquistas colectivas y, por lo general, con un propósito ideológico. Por ejemplo, demostrar a las poblaciones del Cáucaso y Asia Central que no habitaban dioses en las cimas. Promovía el ateísmo oficial y combatía la religión. Lo mismo que cuando Yuri Gagarin viajó al espacio por primera vez en 1961 y dijo: 'No veo ningún Dios aquí arriba'», subraya el autor.
La conquista de las montañas era prioritaria para el régimen soviético y planificaban las expediciones al milímetro, sin regatear en recursos. Para los sietemiles más altos, incluso, se organizaban convoyes de veinte o treinta montañeros y usaban aviones para lanzar los pertrechos con paracaídas a los excursionistas. En muchas ocasiones, además, había una diferencia importante: los soviéticos no subían las montañas porque estuvieran ahí, como los millonarios occidentales, sino en busca de una utilidad: instalar una estación meteorológica, tomar datos o recoger muestras para alguna investigación, entre otros fines.
En este sentido, aclara Batalla Cueto: «Es cierto que todos los ochomiles fueron conquistados por países capitalistas, salvo el Shisha Pangma por China en 1964. Por eso, cada vez que un país comunista lograba una gesta, la aprovechaba desde el punto de vista político». Por ejemplo, en septiembre de 1976, cuando muere Mao Tse-Tung, los chinos suben al Everest por la cara norte y, durante la ascensión, celebran sesiones de estudio para combatir los cambios en el régimen tras el fallecimiento del amado líder, arengas con el puño en alto, visitas de los mandos del partido y hasta entregas de carnés a nuevos militantes a 8.200 metros de altitud. En la cumbre, por supuesto, se desplegó la bandera del partido comunista y, cuando descendieron, editaron un álbum fotográfico con estampas de la ascensión y citas de Mao: «La nueva China promueve el montañismo como un deporte al servicio de la política del proletariado».
El pico Comunismo
En la URSS, por si fuera poco, rebautizaron las montañas que iban coronando con nombres tan insólitos como el pico de los Comisarios Rojos, pico Revolución de Octubre, pico del Reclutamiento Militar, pico de las Juventudes Leninistas, eslabón de los Partidarios de la Comuna, collado de la Prensa Soviética, pico de los Camaradas, pico Gorki, el obligado pico Lenin y hasta un pico de la España Libre. Su pico más alto, con 7.495 metros, lo llamaron Stalin hasta 1966 y luego, pico Comunismo. Este último líder llegó, incluso, a declarar oficialmente vírgenes las cumbres que habían sido coronadas por primera vez por alpinistas purgados.
«En cualquier caso, el nacionalismo fue la primera ideología que se manifestó claramente en la historia del alpinismo. En la famosa conquista del Cervino, por ejemplo, hubo una gran competencia entre británicos e italianos por ser los primeros en hollar su cumbre. Ganó el inglés Edward Whymper en 1865, pero de milagro, porque su guía italiano le intentó engañar para retrasarlo y que ganaran sus compatriotas. Esa competición fue una constante también en España. El origen de nuestro alpinismo moderno es la ascensión al Naranjo de Bulnes en 1904 por parte del marqués de Pidal, cuya motivación fue igualmente nacionalista. Según reconoció, se lanzó a por su cima cuando escuchó que unos ingleses querían subirlo y que él no podía permitir que los primeros en conquistarla fueran extranjeros», relata el autor.
Y continúa con otro caso: «La expedición francesa de Maurice Herzog en 1950 fue la primera en ascender una montaña de más de 8.000 metros, el Annapurna. Para un país como Francia que no había sido protagonista en el montañismo fue muy importante, así que sacó pecho. El viaje contó con financiación pública y, sobre todo, aportaciones del pueblo a través de una especie de 'crowdfunding' en el que aportaron dinero desde el dueño del banco hasta el obrero con el objetivo de fomentar el relato de una nación unida. Lo presentaron como una gesta nacional y a la expedición, como una representación de la nación en miniatura. En la cumbre, por supuesto, ondearon la bandera tricolor».
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