Se llama Borja, y nos enseña sin necesidad de palabras ni discursos. Su medida del tiempo es distinta a la nuestra. Muchas cosas necesitan calma, no hay por qué tener prisa, lo bueno es disfrutar de cada momento juntos.
Se llama Borja, es cabezota y testarudo, como muchos de los estáis leyendo estas líneas.
Se llama Borja, quisiera estar jugando a todas horas, aprende despacio y se enfrenta a sí mismo, a mí también me pasa.
Nos da lecciones de ternura sin quererlo. No sabría explicarte porque logra sacar lo mejor de cada uno, también de quién menos te lo esperas.
Su rostro es preciso, sabe mostrar desde al abatimiento hasta la sonrisa más contagiosa. Sus carcajadas me resuenan y me devuelven a lo importante.
Nuestra humanidad, ¿qué digo humanidad?, nuestra civilización, ¿civilización? Mejor dicho nuestra barbarie se aboca hacia la extinción de los pequeños Borjas. Apenas nacen niños con síndrome de Down. Si el mundo en el que vivimos detecta un par de cromosomas de más te invita a que no nazcan o a matarles justamente antes del parto, como lo que ahora se permite en el Reino Unido.
Una ola gigante de salvajismo y sinrazón ha invadido nuestro mundo.
Es enorme lo que nos perdemos sin Borjas que nos enseñen que lo imperfecto es justamente la muestra de lo Infinito.
Se llama Borja, tiene síndrome de Down, y si se acaba la tarta de chocolate puede llorar muy fuerte. Sí Borja, hay cuestiones por las que vale la pena llorar, como la de que se nos extingan los Borjas. Solo vosotros sabéis que lo esencial es invisible a los ojos.
Se llama Borja, le corre la sangre por las venas, y no horchata como a quiénes toman decisiones infames.
Me compadezco de los toman tales decisiones, les deben doler las entrañas.
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