Un país 'fake': el CSI español que destapa las falsificaciones
Somos los segundos europeos que más imitaciones compran, sólo por detrás de Bulgaria. Los 'forenses' del lujo explican los detalles de un mercado milmillonario y las pulsiones de una sociedad que ha perdido el pudor de combinar unas chanclas con un Gucci falso
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Iniciar sesiónLo ha podido ver sobre un taburete en McDonald's o dentro del guardarropa de una de esas discotecas que cobran entrada. El bolso de Louis Vuitton habita cualquier espacio y se lo vio a aquella mujer en el autobús hace poco. Pero quien ... dice Louis Vuitton dice Dior, Prada, un hombre sobre un caballo jugando a polo o un cocodrilo. El logo, al final, da un poco igual.
La posibilidad de que quien lo portaba pagase miles de euros por el diseño está ahí, pero siendo España el segundo país de la Unión Europea que más falsificaciones consume, lo más probable es que fuera una imitación. Según el último informe de la Oficina de Propiedad Industrial de la Unión Europea (Euipo), el 20% de los españoles reconoce haber comprado intencionadamente productos falsificados en el último año. Un porcentaje muy por encima de la media (13%) y que sólo supera Bulgaria (24%).
Confiamos en el 'fake' más que nuestros vecinos pero, ¿por qué esta querencia por el plagio? ¿Son las razones meramente económicas? Parece ser que no. A ojos del mundo, somos el país que inventó el 'fast fashion' (moda rápida) de calidad con el modelo Inditex. Carmen Baniandrés, comisaria e investigadora de Moda, cree que por este motivo «nos hemos acostumbrado a pagar más bien poco por prendas que nos gustan estéticamente» y esto nos acerca a la copia, que siempre tiene un precio más asequible.
El 'mec de la rue' o preferir el falso al original
Pero es que además, dice, en los últimos tiempos ha ido desapareciendo esa vergüenza a admitir que no compraste algo auténtico: «Desde luego que sigue habiendo un punto de validación psicológica cuando llevas un logo, de acercarte a una clase social a la que no perteneces. Sin embargo -y sobre todo entre los jóvenes- cada vez es más común preferir la falsificación antes que el original. Es la moda del MDLR ('mec de la rue' en francés o chico de la calle) que lleva imitaciones en un gesto de reírse del lujo. Gusta la apariencia del poder, de la ostentación, aunque no puedas permitírtelo».
Confirma esta tendencia María Cirre, que es jefa de la sección de Delitos contra la Propiedad Intelectual e Industrial de la Policía Judicial. «En nuestra sociedad está muy asentada la cultura de la falsificación. Más de la mitad de nuestros jóvenes (son datos de Euipo) ha comprado algún producto falso».
Ahora, asegura esta profesional, se utiliza mucho la palabra «réplica» en las redes sociales, un eufemismo para un acto «completamente aceptado» entre los consumidores. En países como Francia, la persona que adquiere un producto falso comete un acto ilegal, pero en España sólo hay pena para el que se lucra con su venta. «Se trata de un delito que da mucho dinero, pero que penalmente está muy poco considerado».
Cirre, junto con Luis Martín, coordinador de este grupo de la Policía Judicial, forman parte de un equipo de seis personas que se dedica a investigar redes criminales de importación y exportación de productos falsificados. Su última gran operación fue el pasado 27 de junio en el barrio de Lavapiés, donde incautaron ropa y complementos que sus compañeros de la Policía Científica aún están analizando. Estos últimos, algo así como unos 'forenses' del lujo, examinan los objetos incautados y elaboran los informes periciales que se utilizarán en el posterior juicio.
La Científica comprueba una serie de características del producto que detalla la marca y que sirven para determinar si hay delito contra la propiedad industrial o no. «Muchas veces tienen problemas para saber si se trata de un objeto falso y entonces piden a la casa una muestra auténtica para comparar. En ocasiones hay que recurrir a los 'puntos de seguridad', pistas más o menos escondidas que nunca se revelan, pues entonces las firmas estarían perdidas», dice Luis Martín.
La sospechosa «plasticosidad»
«Parece auténtico, ¿verdad? Pues mira lo mal que huele», comenta Cirre con un Louis Vuitton de mercadillo entre las manos. En una bolsa policial guardan decenas de logotipos de metal bañado en 'oro' de marcas reconocidísimas, algunas aún en su funda de plástico. «Tanta 'plasticosidad' suele ser sospechosa», observa esta investigadora.
Esas chapitas con el nombre de la firma a veces se incrustan sobre diseños que vienen de fuera: «Puede entrar material que llamamos 'blanco', es decir, sin marca. En ese caso, todo depende de si el diseño está protegido. Hay algunos modelos de Dior, por ejemplo, que están registrados. Habría delito, aunque no leamos la palabra Dior por ningún lado», explica.
«De las mejores copias que he visto se han producido en España. Gente artesana que produce verdaderas obras de arte»
También indica que en nuestro país se manufacturan muchas imitaciones: «De las mejores copias que he visto en mi vida se han producido en España. Hay talleres en la zona de Levante donde se cose y se trabaja muy buen cuero. Gente artesana que produce verdaderas obras de arte».
Un ejemplo de esa pericia del plagio es la llamada 'Operación Palomitas'. Según cuenta Martín a este diario, justo antes de que estallara la guerra en Ucrania, descubrieron una fábrica ilegal de bolsos de Loewe en el municipio gaditano de Ubrique: «Eran unos bolsos de piel con un acabado magnífico. El cabecilla había estado trabajando en la fábrica de la firma y estaba causando un estropicio tremendo a Loewe porque no se vendían en ningún mercadillo, sino en tiendas del barrio Salamanca por 300 o 400 euros».
Además de contra la propiedad industrial, hay ocasiones en las que se puede caer en un delito de estafa. «En un 'top manta' sabes que estás comprando una falsificación, pero hay muchas tiendas que venden como verdadero un producto que no lo es», apunta Martín. Vamos, que te dan gato por liebre.
Y no sólo ocurre con el textil. Según datos del Ministerio del Interior, las Fuerzas de Seguridad intervinieron en 2022 más de 2,6 millones de falsificaciones por valor de 121 millones de euros. El mayor porcentaje de productos incautados corresponde al sector de la juguetería (16,6%). Le siguen, por volumen, el textil (12,5%), el calzado (10,2%) y el de la marroquinería y complementos (3,8%).
Pero Martín y Cirre especifican que se falsifica absolutamente de todo: es muy habitual encontrarse con equipación deportiva con su falsa etiqueta, pero también botellas de vino, champús, tabaco. Todo lo imaginable. Este equipo de la Policía Judicial se topó hace años con varios Ferraris de pega: «Aquello fue el 'top' de la imitación, una verdadera obra de ingeniería. Desde un taller estaban convirtiendo varios modelos de Ford Cougar en lujosos deportivos italianos que se utilizaban para publicidad: «Era todo fibra, falso y pegatinas», resume Martín.
¿Es España uno de los principales puntos de distribución de falsificaciones? En realidad, estos productos entran por cualquier puerta de Europa. «Este es un país de turismo y aquí tenemos mucha imitación que llega por el puerto de Valencia. Y toneladas de material que se queda y se vende en nuestras fronteras. Pero también entra por países como Italia o Alemania desde China o Turquía. Por ejemplo, detectamos que antes del Brexit viajaban productos a Reino Unido y desde ahí se distribuía a toda Europa a través de Bulgaria, que es una frontera muy permeable», informa.
En cualquier caso, este investigador matiza que no se puede entender la falsificación de hoy sin aludir a la producción paralela y la deslocalización. Es decir: de las fábricas que tienen las grandes marcas en Asia salen diseños autorizados por la firma (originales) y remesas del mismo producto, pero falso, es decir, sin autorizar. Carmen Baniandrés se plantea entonces ¿cómo sabes hoy en día cuál es el valor real de un producto? Es difícil, porque a veces se produce en el mismo taller.
Producción paralela y deslocalización
Esta experta en la industria de la moda cree que, en parte, el consumo voraz de réplicas tiene que ver con un el desconocimiento del comprador. «Las marcas, si no venden lo que esperaban, terminan quemando parte del 'stock' porque no les interesa bajar los precios. La gente esto no lo sabe», asegura. Esa es otra de las cuestiones espinosas de la falsificación: ¿Qué se hace con todo el material incautado? En estos casos no se aplica la destrucción anticipada como ocurre con la droga.
La Policía puede almacenarlo hasta que se celebra el juicio (aunque a veces pasan años). Pero, al final, la marca tiene que hacerse cargo porque el Estado no tiene espacio ni capacidad para guardar toneladas y toneladas de falsificaciones. Cuántas riñoneras Gucci falsas no habrán ardido ya.
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