El proyecto Calvache: barriadas obreras de diseño y económicas
HISTORIAS CAPITALES
Proponía viviendas de tres alturas, bien ventiladas y por un alquiler de 10 a 12 pesetas al mes
Las casas cueva donde vivían los madrileños en Ventas o Tetuán

Con la llegada del siglo XX, Madrid comenzó a cambiar y transformarse a pasos agigantados. Su población aumentaba exponencialmente, pero lo hacía de forma desordenada, creando barrios sin permiso en su extrarradio, en la mayor parte de las ocasiones con núcleos de vecinos que ... vivían en condiciones miserables. Hacia 1920 vivían ya 750.000 personas, con desajustes importantes en su reparto: en el casco antiguo creció el vecindario un 4 por ciento, y en el extrarradio lo hizo por encima del 27.
En 1903 se creó el Instituto de Reformas Sociales, que estudió un cuerpo jurídico para las viviendas para obreros y terminó dando luz a la Ley de Casas Baratas. En este ecosistema es donde nació el 'proyecto para la urbanización del extrarradio de Madrid', del ingeniero y urbanista Pedro Núñez Granés, presentado en 1910 pero que nunca se llegó a ejecutar.
Así nació el 'proyecto Calvache', del que hablaba largo y tendido el ABC en julio de 1914. Se trataba de proyectar y construir barriadas de casas baratas para obreros, en manzanas de 90 metros de longitud por 30 de ancho, con una gran plaza y calles de 14 metros de anchura.
Todos los detalles estaban contemplado: se trataría de viviendas con planta baja, principal y segundo, y cada una de ellas contaría con una sala, dos o tres alcobas –todas con ventanas de 1,10 metros por 1 metro– y cocina de 3,5 metros de longitud por 3 de ancho. De esta manera, se conseguirían 108 habitaciones por manzana, que podrían llegar a ser 180 si en lugar de tres pisos, las casas tuvieran cinco alturas.
Los alquileres de estos espacios oscilarían entre las 10 y las 12 pesetas al mes. Especificaba el cronista que «el Gobierno facilitaría obreros de los penales, y levantándose estas barriadas donde el proyecto dice, que daría el ladrillo y la teja, resultarían por lo menos una tercera parte más baratas».
Primera premisa: sacar el Hipódromo del paseo de la Castellana. Se proponía trasladarlo a «las grandes planicies que lindan con las tapias de la Casa de Campo próximas al camino de Boadilla». Esta mudanza despejaría el camino a la prolongación de la Castellana, que ya entonces defendía Núñez Granés. Con el producto de la venta de los solares que habrían de quedar sobrantes de dicha prolongación –que calculaban en unos 5 millones de pesetas–, podría construirse la primera barriada, calculaban. Más adelante, con los productos de los alquileres de éstas se haría la segunda, y así sucesivamente.
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A renglón seguido, el urbanista ponía el ojo sobre los terrenos de la Dehesa de la Villa, donde se encontraba el Asilo de la Paloma. Unos terrenos que reunían «condiciones especialísimas, inmejorables, como sitio sano y de bellas vistas». Para la segunda, Núñez Granés proponía terrenos «al otro lado del Arroyo Abroñigal, en las Ventas del Espíritu Santo». Y la tercera, «cualquiera de los terrenos próximos al hospital militar de Carabanchel Bajo». Todos ellos eran abundantes en agua, bien aireados y de «tierras a propósito para la fabricación de los materiales», y «los tres muy próximos a líneas de tranvías que comunican con el centro de Madrid».
El cronista resumía su postura, muy partidaria del proyecto de Núñez Granés: «Ciego estará el que no vea que al ceder el Estado el Hipódromo para la prolongación del paseo de la Castellana, y formando un fondo con el importe de las ventas de los solares que resultasen vacantes, se conseguiría hermosear el paseo aludido, dándole grandeza y expansión, y hacerse propietario de las tres barriadas de casas del proyecto sin hacer ningún sacrificio». Negocio redondo, si, que nunca se llevó a cabo.
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