Paco Segovia, de carbonero a constructor
gatos que fueron tigres
A los setenta y siete años de edad, había logrado lo que muchos desean al llegar a Madrid: triunfar
Francisco, don Paco, de la Vega
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Iniciar sesiónLas Navas del Marqués es un pueblo de la provincia de Ávila que vio nacer, en 1877, a un tipo sobre el que se construye la leyenda de «hicieron Madrid». No es para menos si tenemos en cuenta que el bueno de Paco Segovia ... levantó más de quinientas viviendas en la ciudad que le acogió como carbonero a finales del siglo XIX. Su padre, alguacil del ayuntamiento abulense, fue un héroe de las trifulcas carlistas, obteniendo la friolera de nueve Cruces de Guerra. Y en ese pasado glorioso, el niño Paco se empapó de la épica y la gloria que caminan entre el honor y el deber desde bien temprano.
Empezó como todos los que no tenían nada: bajando leña de la sierra cuando contaba apenas doce años de edad. Dos años más tarde, decidió cumplir en la capital de España los sueños de una vida mejor, que tendría en el esfuerzo y el sacrificio el medio para lograrlos. Primero repartió arrobas de carbón en algunos domicilios, aunque su complexión delgada le obligaba a hacer el doble de viajes que un chico normal. De este modo, cambió el trabajo por el de chico de mostrador en una taberna, con su delantal verde y negro de rayas. Tres años después, pasó de la taberna a una tienda de ultramarinos, pues le doblaban el sueldo, de dos a cuatro duros mensuales. Allí comenzó a recibir los productos de ultramar que llegaban a Madrid desde Sevilla por el Guadalquivir, puerto de las Indias, y su ambición le llevó a alistarse y dirigirse hasta Cuba, bajo las órdenes del general Nicolás del Rey. Esto le sirvió para ahorrar algo de dinero y para comprender que podría conseguir todo lo que se propusiera. Y así lo hizo.
Tras el desastre de Cuba, Paco volvió a Madrid y se encargó de administrar la carbonera de su tía, aunque con poca fortuna. Gallegos y asturianos controlaban el mercado del carbón en la capital. No solo estimaban el precio al que se debía vender, sino que además no dejaban que prosperasen empresas que hicieran sombra a los norteños. Fue denunciado por haber vendido carbón a un precio más bajo y Paco, sin acobardarse, se dio de baja del gremio.
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El presidente del lobby llegó a pedirle perdón, pero nuestro tigre de hoy no solo le mandó a paseo, sino que consiguió aglutinar a todos los vendedores de carbón de Madrid en una nueva gremial, que se convertiría en la más poderosa de nuestro municipio: mil quinientos hombres, veintidós carbonerías y más de dos mil vagones de carbón fueron las cifras de Paco, que empezó a ser don Francisco para el ministro de Fomento, Gasset, o el alcalde Silvela, quienes recurrirían a él en momentos de crisis de abastecimiento, como ocurrió a consecuencia de la Gran Guerra de 1914.
Paco Segovia continuó ahorrando y haciendo de Madrid un escenario de prosperidad y esfuerzo. Y tuvo una visión que lo catapultaría para la eternidad. Se hizo con 240.000 pies de terreno a un lado del actual paseo de las Acacias. Allí no solo levantó una fábrica de ladrillos, sino que propició la creación de carpinterías, cerrajerías, talleres de pintura y de mosaicos. De este modo, Paco Segovia no dependería de nadie para construir un buen número de edificios, llegando a levantar más de quinientas viviendas en un nuevo Madrid que crecía a golpe de fama en todas las provincias españolas.
Recibió la Medalla al Mérito en el Trabajo, la de la Beneficencia, y logró que su nombre quedara para siempre grabado a fuego por la bondad
Por aquel entonces, Paco recibió la visita del doctor Verdes Montenegro, que le contó el terrible problema que asolaba al barrio de Embajadores por la tuberculosis. Antes de que terminara, don Paco le dijo: «Si el Instituto Antituberculoso que usted proyecta va a ser en servicio gratuito de mis vecinos, elija usted mismo el local que más le plazca y no se hable más». Este gesto le valió que el ministro don Severiano Martínez Anido le concediera la Cruz de la Beneficencia. Curiosamente, el día de la entrega la medalla no había llegado, así que utilizaron para la ceremonia la concedida al torero Fortuna, casado con una hija de don Paco.
A los setenta y siete años de edad, don Paco Segovia había logrado lo que muchos desean al llegar a Madrid: triunfar. Recibió la Medalla al Mérito en el Trabajo, la de la Beneficencia, y logró que su nombre quedara para siempre grabado a fuego por la bondad, el sacrificio y la honestidad de este gato abulense que se convirtió en tigre por méritos propios.
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