FLAUBERT CON ACENTO NEGRO
Sobre el papel, no parece que Gustave Flaubert (el autor de «Madame Bovary» o «La educación sentimental») tenga muchos nexos con la música gospel. Robert Wilson, uno de esos genios inclasificables del teatro contemporáneo, no debía pensar lo mismo cuando proyectó poner en pie el espectáculo que acaba de presentar el teatro Español: «La tentación de San Antonio», segundo trabajo del director norteamericano que puede verse en este escenario desde que lo dirige Mario Gas.
Escrita en 1874, está basada en la historia de San Antonio Abad, un ermitaño y creador de los conventos y monasterios y que, según la tradición, superó con su fe un sinfín de tentaciones. Artistas como El Bosco o Joachim Patinir se fijaron en su historia, novelada por Flaubert.
A partir de estas tentaciones, Robert Wilson y la autora Bernice Johnson Reagon han creado un espectáculo firmemente anclado en la tradición musical afroamericana y con una pretendida apariencia de «misa gospel». El debate entre ciencia y creencia -tan vigente hoy en día- es la columna vertebral de este musical: «La religión por sí sola no puede explicarlo todo», se canta en varias ocasiones, convirtiendo la frase en un leit motiv. No hay, sin embargo, ni maniqueísmo ni dogmas en la propuesta de Wilson y Reagon, que en ningún momento se plantean ofrecer solución al dilema.
Su propuesta es, más bien, estética. Robert Wilson, que es uno de los directores internacionales que mejor partido sabe sacar a los escenarios, que domina el arte de la iluminación con una maestría rayana en milagro y que tiene un gusto exquisito para la distribución de los espacios y las formas, ha creado un espectáculo de una belleza extraordinaria. A través de distintos cuadros, con la música como principal soporte dramático, va narrando el camino trazado por San Antonio y su alumno Hilarión (una suerte de conciencia). Las canciones, interpretadas con maestría por un magnífico conjunto al estilo de los coros de espirituales de Harlem, recorren la mejor tradición negra, desde el blues hasta el gospel, y son el contagioso latido de un bellísimo espectáculo.
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