El relojero de la Puerta del Sol: «Vamos al segundo, no fallaremos»

Como sucede en Nochevieja desde hace más de un siglo, el reloj que se posa sobre la Real Casa de Correos, en la Puerta del Sol, se convierte en protagonista pues marca el fin de una añada y el comienzo de otra. Y detrás de esas emblemáticas esferas y agujas que estamos acostumbrados a ver, hay un pequeño equipo de trabajadores controlando la maquinaria para garantizar su óptimo funcionamiento.

Al corazón del reloj de torre se accede por una angosta escalera de caracol, cuyo recorrido empieza en la última planta del edificio y se eleva cuatro más por encima de este, ubicándose en cada una: las pesas, el péndulo, la máquina y, en el exterior, la bola.

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Desde su inauguración en 1866, han sido varios los responsables. Un periodista de la revista Diez Minutos escribía en 1985 que el relojero encargado de su conservación era «un enamorado del reloj» porque «más que cuidarle, le mima». Hoy son Jesús López-Terradas y sus compañeros Pedro y Santiago Ortiz quienes ostentan esa responsabilidad -después de haber ganado un concurso público 25 años atrás-, y también parecen haber heredado ese especial apego por la máquina que mide el tiempo. «Todas las semanas la engrasamos, subimos las pesas y revisamos que esté todo en orden», comenta López-Terradas sobre la rutina de mantenimiento. «No nos queda más que echarle una mantita para que no tenga frío».

«Este reloj tiene algo que no suelen tener los otros de torre: una esfera de control de segundos», alardea el relojero de su 'criatura'. «De esa forma, puedo saber en cualquier momento si va con precisión o no. Y va al segundo», confirma al compararlo con un pequeño cronómetro digital. «Con nosotros nunca ha fallado».

Se trata de una máquina de 156 años de antigüedad. Es un artefacto único. Si alguna pieza fallara, ellos mismos, con torno y fresadora, la fabricarían. «Para eso tienes que tener la herramienta adecuada, y, además, saber manejarla», asegura el relojero. «Es como tener un coche muy bonito; como no sepas conducir, no lograrás moverte. En relojería pasa igual: tienes que ver el reloj, saber qué está mal, saber lo que hay que hacer, y, además, saber hacerlo».

El compromiso con el reloj de la Puerta del Sol implica un par de sacrificios para sus cuidadores en Nochevieja. El primero: olvidarse de las tradicionales uvas. «Estamos aquí trabajando, pendientes de dejar caer la bola cuando faltan 28 segundos. Ni antes ni después. Si estás pendiente de eso, qué vas a estar comiendo. Y cuando han dado la última campanada, ya las uvas no te importan». El segundo: que sus familiares interioricen que no verán a los relojeros sino hasta el año siguiente. «Es necesario estar porque la bola es manual, un mecanismo independiente del reloj. Y, cuando sea tiempo, hay que mover una palanca, dejarla caer y luego recogerla. Pero el día 31 no es el 24», dice López-Terradas, restándole importancia. «Cuando llegas a casa, todavía queda mucha noche por delante».

El tiempo transcurre de manera impasible, y, gracias al equipo de relojeros, el reloj de la Puerta del Sol puede dar testimonio de ello. Su péndulo oscila y los trenes de máquina siguen moviéndose. El 31 de diciembre, cuando descienda la bola y suenen los doce tañidos, tendremos la certeza de haber entrado en el 2023.