La histórica doctrina sobre Rusia aún vigente: «Es poco influenciable por la razón, pero sensible a la fuerza»
George F. Kennan, segundo jefe de misión en la embajada de Estados Unidos ante la Unión Soviética entre 1944 y 1946, fue el cerebro de los primeros análisis serios sobre lo que suponía el régimen bolchevique para la estabilidad mundial
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Iniciar sesiónLas corrientes anticomunistas en Occidente establecieron una visión reducionista de la URSS como un imperio fanático y sin pies en el suelo. Un ente político irracional movido únicamente por la ideología. Esta demonización del enemigo hizo que EE.UU. tardara en cogerle la media a ... la URSS y en entender que su viejo aliado durante la Segunda Guerra Mundial era ahora el rival de referencia, no tanto porque el comunismo soviético fuera una ideología sólida y bien ensamblada, sino justamente porque era un conjunto de teorías vagamente definidas, obsoletas y contradictorias que respondían con la agresividad de la Rusia imperial a las circunstancias adversas.
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Una corriente dentro de EE.UU. se rebeló en los albores de la Guerra Fría contra estas ideas tan limitadas y pidió una política de contención hecha a la medida no de la amenaza soviética, más bien de la amenaza rusa, la de los zares, la de los viejos imperios, una tan parecida a la que Putin, en una dimensión más reducida , pretende resucitar hoy en día.
Contener y esperar
George F. Kennan, segundo jefe de misión en la embajada de Estados Unidos ante la Unión Soviética entre 1944 y 1946, fue el cerebro de los primeros análisis serios sobre lo que suponía el régimen bolchevique para la estabilidad mundial. A finales de febrero de 1946, dos semanas más tarde de un amenazador discurso de Stalin, Kennan envió un larguísimo telegrama de dieciséis páginas desde Moscú a Washington. El telegrama trató de responder a la pregunta del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos sobre por qué los soviéticos no estaban apoyando al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional , recientemente creados, pero terminó siendo algo más profundo. Un golpe de realidad sobre el mundo que iba a configurarse durante la Guerra Fría.
En esas páginas Kennan defendía que la URSS, impulsada por el tradicional sentimiento de inseguridad de Rusia y su visión marxista-leninista fieramente anticapitalista, era irremediablemente hostil a Occidente. Y sí, era una dictadura brutal («un régimen policíaco por excelencia, alumbrado en el oscuro mundo de la intriga zarista y acostumbrado a pensar esencialmente en términos de política de poder»), pero más importante eran sus ganas de expandirse en lo que el imperio ruso consideraba su órbita histórica.
En su opinión, Moscú necesitaba enemigos extranjeros para justificar lo extremo de su gobierno y para continuar su política expansionista hacia Europa occidental, poniendo en grave peligro la seguridad de EE.UU. No obstante, Kennan consideraba que, si bien el Kremlin era «poco influenciable por la lógica de la razón», si era «muy sensible a la lógica de la fuerza», por lo cual había que evitar provocarle. El telegrama concluía que, a pesar de la amenaza, la URSS era más débil que Occidente siempre y cuando éste mantuviera su «cohesión, firmeza y vigor» frente a Moscú.
Del pasado al presente
El texto sería ampliado en un artículo muy influyente dentro del Departamento de Estado, tanto que fijó las bases de la doctrina de la contención que imperó durante las siguientes décadas en el mundo. Según la propuesta de Kennan , contención significaba hacer frente a la ofensiva soviética allí donde ésta se produjese pero sin atacar su presencia donde ya estaba asentada la URSS.
Para Henry Kissinger, «la contención fue una teoría extraordinaria: al mismo tiempo empecinada e idealista, profunda en la evaluación de las motivaciones soviéticas, y sin embargo curiosamente abstracta en sus percepciones, profundamente norteamericana en su utopismo, presupuso que un adversario totalitario podría transformarse en forma esencialmente benigna». EE.UU. debía mostrar, según esta doctrina, una actitud «a largo plazo, paciente y vigilante» , a la espera de que los soviéticos se destruyeran a sí mismos.
Como apunta en su artículo 'El telegrama largo de George Kennan' Antonio R. Rubio Plo, profesor de Relaciones Internacionales y de Historia del pensamiento político en la Universidad Complutense, «llegaría el tiempo en que se pondría de manifiesto el tremendo contraste entre la exportación de la vitalidad política del sistema comunista y la incapacidad para exportar éxitos o evidencias reales de que haber logrado para su pueblo la prosperidad material. Cuatro décadas después, los hechos dieron la razón a Kennan sobre la vulnerabilidad económica de Rusia ».
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y también durante esta, Rusia construyó un cordón amortiguador de futuras agresiones, formado por naciones sometidas: estados policiales administrados por los Partidos Comunistas locales y controlados por la presencia del Ejército Rojo, lo que provocó una serie de sublevaciones en las poblaciones ocupadas: en Alemania Oriental , en 1953; en Hungría, en 1956; y en Praga en 1968. La Guerra Fría terminó sin necesidad de una gran ofensiva estadounidense contra ese cordón, sino debido al enorme peso de ese telón de acero que Moscú, y su economía, terminó siendo incapaz de sostener.
Kennan no era partidario de las rendiciones incondicionales y consideraba que se debía castigar a los líderes, pero no destruir la administración del país
George F. Kennan murió en 2005 cuando había sobrepasado el siglo de edad. Su longevidad le permitió vislumbrar el nuevo mundo que se fue construyendo tras la desintegración de la URSS. El ideólogo de la doctrina de contención no mostró ningún entusiasmo ni por la ampliación de la OTAN, ni por las intervenciones militares en Kosovo, Afganistán e Irak . Según él, ese tipo de intervenciones y ocupaciones de los territorios de los vencidos despertaba, como en Afganistán o ahora en Ucrania, el espíritu de resistencia de los pueblos sometidos. Kennan consideraba que se debía castigar a los líderes, pero no destruir la administración del país para evitar posteriores convulsiones sociales.
Hoy, Rusia sigue siendo un país con voluntad de imperio, dispuesta a hipotecar su economía para salvaguardar la seguridad de sus fronteras. Kennan, aficionado a la literatura clásica y ávido lector de Gibbon, encajaba la política internacional de la URSS y la de Putin en la secuencia de la Rusia imperial, continuación de la Gran Rusia de los Zares.
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