Los 300 pueblos que se inventó Franco: el sufrimiento tras el 'falso' mito de la colonización
Entre 1940 y 1970, la dictadura construyó cientos de municipios nuevos en 27 provincias para alojar a 55.000 familias. Les prometió que serían propietarias de casas y tierras de regadío, pero la realidad fue muy distinta. Dos libros recuerdan este episodio
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Madrid
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Iniciar sesiónAl principio, lo que parecía un sueño, en muchos casos se convirtió en una pesadilla: «Cuando me concedieron la parcela, no había casas libres y tuvimos que vivir en las cuadras del corral de un vecino con los animales. Acostábamos a los niños en la ... parte de atrás de los pesebres», recordaba un colono de Talavera la Nueva, en Toledo. En la pedanía sevillana de El Trobal, la situación no fue mejor: «Llegamos sin carretera, ni médico, ni colegio, ni luz ni agua potable. Fue la conquista del Bajo Guadalquivir, igual que la conquista americana».
En Llanos del Caudillo, Ciudad Real, lo mismo: «Entramos en nuestra casa y no había ni puertas. El pueblo estaba sin hacer. Penamos mucho, mucho, mucho. Llegamos y no teníamos ni lumbre, ni leña ni estufa. No teníamos de 'na', estábamos 'pasmaítos'». En Sodeto, Huesca, un vecino resumía así su experiencia: «Los primeros tiempos fueron difíciles a más no poder. Hubo gente que pasó hambre. Las cosechas eran muy malas. Sembrabas ocho o diez hectáreas de trigo y se quedaban tres».
Estos y otros testimonios aparecen recogidos en 'Los pueblos de Franco' (Galaxia Gutenberg), de Antonio Cazorla, y 'Colonización: Historias de los pueblos sin historia' (La Caja Books), de Marta Armingol y Laureano Debat. Dos ensayos publicados recientemente en los que sus autores se sumergen en la sufrida vida de los trescientos pueblos creados por la dictadura franquista, entre 1940 y 1970, para acoger a 55.000 familias españolas en 27 provincias diferentes.
'Colonización', de M. Armingol y L. Debat, y 'Los pueblos de Franco', de Antonio Cazorla: retrato de municipios de nuevo cuño
Jorge FreireDos trabajos reflejan cómo el Instituto Nacional de Colonización hizo surgir trescientas localidades durante el franquismo
Estos libros dan continuidad a la exposición que organizó el Museo ICO de Madrid, entre febrero y mayo, bajo el título de 'Pueblos de colonización. Miradas a un paisaje inventado'. La muestra estaba comisariada por Ana Amado y Andrés Patiño, que se hicieron con cerca de 200 obras originales, entre documentos, dibujos, planos y fotografías, para mostrar a los visitantes el proceso de construcción de los municipios, en los que participaron un grupo de destacados arquitectos y artistas que, más tarde, quedaron relegados al olvido.
La propaganda
A estos pueblos se marcharon miles de familias con la promesa inicial por parte del régimen de que serían propietarios de casas y tierras de regadío, para forjar un futuro lleno de esperanza, lejos del hambre y la devastación provocada por la Guerra Civil. Aunque no era la situación ideal, para quienes no tenían nada o lo habían perdido todo, aquello significó mucho. «Al llegar tenías tu yunta de vacas y nos dieron una vaca lechera, una yunta de yegua y pienso hasta que recogimos la cosecha. ¿Cuándo iba a pensar yo en tener una yunta de vacas? ¡Pues no valía eso! ¡Y una de mulas! Eran cosas de ricos», le comentaba un campesino ya jubilado de Llanos del Caudillo a Cazorla, en referencia a aquella ilusión inicial.
'Los pueblos de Franco'
- Autor: Antonio Cazorla Sánchez
- Editorial: Galaxia Gutenberg
- Año: 2024
- Páginas: 264
- Precio: 21 euros
La imagen que proyectó la propaganda franquista de los llamados pueblos de colonización, sin embargo, distó mucho de la realidad que se encontraron los colonos. «Con esta colonización no cambió la dinámica del campo ni produjo transformación agraria alguna, como anunciaba el régimen. Facilitarle la vida a los colonos no estaba entre sus prioridades, como demuestra el hecho de que, con frecuencia, al llegar al pueblo se encontraban con que este no existía o se encontraba en condiciones lamentables, al igual que las parcelas que tenían que trabajar. Estaban tan mal que tardaban dos años en acondicionarlas. Llegaban sin dinero y no tenían nada», explica el catedrático de Historia de la Universidad de Trent (Canadá).
«Los testimonios de los protagonistas relatan la crudeza a la que se enfrentaron, tanto en las condiciones de trabajo como en las que les impuso la dictadura. Hubo situaciones muy delicadas. La mayoría de las familias eran numerosas y recibían muy pocas hectáreas, por lo que pasaron hambre. Hubo casos en que, efectivamente, los pueblos no existían cuando se mudaron y, en muchos de ellos, tuvieron que vivir en barracones y explotar las tierras antes de tener la casa», cuenta Armingol, cuyos abuelos fueron los primeros colonos de La Cartuja de Monegros (Huesca) en 1967, donde ella también nació.
La expropiación
Según Cazorla, la colonización nunca fue un fin en sí mismo, ni mucho menos una medida para aliviar la pobreza. El verdadero objetivo del organismo creado para llevar a cabo la tarea, el Instituto Nacional de Colonización (INC), fue mejorar la estructura económica del campo y su productividad, con un modelo que beneficiara a los grandes propietarios agrícolas. «Fue un ejercicio político relativamente costoso, parcial, muy limitado e injusto al servicio de la mayor gloria de la dictadura. Un proceso de creación de un mito con escasas consecuencias económicas y sociales y, al mismo tiempo, un valioso instrumento de propaganda para mostrar que en la nueva España se estaba desarrollando un programa de justicia social», defiende en su ensayo.
'Colonización: Historias de los pueblos sin historia'
- Autores: Marta Armingol y Laureano Debat
- Año: 2024
- Editorial: La Caja Books
- Páginas: 288
- Precio: 22,50 euros
El INC fue creado en octubre de 1939, tras acabar la guerra, y estuvo en activo hasta 1971, cuando pasó a llamarse Instituto para la Reforma y el Desarrollo Agrario (IRYDA). Mediante este organismo, la dictadura aseguró que iba a repartir las tierras de forma ordenada, a diferencia del caos de las reformas republicanas. «El Instituto adquirió las tierras por dos vías: les compraba a los terratenientes las que no querían, por lo general a precios altos, o mediante la expropiación, que en verdad era una transacción económica. El INC, a cambio de expropiarles el 30% de sus tierras, las más pobres, les regaba las demás y su valor se multiplicaba hasta por doce. Y así su capital, con el 70% de las que les quedaban, podía crecer un 300%».
El nuevo camino quedó marcado por la Ley de Colonización de Grandes Zonas aprobada por el Gobierno franquista en diciembre de 1939, que encarnaba la supuesta justicia social de Franco, mientras que el proceso para acceder a la propiedad se reguló por una orden gubernamental del 30 de mayo de 1945. Esta última preveía dos categorías de colonos: los que podían adelantar el 20% del precio de la tierra cuando tomaban posesión de ella y los que no. Los del primer grupo entraban directamente en la fase que el INC llamaba «acceso a la propiedad» y, una vez que pagaban el resto de la deuda, recibían los títulos de propiedad.
«Periodo de tutela»
Los colonos sin dinero empezaban en una categoría inferior, el «periodo de tutela», una especie de aparcería que, en principio, duraba cinco años en los que estaban estrechamente vigilados por el ING. Este no solo les decía cómo, sino qué cultivar, y debían pagarle con la mitad de lo cosechado. En teoría, la deuda se iba reduciendo, pero el instituto, y no ellos, era quien decidía el valor de lo recibido. Esto significaba que las familias apenas tenían dinero disponible y que su deuda, con frecuencia, no disminuía.
Con estas condiciones, los tutelados no siempre conseguían ahorrar lo suficiente como para pasar a la fase de «acceso a la propiedad». En Llanos del Caudillo, por ejemplo, esta situación se prolongó hasta 1967, lo que significa que estos colonos estuvieron pagando al INC con sus cosechas y ciertas cantidades de dinero durante 12 años. Luego tendrían que pasar otros 18 para que obtuviesen el título, y no fue, ni mucho menos, un caso único. En localidades como Valmuel y Puigmoreno, en Teruel, las tierras se terminaron de pagar en 25 años desde que fueron concedidas, y la casa, en 30. Todo ello con unos intereses del 3%, que alcanzaron el 7% cuando querían apremiar el pago.
«Había muchos colonos que se rendían antes de pagar la deuda. Había casos, incluso en Almería, una de las provincias donde mejor funcionó la colonización, que ese abandono llegó al 40%», apunta Antonio Cazorla. «Tardaron muchísimos años en hacerse propietarios. La mayoría de los casos se consiguieron con el IRYDA, cuando el INC ya había desaparecido, por lo menos en la zona donde yo vivo. Recuerdo que algunos vecinos míos se hicieron con la propiedad cuando yo tenía 18 años, alrededor del año 2000», añade Armingol.
Orgullo del pasado
A pesar de lo sufrido, los colonos y sus descendientes se muestran orgullosos de su pasado. Un ejemplo de ello es Llanos del Caudillo. En 2004, un referéndum popular sobre si quitarle al municipio o no el nombre del dictador dio como resultado una mayoría aplastante de votos, el 70%, en contra. Ni mucho menos eran simpatizantes franquistas, puesto que la votación la organizó un alcalde del PSOE que ha gobernado el municipio durante la mayor parte del tiempo desde que se restauró la democracia.
«Yo creo que los pueblos de colonización miran hacia su pasado de otra manera. A pesar de las penurias sufridas y las injusticias que se produjeron con ellos, se muestran muy orgullosos de su sacrificio para sacar adelante a sus familias. Las historias de colonización que hemos encontrado nosotros son de superación, fraternidad y solidaridad entre los vecinos, para crear una identidad propia», subraya la historiadora de La Cartuja de Monegros.
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