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Concepción Arenal, la feminista que luchó contra las tropelías de las cárceles españolas

Famosa por vestirse de mujer para asistir a clases en la universidad, nació el 31 de enero de 1820, hace hoy 200 años

concepción Arenal
Manuel P. Villatoro

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Existen nombres que resuenan en nuestra mente, aunque sin saber por qué. ¿Quizá por haberlos escuchado de boca de algún profesor en el colegio?, ¿puede que por haberlos discernido sobreimpresos la placa azul de alguna calle? Sabemos que son clave en la historia de nuestro país, pero desconocemos la causa. En la era de la información de esprín y de la lectura en diagonal es necesario luchar para que a personajes como a Concepción Arenal (1820-1893) no les suceda lo propio. No ya porque fuera una de las grandes figuras de la literatura , el periodismo y el feminismo del siglo XIX español (que también), sino porque, cuando celebramos el doscientos aniversario de su nacimiento, está claro que sus enseñanzas siguen de actualidad.

Estatua dedicada a Concepción Arenal

Pero, más allá de los grandes hitos literarios de Arenal, existe una faceta que se ha pasado por alto, y esa es su labor como visitadora de prisiones entre 1864 y 1865. Aquellos fueron dos años de vida en los que la ferrolana se dio de bruces con una triste realidad: las condiciones infrahumanas que tenían que soportar los reclusos españoles (desde la insalubridad, hasta los abusos) y el carácter punitivo (y no restaurador) de las cárceles. Por ello, abogó por una reforma del Código Penal y apostó por usar la bondad como arma de reinserción. «Si la sociedad no impone al delincuente más pena que la justa; si le envía al visitador, apóstol de abnegación, para que le consuele y procure combatir su egoísmo, aquel día habrá hallado eco en el mundo la voz divina que decía en la montaña: “Amad a vuestros enemigos”», escribió en «El visitador del preso».

Esta y otras tantas labores sociales la convirtieron, como señalaba el ABC en 1920 (durante el centenario de su nacimiento), en un verdadero ángel caído desde la bóveda celestial. «Los huérfanos la consideran como madre; los perseguidos, como protectora; los enfermos, como ángel tutelar. Su amor a la justicia, el sentido moderno con que define y aprecia las desventuras colectivas, […] todo la hace digna de que su nombre y fama los recoja la Patria», escribía el periodista y alcalde de Madrid José Francos Rodríguez en este diario. Las conclusiones que el político presentaba en el reportaje son, todavía hoy, válidas: «Puede servir de ejemplo a todas las mujeres y de lección a todos los hombres y mostrarse como guía a quienes cumplen el deber de acercarse a los desvalidos».

Infancia y estudios

Poco se sabe de la vida personal de una Arenal que siempre apostó porque se la conociera por su trabajo intelectual, y no por sus tejemanejes privados. Sabemos, como bien explica la Real Academia de la Historia , que vino al mundo en Ferrol el 31 de enero de 1820 , hace hoy dos siglos, en el seno de una familia con cierto «bouquet» aristocrático. De su padre, Ángel , aprendió a ponerle arrestos a la vida y a combatir por lo que creía justo. No en vano su progenitor se había destacado como un militar patriota, pero también un liberal convencido al que sus rechazo del absolutismo le granjeó la cárcel. Su muerte en 1829 sumió a nuestra protagonista en un pesimismo exacerbado. De hecho, solía referirse a sí misma como «vaso negro que teñía de tristeza todo cuanto tocaba».

Obra y busto de Concepción Arenal - SANTI ALVITE

Su juventud la pasó viajando junto a su familia. De Ferrol a Cantabria primero y, desde allí, a la capital . En 1841, sin embargo, la muerte de su madre se convirtió en una suerte de liberación mental. Para entonces, su curiosidad intelectual le había llevado a aprender italiano y francés por su cuenta y riesgo y a disfrutar de la lectura. Por ello, se decidió a transgredir la costumbre y a asistir a clases de Derecho en la Universidad vestida de hombre. En su biografía de Arenal para el Instituto Cervantes, M.ª Ángeles Ayala Aracil afirma que esta curiosa práctica la llevó a cabo entre 1842 y 1845. «Evidentemente no cursó la carrera, ni hizo exámenes, ni alcanzó ningún título, pues en este momento histórico las aulas estaban reservadas exclusivamente para los varones, pero sin duda enriqueció y afianzó su interés por las cuestiones penales y jurídicas», afirma la experta.

En la Universidad conoció al que se convertiría en su marido, Fernando García Carrasco , con quien solía disfrutar de largas charlas en los cafés... vestida como un varón. Así lo atestiguó el político del XIX Antonio Cánovas del Castillo : «La he visto en el célebre café del Iris, a la sazón en su mayor brillo, vestida de hombre, al lado de su marido y de un círculo de amigos particular». Poco después inició su carrera como articulista y escritora en «La Iberia», a la que pronto añadió una infinidad de poemas. Todos ellos, orientados desde el punto de vista de los individuos que favorecen el bien común.

Faceta social

La muerte de su primer esposo y de una de sus hijas, sin embargo, hizo que se trasladase a Cantabria . Pero ni allí escapó de la necesidad de escribir y dedicó su tiempo a elaborar ensayos sobre las desigualdades sociales. «Con razón pudo decir que la persona no tiene sexo y que el interés de un pueblo está en crear individualidades útiles para su desenvolvimiento y grandeza. Mujer sin títulos oficiales de ningún género, pudo aleccionar a doctores y licenciados porque, según sus palabras, “las cosas que sepa tan bien como el hombre, las enseña mucho mejor que él una mujer”», añadía el mencionado Francos Rodríguez en su artículo para ABC.

Su faceta más desconocida fue la de visitadora de prisiones , cargo que recibió de la misma Isabel II el 4 de abril de 1864, según el Instituto Cervantes . «Fruto de esa experiencia personal son sus conocidas “ Cartas a los delincuentes ” (1865) donde aborda, entre otras, cuestiones tan delicadas como la necesidad de reformar el Código Penal, aproximándose en este sentido a las iniciativas que los krausistas habían emprendido», explica la experta. La publicación de esta obra provocó su cese inmediato. Pero eso no detuvo su labor a favor de los reos. Ni mucho menos. Por el contrario, fundó en 1870 un diario llamado « La Voz de la Caridad » en el que puso de manifiesto sus críticas contra el sistema judicial español. El resultado fueron más de medio millar de artículos hasta su cierre. Falleció muchos ensayos y libros después, en 1893.

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