Baldomera Larra, la «madre de los pobres» que estafó 22 millones de reales
gatos que fueron tigres
Diseñó un sistema pionero en España que le permitía vivir a todo trapo de las estafas, similar a la estafa piramidal
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Madrid
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Iniciar sesiónMadrid y picardía son la misma cosa. Un sinónimo, un modo de vida, indisolubles, tal cual, llámenlo como quieran. No es casualidad, porque allí donde existe el éxito lo hace también la derrota; dónde se cumplen los sueños suceden también las peores pesadillas. Son ... los mismos escenarios y actores. Solo cambian quienes dirigen la comedia o la tragedia. No se puede aspirar a tener de lo bueno lo mejor sin que vaya en el mismo acuerdo lo peor de lo malo, lo luminoso y lo oscuro de nosotros mismos. Y aquí, guste o no, siempre se vino a jugar.
Baldomera Larra Wetoret fue la tercera hija del matrimonio formado por Mariano José de Larra (1809-1837), escritor de nuestro romanticismo cotidiano, y por Josefa Wetoret, Pepita Martínez para sus amigos. Nació dos años antes de que su padre se suicidara, dejando una sombra alargada de la que no escaparía nunca. En esa falta se cultivó un carácter con un pasado de fama heredada, que la permitió codearse con parte de la élite que se jugaba el control de la monarquía y del país. Quizá por eso eligió de marido a Carlos Montemar y Moraleda, médico de la Casa Real y hermano del diplomático y diputado Francisco de Paula Montemar.
Mientras, su hermana Adela, dos años mayor que ella, calentaba la cama de Amadeo de Saboya. Con este tipo de influencias, no es de extrañar que los años de Baldomera en Madrid dieran para tanto: acceso a Palacio, a sus pelotas, a los círculos de poder y a todo ese glamur que se bebía en champán francés mientras nuestra dignidad se vendía en la Ribera de Curtidores.
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El ascenso al trono de Alfonso XII acabó con las buenas relaciones y favores de las Larra Wetoret, que de pronto se vieron abandonadas y dejadas de una corte, que huía a América buscando el dorado que perdieron en el número uno de la calle Bailén. Para entonces, Baldomera había tejido una amplísima red de contactos que explotaría en este nuevo invierno que cubría de miseria su horizonte. Para poder mantener su nivel de vida junto a sus hijos, Baldomera se vio obligada a vivir durante algún tiempo de los préstamos que avalaba con su buena fama.
Pero el pequeño matiz de tener que devolver el dinero prestado, inflado de intereses, la hizo diseñar un sistema pionero en España que le permitía vivir a todo trapo de las estafas: el sistema Ponzi que denominó La Caja de Imposiciones, un banco fantasma que tras pasar por varias ubicaciones se instaló en el desaparecido Teatro España, en la plaza de la Paja. La comenzaron a llamar por toda la ciudad 'La madre de los pobres' porque a diferencia del Madoff de nuestra era, Baldomera no distinguía entre ricos o tiesos a la hora de permitirles participar de sus increíbles inversiones. De boca en boca se corrió por Madrid que los dividendos que pagaba la hija de Larra llegaban al treinta por ciento mensual. Imaginen la oportunidad.
Así, cientos y cientos de personas hacían cola en La Latina para dar y recibir viruta en reales. Cuando la preguntaron por el secreto de su éxito, nuestra gata siempre decía lo mismo: Tan sencillo como el huevo de Colón. Otra cosa bien distinta es lo que comenzaron a oír sus primeras víctimas, generalmente, las que ya habían sido satisfechas con los primeros pagos pero que de pronto vieron como sus cuentas se esfumaban al son de un Madrid que se moría de risa. Porque cuando alguien reclamaba a Baldomera siempre recibía la misma respuesta: la hoja de Reclamaciones la rellena lanzándose por el Viaducto. De este modo, lo que comenzó siendo una estafa para mantener un tren de vida se convirtió en un agujero de más de 22 millones de reales y una cifra de estafados que alcanzaba las cincuenta mil personas.
Cuando la preguntaron por el secreto de su éxito, nuestra gata siempre decía lo mismo: Tan sencillo como el huevo de Colón
Huyó a Suiza y a Francia y vivió en el anonimato hasta que la cazaron. Posteriormente, de vuelta a Madrid, fue condenada a seis años de prisión mientras que sus colaboradores fueron absueltos. La sentencia fue portada de El Imparcial y de La Época el 26 de mayo de 1879.
Lo más llamativo del asunto es que después de reunir miles de firmas, las autoridades terminaron absolviéndola. Porque había algo en la estafa que no dejaba de ser también avaricia. Este Madrid está tan loco, que tiene la manía de perdonar a veces a los golfos y a los timadores, a los poetas, a los bohemios a los caraduras y, por supuesto, a las gatas que fueron tigresas.
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