Guerra Civil
Los errores y mentiras de la República para esconder la tragedia del Ebro: «Nos costó la guerra»
La batalla, destinada a aliviar la presión sobre Valencia, se convirtió en la última gran ofensiva del Ejército Popular. Sin embargo, algunos generales sostuvieron que aceleró la caída de Barcelona
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónLa tarde del 24 de julio de 1938 se esfumó, tan calmada como de costumbre, para el general Juan Yagüe . En su cuartel general de Caspe, antes de acostarse, el militar franquista se despidió con el que ya se había convertido en ... su latiguillo particular: «Bueno, vamos a dormir, señores, que esta noche los rojillos no parece que traten de pasar el Ebro». Pero aquella no era otra aburrida jornada de guardia a orillas del río más caudaloso de España. Dos horas después, a eso de las dos de la madrugada, su asistente le levantó de la cama entre gritos para informarle de que el ejército republicano había iniciado una ofensiva tras atravesar las aguas con barcas. «¡Todo el mundo a sus puestos!».
Noticias relacionadas
Así arrancó la última gran acometida de la Segunda República en la Guerra Civil: la batalla del Ebro . Un golpe de mano que buscaba aliviar la presión que ejercía el ejército Nacional sobre Valencia (lo que en terminología militar se denomina un «ataque de diversión») y ganar tiempo hasta que la comunidad internacional se decidiera a intervenir políticamente en la Península a favor de las tropas gubernamentales. Sin embargo, tras cuatro meses de combates los réditos fueron nulos para su arquitecto, el general Vicente Rojo . Lo único que obtuvo el entonces jefe del Estado Mayor Central fueron unas 75.000 bajas entre muertos y heridos. Y lo mismo le sucedió a Francisco Franco , cuyo empecinamiento en hacer retroceder al Ejército Popular le granjeó 65.000.
Ruda batalla
Si para el bando Nacional la batalla comenzó con el despertar de Yagüe, para los republicanos lo hizo con la voz ronca del comandante Alonso , el primer oficial en cruzar el río por la comarca del Bajo Ebro a las 00:15 . Él fue uno de los miles de soldados que tenían como objetivo principal crear una cabeza de puente y defender a los pontoneros, encargados de tender puentes y pasarelas. La clave era la rapidez. En primer lugar, para que los tres cuerpos de ejército dirigidos por Modesto (unos 100.000 hombres acompañados por carros de combate y artillería) pudiesen pasar a la orilla occidental. Pero también para que, una vez terminada esta primera fase, el Ejército Popular avanzara a toda prisa hasta la localidad tarraconense de Gandesa, un nudo de carreteras clave.
El cruce del río, la operación militar más compleja después de un desembarco, salió a la perfección. Y otro tanto pasó con el avance hacia el objetivo. En pocas horas fueron tomadas la sierra de Pàndols y la de Cavallas , determinantes ya que, gracias a ellas, se dominaba la región. La sorpresa fue tal que Franco detuvo su ataque sobre Valencia. Sin embargo, al Ejército Popular le resultó imposible conquistar su objetivo. «Gandesa no pudo ser tomada a pesar de que las vanguardias llegaron a sus inmediaciones […] debido a la mala organización y a la carencia de mandos competentes», explicó el general republicano Jesús Pérez Salas en sus memorias.
Franco, como solía hacer, asió al morlaco por las astas y, en lugar de ceder el terreno perdido (de escasa importancia) se personó en el Ebro con cinco divisiones y una gran fuerza artillera para obligar a retroceder al Ejército Popular. En ese momento empezó un calvario para los republicanos que se extendió durante cuatro meses. Con el apoyo de la Legión Cóndor , encargada de destruir los puentes por los que pasaba material, golpeó el corazón de un contingente que no estaba preparado para una batalla de larga duración.
Varios contraataques después, el 30 de octubre, ordenó el avance frontal contra las posiciones defendidas por las tropas de Enrique Líster, entre las mejores del enemigo. A pesar de que era un movimiento arriesgado, pues contaban con la ventaja de la altura, le salió a la perfección y rompió el cerco.
En la quincena posterior, los republicanos no tuvieron más remedio que retirarse ante el empuje Nacional. El 16 todo estaba perdido y los asaltantes volvían a cruzar el río. Al parecer, bajo la atenta mirada de la una artillería Nacional que prefirió no disparar (o errar el blanco a propósito) para evitar una matanza mayor. O eso explicó la propaganda franquista… Jorge M. Reverte , en su magna «De Madrid al Ebro. Las grandes batallas de la Guerra Civil española», se limita a señalar que «los últimos soldados republicanos cruzaron el río por Flix mandados por Manuel Tagüeña » sin perder «material ni hombres» durante el trayecto. Así terminó la contienda más larga de la Guerra Civil, aquella que supuso el principio del fin del conflicto.
Y duras críticas
Para el general Salas, crítico con la politización del Estado Mayor del Ejército Popular, aquel fue un desastre favorecido por unos mandos dubitativos que, en lugar de avanzar hacia el corazón de Alcañiz con todos los medios a su disposición, prefirieron hacerlo con extrema cautela. El oficial defendió durante toda su vida la idea de que Vicente Rojo , al frente de la operación, debería haber apostado por un ataque total. También fue partidario de que, en el caso de haber fallado, las divisiones republicanas tendrían que haberse retirado al instante, antes de que llegaran más tropas Nacionales para evitar bajas inútiles. Así lo recogió en «Guerra en España, 1936-1939»:
«¿Qué hubiera pasado si hubiésemos llegado a Alcañiz? La falta de audacia, tan característica en nuestro Mando Supremo, debía una vez más desaprovechar la gran oportunidad de asestar un golpe mortal al enemigo. Bastaba para ello haber empleado, en un principio, las fuerzas y elementos que se fueron quemando en una inútil e incomprensible batalla de desgaste. De no poderse haber hecho lo que indicamos, procedía la vuelta a la base de partida, una vez conseguido el primer objetivo. Se optó por el término medio y eso nos costó la guerra».
El general Vicente Rojo, en sus memorias, defendió haber avanzado con cautela una vez que se cruzó el río Ebro. La Segunda República, explicó, no buscaba obtener una victoria que aplastara al enemigo, cosa imposible en aquel entonces. Por el contrario, lo que se pretendía era ganar tiempo para que la comunidad internacional enviase material de guerra al Ejército Popular en grandes cantidades. Lo que no señaló es algo que sí recuerda Salas: que eso permitió que unas fuerzas sublevadas mucho menores en número durante los primeros días detuvieron a un gran contingente gubernamental.
«Para esperar las posibilidades de una llegada de material de guerra, más o menos cuantioso y más o menos seguro, se enterró el escaso material que poseíamos. Es probable que una vez liquidada la batalla del Ebro [y en caso de rápida retirada republicana], a su debido tiempo y con desgaste de fuerzas, el enemigo hubiera empezado su ofensiva general antes, por haber podido adelantar sus concentraciones. Pero no es menos cierto que hubiese encontrado un adversario mucho más potente, que le hubiera obligado a necesitar más tiempo para su avance por Cataluña, suponiendo que no hubiésemos conseguido detenerlo».
Mentiras contra verdades
A pesar del descalabro y las bajas ( Juan Negrín afirmó que hubo que lamentar 90.000, mientras que el propio Rojo redujo el número a 15.000), la Segunda República insistió en calificar la batalla del Ebro como una de las « obras cumbres » de la Guerra Civil. El mismo presidente del Gobierno de la época la definió como una « ofensiva victoriosa que ha de quedar inmortalizada en la historia ». En la actualidad también se ha esgrimido que consiguió detener el avance del ejército sublevado hacia la capital, así como la victoria final.
Salas no compartió la opinión de Negrín. A pesar de que admitió que «la concepción estratégica de la batalla fue muy buena», también insistió en que la negativa de los mandos comunistas a retirarse produjo una ingente cantidad de bajas y provocó «la pérdida de la guerra para nosotros». «La política se impuso en aquella ocasión a la estrategia, y esta fue la causa de que la guerra se perdiera mucho antes . ¿Por qué sostener aquella lucha durante cuatro meses, que fueron fatales para nosotros?», completó.
Jorge M. Reverte, por su parte, es partidario de que la contienda terminó en tablas, ya que «la victoria sobre el terreno» de Franco se redujo a «recuperar en cuatro meses los 800 kilómetros cuadrados» que había perdido en un día. Para terminar, añade que, aunque el Ejército Popular ganó tiempo para que la «política de resistencia del gobierno», enterró a las mejores unidades que quedaban.
Franco opina
El balance tampoco fue bueno para Franco. Ya no solo por las bajas, sino porque el dictador se obcecó en mantener, y luego recuperar, un territorio que no le ofrecía excesivas ventajas estratégicas. Con todo, supo vender también la operación como una victoria en una entrevista que concedió a «El Diario Vasco» un mes y medio después de que se pusiera punto y final a la contienda.
«La batalla del Ebro es, de todas las que ha librado el ejército Nacional en esta guerra, la más áspera y, por decirlo así, la más fea. Apoyado el enemigo en dos tramos del río, bien cubiertos sus flancos, dueño del sistema de observatorios que domina la región, apretada la densidad de tropas que presentaba frente a nosotros y muy abundantemente nutridos los batallones rojos de armas automáticas, considerada además la escasa extensión del frente de combate, resultaba muy difícil, por no decir imposible y contraproducente, maniobrar desde el primer instante. Yo me decidí a aprovechar la coyuntura que me ofrecían las circunstancias. Es cierto que las unidades marxistas tenían a su favor algunas ventajas de orden táctico, pero, al propio tiempo, estaban sometidas a la desventaja de encontrarse de espaldas a un río inmediato».
Franco coincidió en su lectura de las repercusiones de la batalla con Salas. En sus palabras, la ingente cantidad de artillería desplegada por los Nacionales hizo que cayeran 4 soldados republicanos por 1 de sublevado. Además, confirmó, el desgaste al que sometió a los enemigos hizo que « el ejército marxista de Cataluña saliera del Ebro casi deshecho », lo que, a la larga, condenó a Barcelona y a Cataluña.
«Toda la decantada combatividad de los marxistas, que no fue tanta como se ha llegado a decir, se acabó en muy pocos días. ¡Combatividad! ¿Qué podían hacer unos hombres con un río a la espalda, y con las ametralladoras de los comisarios políticos listas para fusilarlos si intentaban replegarse?».
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete