Abd el-Krim vs Franco: así conquistó España la 'guarida' del rifeño que desangró a su ejército
El Día D español parece un punto final en la conquista de la kábila del líder rifeño, sin embargo, llegar a Axdir supuso una pequeña odisea para el ejército español
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Iniciar sesiónHubo de pasar casi un mes, algo menos de treinta jornadas de duros combates, para que el desembarco de Alhucemas culminara con la llegada a Axdir , germen de la revuelta rifeña y corazón del ejército de Abd el-Krim . Fue el 2 ... de octubre de 1925 cuando, como explicó una jornada después el diario ABC en sus páginas interiores, una fuerza combinada arribó a la kábila y dio por cerrada una herida que desangraba a España desde hacía más de una década. «Farleros y jubilosos, los colores nacionales festejaron desde los mástiles de los balcones y de los edificios públicos el triunfo de nuestras armas en Axdir. Cundió el escalofrío de la emoción intensa», explicaba este periódico.
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Axdir era considerada la « Meca de la rebelión ». La población más importante de la kábila de Beni Urriagel , aquella desde la que se había desencadenado el estremecedor Desastre de Annual que costó la vida a más de diez mil soldados españoles, y el lugar de nacimiento del líder Abd el-Krim, cabeza visible de la revuelta. Por ello, su conquista suscitó todo tipo de sentimientos en el ejército español. En la Península, por ejemplo, los diarios hablaron de aplausos y alegría. Y otro tanto entre los soldados. Francisco Franco , entonces coronel al frente de la Legión, dejó sobre blanco en su diario su felicidad, aunque también se asombró por las riquezas culturales y agrícolas que albergaba aquella zona.
Alhucemas, primer escollo
Pero vayamos por partes. ¿Qué diantres era la bahía de Alhucemas y por qué España se decidió a organizar el que, a la postre, sería el primer desembarco de infantería apoyado por carros de combate y aviación? Responder estas preguntas nos obliga a viajar hasta 1925, año en que las revueltas rifeñas habían desangrado a nuestro ejército y, a golpe de sublevación, el líder cabileño Abd el-Krim había logrado golpear con severidad la honra hispana con la toma del campamento de Annual . Rápido de escribir y de decir, pero más que arduo de digerir... Hasta la cocorota de sentir la gumía marroquí en la garganta, el dictador Miguel Primo de Rivera tomó entonces la determinación de acabar con el problema para siempre.
Tras llevar a cabo un estudio exhaustivo de la situación, decidió atacar el corazón de la revuelta a través del mar con un desembarco masivo de tropas franco-españolas. Y este no era otro que la kábila de Beni Urriaguel . Hasta entonces todas las operaciones terrestres habían tenido como objetivo su conquista, pero se habían ido al traste una tras otra. Si no podía sentar sus reales arribando desde Ceuta y Melilla , entendió que lo idóneo sería meter por las bravas (y a pocos kilómetros del cuartel general enemigo) dos brigadas reforzadas. Aquello de Mahoma y la montaña, vaya.
El objetivo principal sería la toma de la bahía de Alhucemas (ubicada en el norte de Marruecos a un centenar de kilómetros de Melilla); una operación que ya se había planteado con anterioridad. Así lo explicó el general Manuel Goded –quien participó en el desembarco– en su libro «Marruecos. Las etapas de la pacificación».
«La idea de un desembarco en las costas de Alhucemas no se manifestó concretamente en un momento determinado , sino que se fue elaborando por lenta gestación […] a partir del momento en que nuestra acción militar, desde la campaña de 1909, nos fue revelando […] que el guerrero más fuerte […] era el rifeño de Beni Urriaguel y que esta cabila era la que dirigía y encuadraba la rebelión y la que daba contingentes de mayor valor combativo»
Desembarco
Tras la Conferencia de Madrid (en la que los gobiernos español y francés acordaron ir de la mano hasta Beni Urriaguel), el ejército preparó la ofensiva. El peso del desembarco recayó sobre 13.000 soldados divididos en dos brigadas: una (la de Ceuta) al mando de Saro y otra (la de Melilla) a las órdenes de Emilio Fernández Pérez . En la primera estaba encuadrado el coronel Francisco Franco, además de dos banderas de la Legión, un grupo de Regulares y varias Mehalas (soldados marroquíes a las órdenes de la Península). Junto a ellos lucharon, además (y por primera vez en la historia militar), varios carros de combate.
El desembarco comenzó el 8 de septiembre de 1925, aunque no fue hasta el 22 cuando se asentaron, al fin, las posiciones del ejército español en la región. Fue ese día cuando Primo de Rivera, al mando de las operaciones, ordenó avanzar con presteza hacia Axdir a sus oficiales porque, en palabras de Goded, «dijo que desde el acorazado había visto poco enemigo enfrente» . Aunque se llevaron a cabo algunas razzias para contentarle, el grueso de las operaciones se inició el 23 de la mano de la harka de Muñoz Grandes y la columna Franco . Durante una semana se sucedieron una serie de avances que culminaron el 30 de septiembre, cuando el corazón de la rebelión se puso a tiro.
Axdir, corazón de la revuelta
Para entender la importancia de Axdir, difuminada con el paso de los años, solo hace falta dirigirse a la infinidad de crónicas que este diario publicó en la época. «Axdir es considerado como la Meca de la rebelión. El objetivo principal de las operaciones desarrolladas en Alhucemas era el dominio de Axdir, […] pues por él marchan los caminos que conducen a Fez y Tazza , cruzando entre ellos el de Melilla que va a Tetuán ». A su vez, el periódico subrayaba que «dicho poblado se encuentra ligado a Fez por vías accesibles y puede ser también la base de una vía comercial para importar y exportar los productos del centro de Marruecos». Aunque la corta distancia que lo separaba del «resto del imperio» hacía que fuese relativamente sencillo llamar a sus puertas.
Narraba el ABC que el día 1 de octubre, «en los reconocimientos aéreos previos al avance» de la infantería sobre Axdir, los pilotos observaron «que los indígenas abandonaban precipitadamente» la zona, «conduciendo caballerías cargadas con efectos, internándose en distintas direcciones». Aquello supuso el inicio de las operaciones sobre la región y la movilización de las columnas que debían operar. Todo ocurrió al despuntar el alba. «La margen derecha del río Isly estaba ocupada por los rebeldes, que al vadear el río nuestras tropas, abrieron fuego de cañón y ametralladoras. Las columnas descendieron del Monte de las Palomas y del Buyibar para pisar por primera vez las tierras de Beniurragel », completaba el autor de la crónica.
Cuesta narrar el avance de las tropas españolas hacia Axdir sin el apoyo de un mapa de operaciones. Pero basta señalar que, poco a poco, la infantería (entre la que destacaban los hombres dirigidos por Franco) se hizo con todos los altos de la zona, capturó una infinidad de armas al enemigo (desde fusilería hasta un cañón galo de 75 milímetros ) y, a continuación, inició un nutrido fuego sobre la plaza apoyado por la aviación. Aquello hizo añicos la defensa rifeña. «Los aviadores vieron salir corriendo de Axdir a algunos negros, que deben ser los que forman la guardia personal de Abd el-Krim», especificaba el diario en una de sus crónicas.
Poco después, y según el ABC, «el enemigo, duramente castigado en los combates pasados, apenas ofrece resistencia». Este periódico cifró el número de bajas rifeñas en 400. «Los rebeldes abandonaron cañones, ametralladoras, telémetros y grandes cantidades de cereales». Con todo, el primer oficial de calado que avanzó sobre Axdir no fue Franco, sino Manuel Goded . A pesar de haber pasado de puntillas por nuestro pasado, el oficial tomó el Amekran (un monte sagrado) e hizo válida una antigua profecía local: «Si los cristianos llegan un día a alcanzar el monte Amekran, los defensores de la fe serán derrotados y dominarán los cristianos la tierra de Beni Urriagel por treinta años». A grandes trazos, acertaron de pleno.
La sorpresa de Franco
Franco, que pisó Axdir poco después, dejó anotado de forma pormenorizada en su diario de operaciones cómo fue la entrada de las tropas españolas en el poblado:
«Cuando el sol se levanta anunciado el nuevo día, un brillante espectáculo se ofrece a nuestra vista; legionarios y harqueños se han extendido por el campo enemigo y nuestras banderas ondean en la batería de la Rocosa y las casas enemigas».
A continuación, el coronel reseñaba que «un enjambre humano se ha esparcido por el llano al percibirse de la huida enemiga y el poblado de Abd el-Krim es razziado por las fuerzas españolas». Hablaba también de que todo lo que se encontraba en Axdir, desde cañones hasta enseres pasando por libros, fue transportado para nutrir a las tropas españolas. «Cacharros de barro, platos y candiles, ajos y naranjas, todo cuanto constituye los míseros ajuares de las casas rifeñas, pasa ante nuestros ojos…». Cada soldado luchaba entonces por hacerse con su particular trofeo de aquella campaña. Algún objeto abandonado, en realidad sin valor, que demostrara que había participado en la toma de Axdir.
«¡Guerra mísera y cruel en que el laurel del triunfo no lleva aparejada ni la entrada triunfal en las ciudades conquistadas ni el país ofrece otro trofeo que estas tristes muestras de miseria moral…!».
A Franco, o eso escribió, le impresionaron las «tablas patinadas por el tiempo» llenas de borrosas inscripciones en árabe. Textos que habían sobrevivido generaciones. También incidió en que, a pesar de lo que su mente había imaginado, en el poblado no había casas de arquitectura europea, sino «míseros aduares construidos de piedra y barro, ya descarnados por la acción de las aguas». Casas rectangulares, similares a fincas de labor españolas, aunque construidas de una forma concreta: con tres habitaciones largas que protegían, en su interior, un patio para el ganado. El militar se sorprendió también por la ingente cantidad de alimentos que podían ofrecer aquellas tierras, en principio secas.
Con todo, también denotó en su diario cierto rencor hacia los rebeldes por haber hecho «penetrar la duda en el corazón del Rif» y por haber privado –o eso afirmaba él– a los «buenos musulmanes» de las riquezas culturales que podían haber obtenido de España…
«Cientos de años pasaron estos campos bajo nuestras miradas sin que sus habitantes, fanáticos e intransigentes, recogieran los frutos de la civilización vecina. Nuestro antiguo presidio, vigilado de cerca por las guardias moras, no pudo irradiar la influencia que su situación le señalaba; y al fanatismo religioso de los pasados siglos suceden la barbarie y rebeldía de los tiempos presentes, en que las ruinas del castillo de Muyahedia, sepultadas bajo las dunas, en vano intentaron recordarnos la “leyenda de los mártires”, de aquellos valientes musulmanes que cayeron a millares bajo las armas de los infieles, sin que sus sucesores, tan celosos de la independencia, rindiesen hoy el tributo de sangre ante los blancos moravos de sus ascendientes, que entre los oscuros árboles de los bosques sagrados señalan el lugar de reposo de los santos mártires».
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