El lado oscuro de los héroes y partidos mitificados por la Segunda República en la Guerra Civil
Roberto Villa, profesor titular de Historia Política de la Universidad Rey Juan Carlos, desvela en ABC la realidad tras el idealizado sistema político que arrancó en 1931
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Iniciar sesiónLos tópicos son la otra gran epidemia de la era moderna. Es lógico. A nivel histórico, resulta más grato recurrir a ellos que sumergirse de lleno en los claroscuros de uno u otro personaje. Evocamos a Napoleón Bonaparte como un héroe en miniatura a pesar ... de que medía 1,69 metros, repetimos como un mantra falacias extendidas por la Leyenda Negra como que los conquistadores esparcieron únicamente muerte en las Américas y, entre otras tantas cosas, definimos a Bernard Montgomery como un genio militar a pesar de que la mayor operación que orquestó acabó en desastre.
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Sin embargo, en nuestras fronteras existe un período cuya simplificación tiende al extremo: la Segunda República . Y, dentro de ella, un personaje: Manuel Azaña . Así lo atestigua Roberto Villa , profesor titular de Historia Política de la Universidad Rey Juan Carlos y autor, entre otras obras, de «Alejandro Lerroux, la república liberal» y «1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular» . Por ello, hoy desvela a ABC su otra cara y la de los partidos políticos que le seguían.
-Se acusa a Azaña de no haber condenado la violencia del golpe de Estado del 34. También de haber apoyado lo acontecido en Casas Viejas (“Se hizo lo que había que hacer”). ¿Hemos olvidado a ese Azaña más violento y revolucionario, o nunca lo fue?
Hay que separar al Azaña de las conmemoraciones del Azaña histórico. Cuando se conmemora algo, habitualmente se resalta lo positivo y lo que podemos aprender hoy del discurso y la trayectoria de una figura del pasado. Por tanto, como es normal, se diluyen las sombras. Para el PSOE, Azaña es un referente importante, y se entiende que quieran homenajearlo. Más extraño es el fenómeno de que los partidos de centro y derecha carezcan actualmente de referentes y consideren que no tienen a nadie a quien conmemorar y del que aprender nada.
¿Cuál es el Azaña histórico?
Si nos vamos al histórico, encontramos varios Azañas y, entre ellos, un Azaña revolucionario. Ese fue, por ejemplo, promotor junto a otros miembros del Comité Revolucionario (el que luego será Gobierno Provisional de la República) de una insurrección para derribar a la Monarquía en 1930 y de establecer por la fuerza una República. Fue también el máximo responsable de que la República no se convirtiera en un régimen que recuperara las libertades abolidas por la Dictadura de Primo de Rivera en 1923, como querían Alcalá-Zamora y Alejandro Lerroux.
Azaña consideraba la República como un programa político de revolución cultural que debía cambiar el Estado y la sociedad españolas. Había que “republicanizar” a los españoles, y esto implicaba aplicarles sin concesiones y a rajatabla un programa de ruptura obligada con las instituciones y los valores que habían predominado en la Monarquía constitucional.
«Azaña decidió, en julio de 1936, armar a las milicias de los partidos y sindicatos de izquierda y convertirlas en fuerza pública, destruyendo cualquier noción de legalidad en la zona republicana»
¿Y el otro Azaña?
Es el más controvertido, el de la revolución de 1934. Sabemos que él desaconsejó personalmente la insurrección a los socialistas y a los políticos de la Esquerra Republicana de Cataluña. Pero también sabemos que consideraba ilegítimo por antirrepublicano (es decir, por contrarios a ese programa de republicanización de izquierdas que consideraba inseparable de la República), a la coalición de centro-derecha de los radicales de Lerroux con la derecha católica de Gil-Robles.
Azaña presionó a Alcalá-Zamora desde noviembre de 1933 hasta septiembre de 1934 para que disolviera el Parlamento de centro-derecha recién electo y volviera a convocar elecciones con un gobierno de izquierdas, advirtiéndole que, de no hacerlo, debía enfrentarse a la eventualidad de una revolución. Y luego compartió candidatura en las elecciones de 1936 con los cabecillas de esa sublevación y con un programa que amnistiaba a los implicados en ella, mientras pedía responsabilidades políticas y penales al gobierno Lerroux y a los militares y policías que la habían derrotado.
También está el Azaña que decide, el 19 de julio de 1936, armar a las milicias de los partidos y sindicatos de izquierda y convertirlas en fuerza pública, destruyendo cualquier noción de legalidad en la zona republicana.
¿Qué movía al Azaña más extremista?
Bueno, no fue una cuestión de odio, sino de política de partido. Para Azaña, la democracia no era, como para nosotros hoy, un régimen de libertades civiles y división del poder donde los electores deciden libremente quiénes les gobiernan. Para él (y para todos los republicanos de izquierda), la democracia era la República. Y ésta, un tipo de régimen cuya misión era “liberar” a los españoles de la influencia social de la antigua elite monárquica, de los militares, de la Iglesia católica y de lo que Azaña llamaba los “partidos reaccionarios”, que era todo lo que había a su derecha, fuesen monárquicos o republicanos. De esta operación rupturista surgiría una sociedad “moderna”, que es lo que Azaña consideraba que había ocurrido en Francia tras su revolución y en España no.
Y como esa cirugía social debía hacerse desde el gobierno, éste debía estar siempre en manos de auténticos republicanos, esto es, de personas comprometidas con esta misión. Los republicanos que no lo estuvieran eran “monarquizantes” que no podían ni debían gobernar, porque entonces interrumpirían esta labor de “modernización” fundamental. Es importante retener que, para Azaña, la República no era simplemente quitar a un Rey para poner a un presidente. Era un programa más profundo, que llegó a plasmarse en la Constitución de 1931.
¿Debemos recordarle como la figura moderada que encarnó la Segunda República?
Lo cierto es que Azaña no era socialista, ni jamás estuvo a favor de la revolución social “de clase” que patrocinaban los partidos o sindicatos obreros. Pero cuando quiso imponer moderación, Azaña no fue un dique de contención eficaz para el radicalismo y la polarización, y esto se ve especialmente bien en los meses previos a la Guerra Civil. En determinados contextos incluso fue un actor que atizó ambos fenómenos.
Azaña encarna la Segunda República en su orientación de izquierdas y no podríamos entender aquel régimen sin él. Por eso, el hecho de que la República no llegara a consolidarse y acabara quebrando está también muy ligado a su misma actuación pública. Por eso, el Azaña político que suele resaltarse no es tanto el de la República o el de los primeros meses de la Guerra Civil como, sobre todo, el Azaña de Paz, Piedad y Perdón, y el de los discursos y escritos que llamaban a la concordia ya en la segunda parte de la Guerra Civil.
«La Segunda República fue un periodo de radicalización general. Los defensores de un régimen de libertades eran por entonces una minoría»
Hemos hablado de Azaña, pero hubo otros tantos políticos que, aunque hoy son recordados como verdaderos adalides de la libertad, demostraron durante la Segunda República su lado más radicalizado…
En realidad, la Segunda República es un periodo de radicalización general. Los adalides de la libertad, esto es, los defensores de un régimen de libertades que pudiera ser gobernado a izquierda o derecha según lo requiriera el electorado, y que permitiera a los españoles "vivir y dejar vivir", eran por entonces una minoría. La componían el Partido Radical de Alejandro Lerroux y todos aquellos partidos del centro-derecha que procedían de los partidos liberales monárquicos de la Restauración, como los agrarios de Martínez de Velasco, los liberales demócratas de Melquíades Álvarez, los republicanos conservadores de Miguel Maura, los conservadores independientes de Abilio Calderón o figuras como Alcalá-Zamora, Joaquín Chapaprieta o Manuel Portela.
Todos los demás partidos estaban dispuestos a sacrificar las libertades para implantar "su" régimen político y "su" Constitución. Como mínimo, mantuvieron una relación ambigua con la democracia, declarándola sólo un medio o una estación de tránsito a otro sistema distinto.
¿Alejó algún conocido personaje de la República en especial a partidos como la CEDA?, ¿entraban estos partidos «de centro derecha» en el juego democrático?
No, ni la CEDA ni la derecha en general entraban en la República que diseñaron por los republicanos de izquierda y los socialistas, y eso Azaña lo dejó meridianamente claro. Lo que éstos llamaban "democracia" no era un régimen de libre competencia electoral entre distintos partidos. La "democracia" era, para las izquierdas, la República, y ésta el gobierno de los auténticos republicanos. Esto es, de todos aquellos partidos comprometidos con el programa republicano-socialista. En la medida en que la CEDA e incluso la derecha liberal estaban contra este programa, para las izquierdas esos partidos carecían de legitimidad para gobernar aunque ganaran las elecciones.
Este veto incluso llegó a afectar al mismo Partido Radical, el partido republicano más antiguo. Lerroux concebía la República como la recuperación de las libertades, del parlamentarismo y de las elecciones libres abolidas por la Dictadura de Primo de Rivera. Precisamente porque Lerroux pensaba la República como una democracia liberal, Azaña lo acusó de "monarquizante", es decir, de corromper el nuevo régimen al permitir que pudieran gobernarlo sus "enemigos". Mientras Lerroux quería convertir en republicanos a los antiguos monárquicos, Azaña quería excluirlos por completo de la vida política, para que no "corrompieran" con su presencia el nuevo régimen. La derecha era, para Azaña, la representación política de la "España tradicional" y esa "España tradicional" tenía ya su destino señalado con la República: la de desaparecer.
Se tiende a pensar en una república unificada que luchó unida hasta el final. ¿Es cierto?
Ciertamente, el bando republicano, igual que el nacional, nunca fue un frente unido. La diferencia es que, mientras los militares del bando nacional se unificaron en torno al liderazgo de Franco y éste luego obligó a los diversos partidos de centro y derecha a integrarse en uno solo, ese proceso apenas se produjo en la zona republicana. De hecho, antes del golpe de Casado hay otros acontecimientos muy divisivos como los sucesos de mayo de 1937 que enfrentaron a la CNT en Barcelona con la Generalidad de ERC apoyada por los socialistas y los comunistas; las diversas disputas entre el poder central republicano y los gobiernos regionales catalán, vasco o asturiano; la división interna del PSOE, que fue aprovechada por el PCE para convertirse en la fuerza política más importante de la zona republicana; o la violenta erradicación del POUM y sus dirigentes por el gobierno de Negrín y el PCE.
El ejemplo más claro es que, en los últimos días de la contienda, se sucedió un golpe de Estado por parte de Casado que destrozó cualquier posibilidad de resistencia.
La sublevación de Casado anticipó la victoria de Franco. Pero no hay que olvidar que la capacidad de resistencia de los republicanos estaba ya al límite, y precisamente el apoyo a Casado tuvo mucho que ver con eso. Los "casadistas" tenían razón en que era una absoluta locura continuar con la sangría cuando los nacionales habían ganado ya la guerra y los republicanos en ningún caso podían revertir ese resultado. Y hay que recordar que la Segunda Guerra Mundial no habría cambiado las cosas, porque la URSS la comenzó en comandita con la Alemania nazi. Además, Reino Unido y Francia ya habían reconocido al gobierno de Franco en febrero de 1939, y éste no se habría implicado en el conflicto europeo como aliado de Berlín.
¿Qué opinión le merecen los llamados grandes generales de la Segunda República como Rojo o Miaja?, ¿se ha mitificado su figura?
La verdad es que José Miaja y Vicente Rojo van a ser dos importantes revelaciones en la Guerra Civil. Sin necesidad de mitificarlos, ambos muestran que los republicanos contaban con militares bastante competentes y no inferiores a los del bando nacional. Se me ocurren otros más como Martínez Monje, Escobar, Castelló, Riquelme, Martínez Cabrera...
El problema es que Azaña y el gobierno republicano de Giral no intentaron combatir a la sublevación sobre la base del Ejército y los cuerpos de policía profesionales. Las Fuerzas Armadas y de Orden Público de antes de la guerra casi desaparecieron de la zona republicana al decretar su gobierno el reparto ilegal de armas de los militares y la policía a los partidos y sindicatos del Frente Popular, y convertir a sus milicias en fuerza pública. Ahí está la clave de por qué una sublevación que no había alcanzado, de primeras, sus objetivos más importantes, va a recibir un nuevo impulso a partir del 20 de julio de 1936. La decisión de Azaña y Giral les impediría derrotarla con rapidez y el conflicto acabaría convirtiéndose en una Guerra Civil de tres años, con la derrota además de quiénes tenían, en julio y agosto de 1936, casi todos los recursos en sus manos para ganar, que era el bando republicano.
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