La gaviota madrileña

Y allí que se fueron Tajo arriba, saludando las fincas de Victorino, sobrevolando Toledo en un sueño histórico, bebiendo en el Real Sitio de Aranjuez y remontando el Jarama, sí, para sorpresa de biólogos y vecinos. Que el mundo de las aves ha venido a ser castizo, como la Virgen del Pilar no quiere ser francesa.

La ciudad tabernaria es que es así, acoge a las aves que ya han dejado de ser salinas y en Valdemingómez van picoteando un torrezno con aceitazo, un bollo transgénico, lo que sobró de una hamburguesería de copete y de Ponzano.

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LAPISABIEN

Ese calor 'madriles'...

Jesús Nieto Jurado

A veces se quedan en el Manzanares, que más que agua lleva suspiros y sulfatos, y que Lorca no se enfade. A veces, en lo que quedó del Vicente Calderón, emprenden un vuelo rasante con el corazón encogido por aquel año del doblete y por que Radomir Antic esté en los cielos etéreos donde la avifauna, atea, no puede entrar.

El cielo de Madrid, decimos, el cielo de esa sartén que está por que se foreste y arraigue que es Madrid Río, en estas tardes lánguidas y cálidas de mayo, ve a las gaviotas lisboetas. Y las azulea.

De las que ya no quedan en Lisboa cuando un marinero rubio, venido de las Indias o Angola, no se las encuentra entre la bruma de la mañana.

La gaviota es ya patrimonio de Valdemingómez, y merece documental en La 2 con testimonios sobre el ciclo reproductivo y el afán 'gaviotero' de quitarle al oso y al madroño la representación animal/institucional de la Villa. Han llegado para quedarse. Altivas, con la mar en la mirada, y la variedad culinaria que es un vertedero de buffet libre. Después duermen en el frescor de la sierra, como en una película de Garci.