De la 'papitis' y 'mamitis' a la 'hijitis': ¿Son las familias sobreprotectoras con sus hijos?
Los 'padres helicópteros' se caracterizan por sobrevolar constantemente la vida de sus hijos, provocándoles problemas en su desarrollo
La definición de la RAE de 'mamitis' obvia la evidencia científica
MADRID
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Iniciar sesiónLos primeros días en la escuela infantil, su estreno en el colegio, su primer campamento, sus primeras salidas con los amigos, sus estudios en el extranjero o el día en el que toca independizarse. Todos estos son momentos que, en ocasiones, provocan cierta ... angustia en los progenitores por el apego que tienen hacia sus hijos. Pero, al mismo tiempo, hay descendientes a los que les cuesta también cortar 'el cordón umbilical' con sus padres porque temen asumir ciertas responsabilidades.
«Ser padre o madre es una tarea que nos debe hacer reflexionar para poder superar y sanar nuestras heridas y ayudar, así, a nuestros hijos», explica a ABC Carmen Martínez Conde, coordinadora del Máster Universitario en Orientación Educativa Familiar de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).
El apego que los progenitores desarrollan con sus pequeños al convertirse en padres es innegable. «Los niños necesitan de sus figuras de apego para desarrollarse tanto físicamente como emocionalmente», añade Carmen Esteban psicóloga y autora de '¡Bienvenida adolesc(i)encia!'. Pero «tenemos que enseñar a nuestros hijos en cada etapa del ciclo vital en la que se encuentren», recuerda Martínez Conde. «Dentro de ese entorno seguro que construimos desde el momento en el que un hijo nace -continua-, hay que acompañarle hacia la madurez y enseñarle. El vínculo familiar siempre va a estar ahí pero forma parte de su desarrollo evolutivo que esa dependencia adquiera diferentes características a medida que van cumpliendo años», explica.
Tal y como afirma Esteban, los padres que sobreprotegen a sus hijos se les conoce como 'padres helicópteros'. «Hace referencia a aquellos que tienen un comportamiento sobreprotector y demasiado controlador de sus hijos. El nivel de ansiedad y angustia es tan alto cuando se separan de ellos que no pueden evitar estar sobrevolando constantemente su vida. Son adultos que no permiten que sus hijos sufran y terminan adelantándose a cualquier problema».
Sin embargo, ambas expertas recuerdan que las equivocaciones, tener conflictos o problemas son necesarios. «Hay que ver el error como un aprendizaje», explica Martínez Conde. «De hecho, los errores son necesarios para que los niños sean futuros adultos seguros e independientes», añade Esteban.
Un exceso de protección genera, además, «niños con alta intolerancia al fallo», afirma la docente. «Son menores con mucha frustración por perder, no se esfuerzan porque se lo tienen que dar todo hecho, no son capaces de superarse a sí mismos, no saben tomar decisiones, les cuesta sociabilizar, tienen mucha inseguridad, baja autoestima, falta de confianza...».
Causas
Entender por qué un padre o madre actúa así, sin embargo, no es sencillo. «Es muy difícil ser mamá o papá, nadie nos enseña a serlo», recuerda la psicóloga. «Detrás de ese miedo de los padres -continua- pueden esconderse muchísimas cosas: heridas del pasado, dificultad a la hora de tener hijos, duelos perinatales, perfil de personalidad ansiosos de los padres, malas experiencias anteriores, sentimientos de culpa, la presión social, la autoexigencia de ser buenos padres y madres… Por eso, es importante trabajar con estas familias y hacerles conscientes que no son ellos los que están educando sino su miedo. Y por eso, yo les hago reflexionar a través de la siguiente preguntas ¿Quién quieres que eduque a tu hijo: el miedo o tú?».
Para la experta, «la clave se basa en aceptar y permitir que nuestros hijos se equivoquen y experimenten emociones agradables y desagradables. Para ello debemos dejarles enfrentarse a resolver conflictos. A mi me gusta explicar esto a través de la analogía del carné de conducir -explica-. Durante la infancia y adolescencia, los niños se están sacando el permiso. Nosotros somos sus profesores y debemos enseñarles para que cuando sean adultos puedan conducir de forma responsable e independiente. El profesor de conducir no coge el volante del coche, sino que se sienta a su lado y le guía. Por supuesto, tiene pedal de freno por si hubiera un peligro poder frenar y evitar un desastre, pero los pequeños errores como que se nos cale el coche, acelerar demasiado, saltarnos alguna señal o una multa de tráfico son muchas veces inevitables. Los adultos, como madres y padres, debemos estar en el asiento de copiloto y guiarles desde ahí. Claro que debemos protegerles y evitar peligros reales como que metan los dedos en los enchufes, crucen en rojo o tomen drogas, pero si cogemos el volante de sus vidas y no les permitimos equivocarse, el día que les dejemos conducir solos serán conductores temerarios o directamente preferirán subirse en el coche de otra persona y delegar su viaje de la vida en manos de otros».
Para Martínez Conde, es fundamental que los progenitores «entiendan el desarrollo del niño para que sepan qué exigirle en cada momento evolutivo». Es decir, un menor con 5 años puede ya, por ejemplo, hacerse la cama mientras que con 2 o 3 años se le puede enseñar y ayudar a guardar sus juguetes. «Si exigimos en exceso, podemos generar frustración», advierte.
Adolescencia
Otra etapa muy diferente es la preadolescencia o adolescencia. «Es una etapa en la que los hijos buscan su identidad y para ello necesitan diferenciarse de todo lo que han sido hasta ahora, es decir, lo que 'los adultos me han dicho que debía ser'», explica la autora de '¡Bienvenida adolesc(i)encia!'. Esto se debe a los «cambios estructurales a nivel neurológico del cerebro e impacta en sus emociones, conductas y socialización».
Sin duda alguna, es una etapa apasionante y difícil. «Las familias deben atravesar un duelo por la pérdida de su 'niño' y aceptar que es un adolescente con necesidades diferentes -cuenta Esteban-. Aceptar que tu hijo está cambiando no es tarea fácil y esto puede generar muchos miedos e inseguridad en los progenitores, llevándoles a tener conductas sobreprotectoras que impiden el adecuado desarrollo de los jóvenes. Esto podemos verlo en padres que no dejan a sus hijos adolescentes quedar una tarde con amigos, que los geolocalizan constantemente o que se pasan las conversaciones interrogando a los chavales».
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A los padres, por tanto, les toca «aprender a dejar volar a los hijos», recuerda la docente de la UNIR. «Siempre vamos a estar pendientes de ellos pero hay que trabajar en este aspecto para que no se convierta en un miedo irracional».
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