ANÁLISIS

O los compras o los revientas

«El PNV está tan convencido de no apoyar ahora a Feijóo como abierto a 'explorar acuerdos' dentro de un par de años si el PP demuestra que no es cautivo de la extrema derecha»

Vox y las chicas (5/8/2023)

El entorno de Feijóo dice que negociará con el PNV «hasta la extenuación» y es como hacer el cuaderno de verano de Lengua cuando lo que te quedó para septiembre fue la Matemática. Es ese empeño de niño muy aplicado y muy poco inteligente. ... El PNV aprecia a Feijóo y sabe que es un tipo razonable y dialogante pero el partido está en declive electoral, con Bildu al acecho y unas elecciones autonómicas en 2024 en las que no tiene nada asegurado. Pactar ahora con el PP, que arrastra la sombra de Vox aunque el partido de Abascal haya anunciado que cederá gratis sus escaños para la investidura y que no entrará en el Gobierno, es regalar la campaña y la victoria a los ex terroristas. Tan convencido está el PNV de esta negativa como abierto a «explorar acuerdos, dentro de un par años, si el PP forma Gobierno y demuestra que no es cautivo de la extrema derecha. Entonces, si atienden a las necesidades del País Vasco, podríamos votar unos Presupuestos, ¿por qué no?».

Feijóo puede continuar cuanto desee con su extenuación pero será una fatiga estéril, pero un PNV indeciso, frágil y temeroso de perder no sólo la lehendakaritza sino la hegemonía en su comunidad, y que ni siquiera tiene claro si Urkullu volverá a ser su candidato, no va a suicidarse electoralmente tras el contundente aviso que dejaron las elecciones generales. 100.000 votos menos, empate técnico con Bildu y la evidencia de que el fantasma de Vox movilizó al electorado vasco contra un giro a la derecha en el Gobierno.

«Puigdemont está más cerca de investir a Sánchez pero teme que el pragmatismo le robe votos en Cataluña»

Ni tiene ningún sentido buscar un pacto imposible con el PNV, ni va a funcionar la estrategia de intentar avergonzar a Pedro Sánchez por pactar con los independentistas catalanes. La única posibilidad que le queda a Feijóo para abortar la investidura socialista, tal como ha explicado ABC desde la misma noche electoral, es conseguir que Puigdemont sea acusado de traidor por la facción más radical de sus votantes y a última hora le tiemblen las piernas, se mantenga en el todo o nada y fuerce la repetición electoral, como le reclaman sus votantes más irreflexivos y exaltados.

Si el PP fuera un partido serio, con más propósitos claros que extenuaciones peregrinas, y con cloacas trabajadas y eficaces, infiltraría al independentismo como tantas veces la Policía ha infiltrado a okupas, etarras y demás movimientos antisistema para controlarlos, manipularlos y someterlos. Bastaría con activar las pulsiones más irredentas, que ya existen, y provocar que los acérrimos al presidente fugado le mortificaran con el argumento de que cualquier colaboración con «España» es una traición al referendo del 1 de octubre. Hay algo que el PP no ha entendido nunca y es que con las bandas desestabilizadoras sólo tienes dos opciones: o comprarlas o reventarlas. El PSOE lo ha tenido siempre claro. Primero con el GAL, y luego con la estrategia de comprar las nacionalistas, aunque sea a un precio que se pueda considerar demasiado caro para un Estado.

En esta tesitura, que es la única que va a resultar decisiva de cara a la formación de gobierno o a la repetición de las elecciones, el PP ni está ni se le espera porque con una extraña e incomprensible tozudez insiste en derroteros que no llevan a La Moncloa. Por falta de inteligencia política, por la soberbia de algunos dirigentes que aún no han demostrado ningún mérito y que continúan teniendo una pésima relación con la realidad, y porque Cataluña continúa siendo la gran desconocida de la derecha española, el PSOE y Frankenstein le han sacado 41 escaños de diferencia a PP y Vox en el País Vasco y Cataluña.

Mientras tanto, Puigdemont duda. Está más cerca de investir a Sánchez que de romper la baraja pero teme que un exceso de pragmatismo le robe votantes de cara a las elecciones autonómicas que aún tardarán año y medio en celebrarse, pero que son su única obsesión, junto con derrotar a Esquerra. Aunque el expresidente parece decidido a no desperdiciar la histórica ocasión que, pese a su declive electoral, la aritmética parlamentaria le ha brindado, está nervioso y lanza mensajes contradictorios a los suyos, dependiendo del humor de cada día.

De un lado, él es el primero que sabe que la independencia como posibilidad real no existe, y que el movimiento político que inició con el referendo ilegal del 1 de octubre de 2017 ha sido derrotado. Pero esto es justo lo contrario de lo que lleva cinco años diciendo para acusar a Oriol Junqueras de haberse vendido al Estado por solucionar sus problemas personales. Puigdemont está buscando un equilibrio entre buscarse una salida personal que parezca un avance para el independentismo y forzar a Pedro Sánchez a algo llamativo —como que el presidente en funciones se traslade Waterloo para firmar el pacto de investidura— pero sin llegar a romper la cuerda, para evitar que el presidente pueda presentarse a una repetición electoral con la propaganda de que no ha cedido al chantaje nacionalista.

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