Enrique Urquijo, entre la ternura y el desencanto
gatos que fueron tigres
Fue mucho más que el cantante de Los Secretos: convirtió a Madrid en banda sonora de corazones hechos trizas
Quevedo y el honor
Madrid
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Iniciar sesiónMadrid tiene fama de no parar nunca, de ciudad que se bebe de un trago, con risas altas y bares llenos. Pero también es un lugar que, cuando cae la noche y se enfrían un poco las aceras, deja oír un rumor más íntimo, hecho ... de pasos solitarios y farolas parpadeantes. Y en ese runrún vive eterno Enrique Urquijo, que fue mucho más que el cantante de Los Secretos: fue el tipo que convirtió a Madrid en banda sonora de corazones hechos trizas. Decían que era tímido, casi imperceptible, como si le incomodara ser famoso. Y no les faltaba razón. Enrique se sintió más a gusto en un pequeño bar de Chamberí, con el vaso de tubo en la mano, que en un plató de televisión. Tenía esa pinta de muchacho delicado al que le acaban de romper el alma y que, aun así, pedía otra ronda, por si acaso.
En Madrid, Enrique aprendió a mirar la vida con una mezcla de ternura y desencanto. Nació en 1960 en el barrio de Argüelles, y de chaval empezó a tocar la música junto a sus hermanos, primero con Tos y luego con Los Secretos. Mientras muchos se dedicaban a cantar himnos generacionales llenos de fiesta y locura, él escribía letras sobre desamores, tristezas y madrugadas en las que uno dudaba de todo, especialmente de sí mismo. Y es que Madrid, para Enrique, no era sólo la ciudad de la Movida, ni la Gran Vía encendida como un árbol de Navidad. Para él, Madrid eran los bancos del Retiro en invierno, las persianas metálicas bajadas de los bares y los portales donde se daban los besos y lloraban las despedidas.
Su generosidad era conocida por todos, su talento, un brote de emociones que se escapaban de sí mismo que no podía dominar. Su curiosidad le llevó por lindes inexploradas, acantilados y montañas que llenaban cada uno de sus pensamientos. Muchas veces, salir de su imaginación era un viaje a ninguna parte. Por ese motivo se encontraba más a salvo dentro que fuera. Donde nadie más que él podía tirar la llave de la puerta y quedarse a su bola. En las canciones de Los Secretos, Madrid aparece disfrazada de ciudad universal, pero los madrileños la reconocemos al instante: las luces mortecinas de Bravo Murillo, las noches frías con la niebla firmando capitulaciones, las historias de amor que se rompen en la Plaza de España. Enrique supo ponerle melodía a esos silencios que nadie se atrevía a contar.
La magia de Enrique radicaba en la sencillez, en la pureza, en la torpeza, y en la dificultad de utilizar la palabra adecuada en la melodía perfecta. Se quedaba paralizado cuando se topaba con la belleza, aunque para él cualquier gesto sincero era algo que merecía la pena. Por eso escribía la vida desde el rincón del mirón, como si hubiera hecho un agujero por el que observar al resto en su cotidianeidad. También fue un tipo compulsivo, porque el tiempo le quemaba en las manos y no quería perderse ninguna de las cosas, buenas o trágicas, que le ofrecía la vida. Había que gastársela, comérsela y vivirla hasta reventar. Para qué si no es para eso.
Madrid como refugio
En su otoño montó la banda de Los Problemas, porque, aunque todo en él fuera intenso, no podía dejar de guiñarle un ojo al destino y pintarse una mueca de sarcasmo para los años noventa. Esa resaca de la Movida no dejó de dolerle. Él supo que, acercándose demasiado al abismo, un tropiezo podría ser mortal. Pero eso no le impidió asomarse hasta casi resbalar, probarlo todo por mucho que se envenenara, o a vivir de lado mientras se moría de pena.
En esa 'Ojos de Gata' que escribió en paralelo con Sabina, decía eso de «pero cómo explicar, que me vuelvo vulgar, al bajarme de cada escenario». Y, aunque se fue demasiado pronto, sigue siendo madrileño de guardia. Porque basta escuchar 'Pero a tu lado' para recordar que, en Madrid, siempre hay una farola encendida, esperando al que regrese tarde, con el corazón maltrecho y con las ganas intactas de volver a empezar. Así era Enrique Urquijo: el hombre que convirtió Madrid en refugio, en herida y en consuelo. Y eso, en esta ciudad, es mucho decir.
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