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historia militar

El general Juan Prim, la forja de un catalán español en el atribulado siglo XIX

Una placa recuerda en Madrid al político nacido en Reus que no padeció «el mal del aldeanismo»

El general Juan Prim, la forja de un catalán español en el atribulado siglo XIX ARCHIVO ABC

Antonio astorga

Juan Prim y Prats (Reus, 1814-asesinado en Madrid, 1870) hijo de un combatiente que luchó contra la invasión napoleónica, catalán, español, entactó Europa, se asomó a África, conoció América, no le afectó el mal del aldeanismo, -«vicio endémico bastante extendido entre no pocos regionalistas», acota su biógrafo, el doctor en Historia y Derecho Emilio de Diego, autor de «Prim. La forja de una espada» (Planeta)-, y por encima de todo no buscó jamás afirmar, en la forja de su espada, su catalanidad en el enfrentamiento con ninguna otra parte de España.

El general Prim predicó por fuertes y fronteras la emulación de las mejores virtudes del resto del país «para colocar la estima hacia los catalanes en la más alta consideración del conjunto de los españoles».

Ese es el hombre de Estado, político capital en la España de 1843-1870, al que se ha descubierto una efigie y un medallón con leyenda en la fachada lateral del Banco de España (antigua calle del Turco, hoy del Marqués de Cubas esquina con Alcalá), al pie del empedrado donde le dispararon hizo 142 años el día 27 de diciembre de 1870, pasadas las siete de la tarde, para morir cuatro días después, a causa de una septicemia, sobre las ocho y media de la noche, en el Palacio de Buenavista, actual sede del Cuartel General del Ejército de Tierra. El acto lo organizó la Sociedad Bicentenario General Prim 2014.

Con tres años, Emilio de Diego repetía sin cesar: «Don Juan Prim y Prats. Nació en Reus, vivió en Madrid. Fue militar. Sabio, justo, legislador», para jolgorio de su abuela y admiración de sus vecinas. Desde entonces, su pulsión por el «el joven Prim, que llega a Madrid con veintisiete años, sin la menor preparación política, y que acaba siendo un hombre de Estado notable, militar y estadista» es irreductible.

Prim no es un revolucionario de barricada, ni un militar de cuarteladas (aunque su nombre se asocie al de San Gil), sino un hábil diplomático, estadista y hombre de mundo, un político decisivo entre 1843-1870.

La universidad de la vida

¡Quién fuera Prim!, decía un personaje de Galdós. «Prim se hizo a sí mismo con valor, que aprendió en la universidad de la vida lo que no en los libros», lo dibuja Emilio de Diego. Prim vio a los hombres en la circunstancia de la guerra, en donde no anidan disimulos.

Los grandes espadones del XIX -Narváez, O’Donell, Espartero...- son grandes generales metidos a políticos. Prim es un catalán español, viajado, que conoce el mundo, y que por tanto sabe que los intereses de su patria chica son muy importantes; es el máximo defensor de los intereses catalanes en Madrid. «Su idea de España es que a Cataluña se le trate igual que al resto de los españoles». Y en la Guerra de África, la primera bandera española que se levanta en la Alcazaba de Tetuán la izan los voluntarios catalanes.

¿Conspiró Prim? «Conspira, porque no hay otro medio de hacer política -explica el profesor de Diego-. Pero, ¿quién entre los políticos y militares del XIX no es conspirador? Él aguanta desde 1851 a la espera de que se desbloquee el camino para los progresistas». Su trilogía era: Libertad, Constitución (será clave en la de 1869) y la Reina Isabel II.

La placa del bicentenario del general, en la fachada lateral del Banco de España

Romántico, Zorrilla le cita como asiduo espectador en los círculos literarios, culturales... Y en el honor: cuando Modesto Lafuente le ridiculizó llamándole «Primgue», el espadón se lo encontró un día cerca de un café y le edulcoró unos bastonazos de aúpa. Se casó con una muchimillonaria, tuvo varias amantes, pero nunca dejó de amar a Cataluña y España: «En las armas, en la Iglesia, en el foro mis abuelos se distinguieron por su patriotismo. Me tengo por español de pura raza por la educación española que he recibido y por el amor instintivo que tengo a este país. Los males de mi patria me hacen daño como los males míos, y si alguna vez se mancilla su honra, yo también me he creído mancillado, como si fuese cuestión de mi propia familia». Palabra de Prim, español de Reus.

«Prim conspira porque no hay otro medio de hacer política»

Madrid atardece en medio de una enorme nevada el 27 de diciembre de 1870. Juan Prim y Prats abandona el Congreso de los Diputados en su berlina por la antigua calle del Sordo (actual de Zorrilla) en dirección al Palacio de Buenavista (Cuartel General del Ejército), donde vivía como presidente del Consejo de Ministros, y ministro de Guerra.

El coche de caballos que traslada al político y militar español, nacido en Reus, lo protegen dos escoltas, que resultarán herido e ileso, respectivamente. Sostiene Emilio de Diego, biógrafo del político y militar, que a Prim alguien tuvo que confiarle en exceso: «No era un loco. Hubo varios intentos de atentado contra él en las semanas anteriores. Todo el mundo sabía que se preparaba un atentado contra Prim, hay denuncias ante la Policía y avisos en el entorno de Prim. El reusense tenía una partida de agentes que eran los encargados de realizar un rastreo parapolicial, y Prim conoce lo que pasa en Madrid mejor que nadie. Entonces, el hombre mejor informado de España se deja matar a cuarenta metros de su casa sin la menor protección, no aparece un policía ni por asomo en los alrededores, etc... Curiosamente, Práxedes Mateo Sagasta se bajó antes de montar en el coche con Prim».

Hoy no hubiera muerto

El atentado lo perpretan asalariados del crimen; más de cinco disparos impactan en Juan Prim. Había una taberna a la altura de la calle del Turco (Marqués de Cubas, esquina Alcalá) de donde salieron los pistoleros, que atravesaron un carruaje y a bocajarro abatieron a Prim. «Le dispararon con distintos tipos de armas, de calibres muy amplios, con una munición entre pólvora y postas; a quemarropa fueron mortales los trallazos. Hoy no hubiera muerto de ninguna manera, murió por circunstanias, que derivan en la septicemia», sostiene De Diego.

El cochero, aún a riesgo de volcar la calesa, salta por encima del otro coche y se dirige a trompicones al Palacio de Buenavista. Prim sube por las escaleras, y se sienta en un sofá. «Allí se muere de valentía. Se ha cometido un atentado en vísperas de que llegue el Rey Amadeo de Saboya. Prim es la pieza capital. Su mensaje es: tranquilidad absoluta, no pasa nada. Aguanta, pero se empieza a tratarle mal, tarde, y es uno de los factores que lleva a la septicemia -abunda su biógrafo-. Murió el 30 de diciembre».

El Rey Amadeo I ante el cadaver del general Prim, en su funeral

¿El autor intelectual del asesinato de Prim? Para Emilio de Diego, «es el duque de Montpensier, el hombre que financia la Revolución del 68, porque no tenían un real. Y pone al servicio de la Revolución a sus partidarios: antiguos unionistas, encabezados por Serrano, Topete... no era un grupo cuantitativamente muy grande, pero cualitativamente fundamental. El personaje que más sabía, seguro, en torno al asesinato de Prim es Sagasta».

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