Bárbara Rey revela cómo se enamoró Don Juan Carlos de ella

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Bárbara Rey Gtres

Todo empezó con una llamada. Su amiga Charo le dijo que Don Juan Carlos I había estado llamándola y Bárbara Rey pensó que era una broma. El teléfono sonó, Charo atendió la llamada y le pasó el auricular: «Hola, soy el Rey», ... fueron sus primeras palabras.

«Entiendo que no me creas. Te dejo un número, llama y pide que te pasen con su majestad». Bárbara llamó y la respuesta ya le hizo reaccionar: «Zarzuela, ¿Dígame?» Más cuando enseguida le comentaron que estaban esperando su llamada. «En ese momento me quería morir», recuerda la actriz, que empezó a disculparse por haberle mandado a la mierda: «Le había dicho de todo. Me temblaban las piernas. Él me dijo que no le tratara de usted y que quería conocerme en persona».

El encuentro no tardó: «Me mandaron un coche a recogerme. Yo iba destrás, sin respirar, casi me ahogo. Llegamos a Zarzuela y salió a recibirme Sabino Fernández Campos, me acompañó por la escalera central del palacio. Yo fui al ala derecha, donde estaba su despacho. Ahí fue donde le conocí.

El corazón no se me salió por la boca de milagro, fue una impresión tremenda porque no sabías si hacer reverencia, si no, me quedo de pie, me agacho… Y él, que tenía ese lado campechano que usaba cuando le venía bien, hizo la cosa más fluida. Me dio la mano. Y yo no sabía qué decir, eso que habíamos hablado mucho. Me llamaba todos los días dos o tres veces. A mí, que no me gusta madrugar, la primera llamada era a las ocho, antes de la primera audiencia. Pero yo estaba ahí porque era el Rey».

En casa de Franco

El encuentro acabó con un abrazo y un beso. Las siguientes citas serían ya en la que fuera casa de campo de Franco. Era una vivienda muy austera, era algo tenebrosa. Había un sofá de cuadros que no te quiero ni contar y muchas habitaciones con camas de mierda, que no las habría puesto yo en ningún sitio». Como siempre, Bárbara no da puntada sin hilo: «En el salón había un teléfono. Ahí escuché yo muchas conversaciones». La relación se fue asentando con el tiempo: «Le llamaba Juan, Juanito, cariño, mi amor… Porque yo no iba a llamarle majestad para decirle 'hoy lo estamos pasando muy bien'».

Él la llamaba Marita y ella, para despistar cuando había testigos, le llama Juan Sumer, acrónimo de Su Majestad El Rey: «Es que si se hubiera puesto Sumeri, habría sido demasiado». A pesar del nombre falso, Chelo García-Cortés y José Manuel Parada descubrieron el secreto.

Asesora real

Juan Carlos I le pidió ayuda para conocer la orientación política de los artistas porque quería hacer una recepción con un equilibrio ideológico. La anécdota tiene su gracia porque, en ese acto, a ella la miraban por encima del hombro las grandes divas del cine español: «Yo era la del destape, la de la película de lesbianas, la de la teta al aire… Y yo pensando, ¡si supieran que están invitadas porque las he puesto yo en la lista!»

Con la Reina Sofía, Bárbara tuvo conversaciones escuetas: «Ella siempre se acercó a mí. O porque ella me retuvo.»

El romance, un secreto a voces, y su acercamiento a la UCD acabó por marcar su carrera: «Llegaron los vetos. ¿Quién lo hacía? No lo sé, pero alguien muy cercano a él». Bárbara tira la piedra, pero esconde la mano.

Una joya para el Rey

Bárbara le compró un anillo a una persona que estaba perdiendo una fortuna en el bingo. Era un diamante, un River, y pagó un precio asequible: «Yo ya tenía mucha confianza con el Rey y le dije que necesitaba cuatro millones para mi familia. Le propuse que me la comprara. La piedra valía como doce. Él accedió. A los dos días vino una persona con el dinero y lo primero que hizo fue pedirme el brillante». Luego descubrió que iba presumiendo de haber comprado una ganga: «Aquello me dejó muy dolida. Él siempre ha sido muy hablador, siempre pensó que era intocable, pero me decepcionó (…) Me fui distanciando cada vez más».

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