Ulises, el programa madrileño para ganar al alcohol: «Ahora elijo yo»
El proyecto ata, metafóricamente, a los exadictos a sus mejores valores para desengancharse de un consumo tan adictivo como socialmente aceptado por todos
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Madrid
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Iniciar sesiónFíjense la próxima vez que paseen por la calle, no importa dónde sea: cada pocos pasos, se encontrarán con un bar o una cafetería, y con carteles invitando a tomar 'caña y aperitivo', un 'doble' o un 'spritz aperol' a buen precio. Lo que para ... un ciudadano sin problemas con la bebida no significa nada, en el caso de un exadicto se traduce en una auténtica carrera de obstáculos. Hay que ser mentalmente muy fuerte para resistirlo.
Como lo son los hombres y mujeres que acuden una vez en semana al Hospital 12 de Octubre para participar en el Proyecto Ulises, una última fase del programa para pacientes con adicción al alcohol que les enseña a buscar dentro las herramientas para esquivar la tentación y no caer en ella. En 'La Odisea' Ulises se vence a sí mismo y logra soportar, sin arrojarse al mar, los cantos de las sirenas porque pide a sus hombres que le aten al mástil del barco. Eso mismo es lo que persigue el doctor Gabriel Rubio, jefe del Área de Gestión Clínica en Psiquiatría y Salud Mental del 12 de Octubre: mostrarles un mástil al que asirse en la travesía por la vida.
Lo hace mediante una terapia grupal que desarrolla en colaboración con el departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. Comenzó hace tres semanas, y enseña a los pacientes valores positivos que la adicción enterró.
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Tras la desintoxicación y los refuerzos para evitar recaídas –entre otros, cambios en la vida como no salir con quien te llevaba de copas–, y tras décadas en muchos casos utilizando el alcohol como válvula de escape cuando se encontraban tristes, preocupados o insatisfechos, llega el momento de enfrentarse a una nueva realidad: una vida que se vuelve plana porque ya no hay altibajos, como cuando bebían, y su día a día es «estar asquerosamente lúcidos», describe el doctor Rubio.
El Ulises es un programa único en el sistema público de salud madrileño, y se ofrece con el fin de ayudar a exadictos al alcohol a recuperar sus valores. Los participantes, de todas las edades, géneros y circunstancias, se muestran encantados: para unos, ha sido la vía con la que intentan recuperar una relación familiar rota por el alcoholismo; para otros, una manera de poder volver al mercado laboral, o a ver a los auténticos amigos; para todos, un modo de recuperar la autoestima. «Cada uno se pone sus objetivos, y la meta final es una vida más equilibrada», explica el doctor.
El estigma del alcoholismo pesa, y mucho: todos se reconocen en esa falta de autoestima y en el sentimiento de culpa que les arrolla. Por eso el programa «trata de recordarles quiénes son». Eso les dota de herramientas para combatir la tentación de una recaída, y torear las dificultades del día a día. Al notar cómo se refuerzan, lo primero que vuelve es el amor propio: «Me siento orgulloso de haberme recuperado, de lo que he conseguido», señala uno de los participantes, que insiste en poner el foco «no en lo malo, en las bajezas, sino en que de esto se puede uno recuperar».
Y eso que la sociedad no lo pone nada fácil: él se declara expolitoxicómano: «En los 80 tomaba heroína y cocaína; pero me ha resultado más difícil dejar el alcohol que lo otro». En efecto, todo está en contra: no hay en cada esquina alguien vendiendo droga dura, pero sí un bar que ofrece dos cañas y dos tapas por 5 euros. «El alcohol es un hijo de puta, porque lo tienes ahí y te presionan para que bebas. No se da ni un paso sin dar con un bar», se duelen.
El estigma del alcoholismo pesa, y mucho: reconocen tener falta de autoestima y un sentimiento de culpa que les arrolla
El consumo de alcohol está tan arraigado en la sociedad que se ha normalizado la copita para celebrar un nacimiento, una boda, un ascenso o una festividad. Y eso complica mucho la vida social: «Cómo le vas a decir a la familia que no traiga una botella de cava en Navidad… pues hay que decírselo, o que no vengan».
Igual ocurre con las amistades: «Los hay que te insisten: '¿pero cómo no vas a beber?', porque aún se vincula el alcohol con la diversión; y los hay que están deseando que te marches porque no quieren beber delante de ti, y sientes que les cortas el rollo», explica otro de los participantes.
Uno de los más jóvenes destaca cómo el tratamiento te hace replantearte también tus relaciones: «Yo he conservado un grupo muy pequeño de amigos que respetan mi sobriedad», pero no todos piensan así. «Te enteras de que uno se casa y no te invita». Otros «tienen también un problema con la bebida, pero no lo saben aún. Hay que tener claro quién merece la pena y quién no», concluye.
La silla de ruedas mental
Eso es lo mejor del grupo de terapia, que nadie los juzga: «Aquí somos comprendidos», defienden. «A veces sientes que el doctor y el terapeuta se han metido en mi mente», relatan. Todos se ven como espejo de todos. «Y eso que no tenemos nada que ver unos con los otros: somos de diferentes edades, ideas políticas y religiosas, pero hemos creado una pequeña familia».
Por su vida ha pasado de todo: para algunos, un golpe de salud como un ictus; para otro, el divorcio, tras varios intentos de desintoxicarse. Sobre el futuro, no saben qué les deparará aunque siguen dispuestos a dar la batalla. «Esto es como el que va en silla de ruedas; en su vida va a volver a ser el de antes; pero estoy haciendo cosas que no he hecho en mi vida», concluye otro usuario.
Se reconocen tras el tratamiento como personas nuevas, porque «ahora sí podemos elegir; antes elegían las drogas». El doctor Rubio lo completa: «Estoy delante de personas como yo; el pasado es pasado. Tienen la dignidad que necesitan y deben, y una honestidad con la que cuentan las cosas que te estremece».
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