Diálogos de Familia

«No pasa nada por darnos cuenta de que abusamos de las pantallas. ¡Hoy es el mejor día para dar marcha atrás!»

María Solano Altaba, profesora en la Universidad CEU San Pablo, explica en esta entrevista una serie de claves para conocer mejor el mundo digital que atrapa tanto a padres como a hijos

«Las familias dan un teléfono móvil a los niños porque es un recurso fácil para que estén quietos y callados»

'Pantallas, qué remedio' (Ediciones Palabra) es el título del libro con el que María Solano Altaba, profesora de la Universidad CEU San Pablo, pretende motivar a que en las familias se reflexione sobre el uso que hacen de la tecnología y cómo afecta ... a sus vidas y convivencia. En 'Diálogos de familia' ha reconocido que no vimos venir 'el gran problema' que generarían las pantallas porque cuando empezaron a formar parte de nuestra vida solucionaban muchísimas cosas.

«Cualquiera recuerda cómo su primer móvil le permitió conectarse con el mundo desde cualquier lugar y en cualquier momento. Y eso fue maravilloso. Más tarde nos fueron introduciendo nuevos elementos, algunos nos parecieron muy simpáticos, como jugar al Tetris, y otros muy prácticos, como tener correo electrónico en el teléfono. Pero, poco a poco, empezaron a aparecer algunos elementos que fueron ladrones de nuestro tiempo y atención. Ante este escenario, la única manera de gestionarlo adecuadamente es con suficiente pensamiento crítico para dominar esos impulsos que nos van a llevar a hacer un mal uso de las pantallas. Lo digo en plural porque nos pasa a los adultos y, por supuesto, a los niños y adolescentes«.

La imagen que sacas en portada del libro es muy significativa porque aparece una familia en una foto en blanco y negro viendo todos juntos la televisión en el salón. Hoy, es muy distinto: cada miembro de la familia tiene su propia pantalla y muchas veces, incluso, la ve cada uno en una habitación diferente. ¿Cómo afecta este nuevo panorama a la unidad familiar?

Afecta muchísimo. Esto es lo que se llama en el lenguaje académico 'entorno multipantalla' y es un fenómeno que tiene grandes condicionantes. Esa es otra de las aportaciones de la tecnología y que nos pareció fantástica porque dejamos de discutir sobre qué poner en la tele, puesto que cada uno podía ver lo que quisiera y en su habitación: el padre veía el fútbol, la madre su programa favorito y los hijos sus series. Pero hay un proceso que dejó de hacerse y que es crucial: el proceso de socialización mediática.

Se produce cuando un niño o un adolescente está delante de un contenido que no entiende muy bien, porque no está hecho para su edad. Si estuviera rodeado de adultos podrían ayudarle a interpretar lo que no comprende o le pondrían el toque de atención sobre aquello que es moralmente incorrecto. Pero, ¿qué ocurre hoy? Que esos niños y adolescentes están viendo contenidos que no están pensados para ellos, sino para adultos, y no saben interpretarlo.

Por poner un ejemplo que seguro todos hemos vivido. Cuando veíamos aquella película en familia en el salón de casa y salía una escena subida de tono, nuestros progenitores no nos daban una charla al respecto, sino que el padre tosía, la madre recordaba que tenía que irse a la cocina a preparar la cena... Con estos gestos, ya habíamos tenido contenido suficiente como para interpretar que aquella escena no era adecuada. Sin embargo, el niño que ahora está sometido a esa escena, pongamos de sexo muy violento, la ve solo, sin nadie que le explique que eso no es así, que eso está mal.

Hoy, además, consumen contenido muchas veces informativo disfrazado de entretenimiento, sin nadie que les pueda decir: «Oye, es que esto está mal. Es que esto no se debe hacer». Esa falta de socialización mediática provoca que estemos generando una educación que no está basada en los valores propios de la sociedad. Y es algo muy peligroso.

¿Crees que es posible recuperar este tipo de imagen de la portada de tu libro, o ya es una escena completamente del pasado, sin vuelta atrás?

Siempre digo que cualquier tiempo pasado no necesariamente fue mejor; como mucho, fue anterior. Pensar que las familias van a ser como aquellas en las que vivimos es difícil. Ahora bien, sí podemos emular algunos aspectos como intentar limitar las consecuencias negativas de comportamientos que se tienen hoy en día.

Podemos intentar organizar, de vez en cuando, nuestra noche de cine en familia, aunque sean mayores, dejándoles hacer turnos para elegir film. Yo no voy a entrar en valorar qué hacen en cada casa, pero si los hijos han estado un tiempo solos delante de la pantalla, tenemos que hablar con ellos de lo que han visto, exactamente igual que haríamos si se hubieran ido de excursión al zoo con el colegio y a la vuelta les dijéramos: «¿qué has visto?, ¿qué has hecho?...«.

Quizá, de este modo, nuestro hijo va ganando la confianza suficiente para que un día nos reconozca, «mamá, he visto una brutalidad de vídeo. Me ha parecido salvaje». Esto nos da pie a cuestionarle cómo se ha sentido y qué ha hecho al respecto. De esa manera estamos favoreciendo esa educación en el pensamiento crítico que les va a permitir que cuando les llegue un contenido complicado, porque les va a llegar, sepan hacerle frente.

-Pero, ¿realmente les está interesando a los padres hacer esto? Muchas veces dejan que su hijo se quede en su habitación con el móvil por comodidad, para que no dé guerra mientras los progenitores preparan la cena o descansan, ¿no?

Yo creo que los adultos tenemos que hacer un ejercicio de reflexión, de repaso.

-¿Esto es un tirón de orejas a las familias?

-Es necesario hacer un examen de conciencia profundo de cómo yo me estoy comportando y para qué estoy usando las pantallas. Hay que decir que no pasa nada por darnos cuenta ahora. Es un momento perfecto para echar marcha atrás. Hay que plantearse qué nos ha pasado y por qué hemos llegado a este punto tan dramático con la tecnología. Los niños pequeños o adolescentes tienen un problema de enganche con las pantallas que suele venir provocado porque en el año 2020 nos confinaron a todos y fue complicadísimo estar encerrados. Nos digitalizaron de la noche a la mañana, las clases eran online... y aquello fue muy difícil de gestionar.

¿Qué pudimos hacer los padres? Pues, por desgracia, en muchos hogares se tiró en exceso de pantallas porque era la única manera de rellenar las 24 largas horas del día en un confinamiento en el que no había deportes, no había actividades extraescolares ni encuentros con los amigos. Todo se hacía a través de la tecnología... Cometimos el error de aceptar la barra libre de pantallas en un momento muy crítico.

¿Qué pasó después? Que echar marcha atrás cuando has dado barra libre es un poco complicado. ¿Estamos a tiempo de hacerlo? Perfectamente. Y hoy es el mejor día para empezar. Hoy, hoy, hoy -reitera con gran seguridad-.

-Bien, ¿cómo comenzamos?

Poco a poco. Tenemos que saber que el 'pantalla cero' lo podemos imponer durante unos años, pero va a ser muy complicado porque los niños empiezan a crecer y se van a enfrentar a ese entorno de pantallas y, es más, se lo van a exigir incluso en el mercado laboral. No van a aceptar a alguien que no sepa nada de tecnología. Ese ten con ten es el que tenemos que aprender a manejar.

-¿Qué consejos darías a las familias que están en ese momento en el que quieren establecer límites porque su hijo abusa del tiempo de pantallas?

Empezar en un día amable. Es muy habitual que los padres pongan todos los límites y normas el día que estamos enfadadísimos y nos ha comido el monstruo que llevamos dentro. Lo más adecuado es hablarlo con ellos. Los adolescentes y los niños no son tontos y se han dado cuenta perfectamente de cuáles son los problemas de las redes sociales e, incluso, ellos mismos muchas veces se hartan de ellas.

Cuando lo dialogamos con ellos en una conversación fluida son conscientes y aceptan muy bien las limitaciones, porque en el fondo les estamos haciendo el favor de quitarles la tentación. Lo que sí tenemos que tener claro los padres es que no debemos tener miedo a la hora de limitar. ¿Por qué? Pues porque no conocemos ningún caso en el que la limitación de las pantallas haya hecho daño a nadie. Y, sin embargo, sí conocemos muchos en los que el exceso de tecnología ha provocado un problema de salud mental. Tengamos en cuenta esta premisa. De la misma manera que no les dejaríamos conducir un descapotable a 180 kilómetros por hora en una carretera sin carné de conducir, no les debemos dejar esta barra libre de pantallas porque su cerebro no está preparado para manejarlo.

-Pero los padres tienen miedo a enfrentarse al conflicto con sus hijos.

Para pedir a los hijos que no usen sus dispositivos tenemos que estar nosotros dispuestos a hacer el esfuerzo de amoldar toda nuestra vida para el no uso de pantallas. Hay momentos en los que hay que decirles «no uses las pantallas, y no pasa nada si te aburres«. Pero hay otros muchos momentos que exige un esfuerzo por parte de los padres porque hay que traerlos y llevarlos más a menudo con los amigos, organizar planes en casa -lo cual supone tener un desastre de salón-, preparar comida para no sé cuántos, buscar planes B, alternativos, intentar gestionar con ellos nuevos hábitos, nuevas actividades que rellenen su tiempo...

Esto en casa..., pero yo también soy profesora en la universidad y he tomado la decisión de que en mis clases no se usan pantallas. Al principio les sorprende, pero lo cierto es que al final se dan cuenta de que lo haces por su bien. Siempre les digo: «lo hago porque de esta manera garantizo vuestro aprendizaje». Estoy segura de que prestándome atención van a tener muchísimas más posibilidades de aprobar la asignatura y no quiero que pierdan esta oportunidad tan grande de aprender.

-Entonces, los padres tampoco deben tirar la toalla, pero sí ser algo estrictos...

Las pantallas funcionan como un sustituto de la droga y generan adicciones comportamentales, adicciones sin sustancia, que a nuestro cerebro, a los efectos, les funcionan con subidones de dopamina y hacen que queramos más y más cada vez. El problema es que a un niño, a adolescente o a un adulto, que ha generado una adicción a las pantallas, le estamos diciendo que eso mismo que le provoca adicción es aquello con lo que tienen que trabajar todo el día, con lo cual es muy difícil mantener ese equilibrio entre algo que realmente es útil y necesario y algo que genera adicción. Es decir, ¿cómo le digo yo a mi cerebro: hasta aquí?

Sería como pedirle a un cocainómano que parte de sus horas de trabajo esté ordenando rayitas de coca. ¿Cómo consigo yo que no se tire a la cocaína? Ese balance, ese equilibrio, es el que sólo se consigue con mucha voluntad y pensamiento crítico. Hay muchísimos trucos y muy sencillos. Por ejemplo, establecerme alarmas de tal manera que yo sepa que sólo consulto el móvil en estos momentos determinados; tener el terminal lejos, sobre todo cuando estoy en el momento más débil de voluntad, que es cuando voy a dormir; no usarlo como despertador, mejor utilizar uno de los de siempre que siguen vendiéndolos; no usar el móvil para leer, optar por un ebook, porque no tienen internet, o un libro en papel...

-¿Qué función crees que están jugando también los colegios, incluso algunas comunidades autónomas, que están negando ya el uso de pantallas en las aulas? ¿Consideras que va a solucionar el problema?

Yo creo muchísimo en la libertad en cada familia, en la de cada centro educativo y de la enseñanza, con lo cual en cada colegio sabrán mejor que nadie cuál es la mejor aplicación. Sin embargo, me preocupa mucho que a veces ponemos el foco de atención en el colegio, que han tenido que digitalizarse, y demonizamos lo que hacen, y no nos damos cuenta de que el mal uso de las pantallas no está tanto en el colegio porque en los centros normalmente, incluso en aquellos en los que usan pantallas, saben muy bien cuáles son los límites que tienen que establecer. Por ejemplo, si van a hacer una actividad, les dan muy poco tiempo para que no puedan utilizar la tecnología para otra cosa diferente. Es decir, que muchas veces el mal uso de las pantallas está en casa, y ahí es donde tenemos que poner el foco.

Estás lanzando muchos mensajes directos a los adultos, en este caso a los padres...

Claro porque en casa a veces damos muy mal ejemplo. Yo la primera. Cuántas veces estamos contestando correos electrónicos —que sí, pueden ser de trabajo—, pero nuestro hijo no sabe si estamos trabajando o navegando por Instagram; cuántas veces hemos buscado algo importante y acabamos perdiendo el tiempo porque nos despistamos con otra notificación.

No demonizo el uso de pantallas en la escuela, siempre que el centro tenga un programa con criterio, pero hemos visto que con la llegada de la tecnología a los deberes, muchos hijos dicen «tengo que estar con el ordenador para hacer la tarea». En ese caso también hay muchos trucos para poner en práctica con ellos.

El primero es el tiempo límite: «tienes 20 minutos para esta tarea y después te retiro el ordenador», así evitamos que se dispersen. Otro truco es el trabajo en espacios comunes; es decir, si tienen que usar el ordenador, que lo hagan con la puerta abierta o en una zona compartida de la casa. No se trata de un control excesivo, sino de evitar la tentación.

Los padres somos conscientes de que es difícil quitarles el dispositivo digital. Es más sencillo cuando los niños son pequeños, pero cuando tienes un hijo de 16, 17 o 19 años, la cosa cambia. Pero aún así, con normas sencillas y lógicas, se puede. Por ejemplo: poner una cajita en la entrada de casa donde se dejan los móviles y establecer horarios de uso de la familia, lo que cada una considere en función de su dinámica diaria, pero que todos deben respetar.

Y si un día necesitan hacer una excepción… no pasa nada. Si tu hija te dice «estoy esperando una llamada importante», ese día puede tener el móvil cerca. No pasa nada. Lo importante es el hábito.

Cuestión de hábito al que se deben sumar también los padres...

Fundamental. Que nos vean nuestros hijos dejar el móvil, que cuando nos hablan dejamos de mirar la pantalla... Eso enseña más que mil sermones.

Terminas tu libro con el capítulo 'Motivos de esperanza. ¿De verdad la hay?

Muchísima. Primero, porque la adolescencia es una etapa de imitación y es normal que estén muy enganchados porque ven a los demás hacerlo y quieren ser como ellos, pero poco a poco maduran y se distancian del teléfono. Y, sobre todo, hay motivos para la esperanza porque educar el pensamiento crítico es más sencillo de lo que nos parece. Eso se hace cada vez que nos sentamos a compartir mesa y mantel, a comer juntos, a hablar, a contarnos experiencias... Ese es el gran momento donde los hijos se sienten libres para expresar sus ideas, incluso aunque no coincidan con las de sus padres. Ahí se construye el pensamiento crítico que les da las herramientas que necesitan para poder decir «no» a lo que se encontrarán en el futuro en las redes sociales y que es dañino.

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