LAPISABIÉN
Noches felices en Ópera
Un hotel promete la costa, y es el lugar donde acaba o continúa la noche de la juventud más talludita
El reportero en su descanso
Madrid
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Iniciar sesiónLa plaza de Ópera es bonita, europea, trasera. No tiene el predicamento de otras, pero hay algo italiano en ella. Allá va el paseante mareado de los reclamos de Sol y llega por Arenal como el tuareg que arriba a un oasis.
Parte de una cierta tranquilidad, que le da la vecina plaza de Oriente los días de diario y a una hora concreta. Cuando anochece y se desvanece el Madrid más intenso.
Sentarse en Ópera es una invitación a la eternidad, en el momento en el que el día ya se ha echado como se ha podido en Madrid. Es un lugar para una foto a Isabel II, el lugar donde desembocan muchos 'madrides' del viejo Madrid y el territorio en el que, quizá, pasee sin que lo molesten algún actor de serie viral.
Un hotel promete la costa, y es el lugar donde acaba o continúa la noche de la juventud más talludita. De toda la ciudad, es la más cuidada gracias a la vigilancia verde de los taxis y de sus trabajadores, que son una garantía frente a pandilleros y a gentes del mal vivir. Por eso mismo, por el entrar y salir del hotel, tiene una paz que ya quisieran otros enclaves de Madrid con estatua.
Allí, con un célebre cómico de los 90, amigo, por poco llega la sangre al río hace unos años cuando una discusión sobre la maestría o no de Pablo Picasso se llevó a los más últimos extremos. Lo tranquilizamos a base de whisky en un local donde sonaba Verdi y un retrato del pintor malagueño, que el cómico no vio, presidía la escena.
Yo, de Ópera, tengo también el recuerdo, cada vez más vago, de la película 'Ópera prima', con Óscar Ladoire, Paula Molina y demás. Cuando estaba sin peatonalizar. Traerse Ópera a esta columna es una novedad porque allí no suele pasar nada, que es mucho decir en esta Babel. Es buena plaza para adecuar los buenos sueños, y darle el privilegio del primer bostezo rumbo a casa.
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En estos días que son otoñales en la mirada, por Ópera el personal no grita. Se calza las manos en los bolsillos. No sabe qué hacer con la rebequita y los coros, a una voz baja, casi en confidencia, se despiden sin despedirse.
Siempre hay alguien en la plaza de Ópera, con los pies sobre canalizaciones antiguas y con el privilegio de ser dueño del tiempo.
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