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Manolito, el Pollero, el único poeta de la bohemia que vivía de la pluma

gatos que fueron tigres

Escribía su obra en servilletas de papel que luego pasaba a limpio para sus recitales tabernarios

Diego Mezquiarán 'Fortuna'

Manuel Fernández Sanz, a la derecha, con Camilo José Cela en 1966 abc
Alfonso J. Ussía

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Madrid era un arrabal de pretensión y aspiraciones. Una ciudad con resaca que despertaba confusa de monarquías absolutas en absoluta decadencia, un ir y venir de tranvías y mulas, de capas, sombreros y sables que lucían, a la mínima provocación, ansias de venganza por ... hacer sangre. Sangre que se compraba en el Matadero para sanar, ecos de últimas colonias y un escaparte construido en la Gran Vía, sueño de un Rey que añoraba una ciudad cosmopolita que no se quedara atrás del París de ensueño y del Londres de moda. Los cafés literarios eran consultas psiquiátricas, donde se trataba a los locos de la pluma y la actualidad, sesiones que eran tertulias y que servían para todo, y muy en especial, para matar el tiempo entre risas, rimas, envidias y gabanes.

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