De abuelos a nietos: las sagas de feriantes que dan vida a la Pradera de San Isidro
Varias generaciones de tenderos se reúnen cada año en Madrid por el patrón de la ciudad, una de las verbenas más grandes del país
Cómo vestirse de chulapa en las fiestas de San Isidro
Madrid
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Iniciar sesiónA mediodía, cuando las atracciones aún no han comenzado a funcionar, reina el silencio en la Pradera de San Isidro. Ni música, ni bocinas, ni los gritos de pura adrenalina de niños (y no tan niños) montados en esos esqueletos de metal que da ... vértigo hasta mirarlos. Tan solo se percibe el ruido de las cargas y descargas cerca de los puestos de comida, el sonido de las mangueras que limpian las máquinas y algunas conversaciones en la sombra de las apenas quince personas que hay en el recinto. Estos trabajadores anónimos son los encargados de que todo esté listo una vez llegue la tarde, cuando la magia vuelve a aparecer en la feria más grande de la capital.
Celebrar el patrón de la capital en la Pradera es una tradición que se remonta varios siglos atrás. La imagen de entonces dista de la de ahora solo por la moderna tecnología de las atracciones y la vestimenta del público. El ambiente divertido y las conversaciones alegres y animadas, por como lo describen los cronistas del siglo XIX, no cambia mucho a lo que se puede ver hoy en este mismo espacio. Fue en torno a 1840 cuando los primeros tiovivos llegaron a la romería, llevando una nueva forma de ocio a las fiestas de San Isidro. Esta actividad recreativa ha ido pasando de generación en generación hasta nuestros días y muchos feriantes no descartan que la hereden sus propios hijos y nietos, que ya han crecido cerca de esta profesión.
Es la primera vez que Javier Gómez asiste a las fiestas patronales de Madrid con una atracción propia y siendo su propio jefe. «Yo represento a la quinta generación de feriantes de mi familia», explica el joven de 25 años. Toda su infancia y adolescencia han girado en torno a este oficio, que «ha mamado desde siempre», y fue su ambición la que le llevó a hacerse con una máquina única en España. «He pasado más tiempo en una caravana que en casa, esta es mi forma de vivir», determina el feriante nacido en Asturias y que ahora viaja por todo el país.
Una profesión vocacional
El día a día de un feriante parece más duro visto desde fuera de lo que realmente experimentan aquellos que se dedican a ello. Javier asegura que su vida es totalmente diferente a la que tienen el resto de sus amigos, pero no duda ni un segundo en afirmar que es algo que pretende preservar y transmitir a sus hijos.
Los fines de semana atiende al público de sus atracciones hasta las 2.30 horas y entre semana hasta medianoche, un horario que le obliga a llevar una vida «muy esclava» y que está hecha solo para quienes llaman «feriantes de cuna».
Bajo un sol tímido pero que azota dejando un calor propio de principios de julio, Paco Huertas camina cerca del Supermario, una de las atracciones más caras, de las que más llaman la atención de los pequeños de la casa. Aunque desde los 15 años ha formado parte de este gremio, es su mujer la que ha heredado la pasión por la profesión de feriante. «Nosotros no sabemos hacer otra cosa y ahora no podría ser fontanero», asegura Paco a este periódico. Este matrimonio, con la ayuda de su hijo —que ya comienza a mostrar interés por el negocio familiar—, pasa cada año por el Madrid de San Isidro.
«Muchos se quejan de los precios, pero no se dan cuenta de lo que pagamos nosotros por estar aquí»
José Luis Muñoz
Gerente de 'El Trullo'
Para algunos feriantes el ritmo sacrificado de una vida en la carretera, y los horarios de sueño al revés del resto del mundo, no es peor que el peso de la opinión de quienes miran desde fuera. «No nos terminamos de ganar el respeto de la gente porque siempre tenemos puesto un cartelito. La feria acarrea tanto buena como mala gente, pero por culpa de mala praxis de estos últimos no terminan de aceptarnos», explica Paco, extremeño de 47 años. Aún así, agradece que la situación esté mejorando con el paso de los años.
San Isidro recibe cada año prácticamente a los mismos feriantes y las mismas atracciones. Entre ellos se conocen muy bien, ya sea por el tiempo que pasan juntos viajando de ciudad en ciudad como porque muchos trabajan con sus propios familiares.
Un barrio sobre ruedas
Paco llegó a la capital después de haber estado en Barcelona y en Palma de Mallorca. Con él han viajado más de una decena de feriantes y sus caravanas, creándose así una especie de vecindario sobre ruedas que cambia su ubicación cada dos semanas. «Nos llevamos bien con unos, y con otros algo peor, pero siempre intentamos convivir. Es como un barrio», sostiene.
Madrid es una parada especial para los que se dedican a trasladar la magia a las distintas capitales del país. El patrón de la ciudad, con una alta afluencia de gente, crea una de las ferias más grandes del país. Estas dos semanas acarrean mucho trabajo para quienes llevan este tipo de negocio, pero llegan a la capital con mucho ánimo. «Madrid nos trata bien y nos sentimos muy seguros», determina el extremeño. Eso sí, «se gana mucho dinero, pero también se gasta».
José Luis Muñoz, gerente de dos atracciones del recinto, cuenta a ABC que acaba de meter casi 2.000 litros de gasoil en las máquinas. Y «todos sabemos cómo está su precio ahora», apunta. Además, tan solo detrás de la de Sevilla, la de San Isidro es una de las verbenas con las tasas de asistencia más altas del país. «Muchos se quejan de lo que cuesta uno de estos tiques, pero no se dan cuenta de que los ponemos en función de lo que tenemos que pagar nosotros por estar aquí», continúa el hombre que dice que, desde hace 35 años, está centrado en «trabajar, trabajar y trabajar».
«He pasado más tiempo en una caravana que en casa, esta es mi forma de vivir»
Javier Gómez
Feriante de 25 años
José Luis, nacido en Talavera de la Reina pero vecino de Aranjuez, se recorre la Comunidad de Madrid de arriba abajo, además de pasar por Córdo o Sevilla, entre otras ciudades «que ni siquiera puede enumerar». Una vez deje todo recogido en la Pradera, se dirigirá —junto a sus ocho trabajadores que ya considera familia— a Alpedrete. Las fiestas patronales de este municipio madrileño comenzaron el 11 de mayo y continuarán hasta el próximo día 23.
Este toledano, que proviene de tres generaciones de feriantes, tiene muy claros los pros y los contras de la profesión con la que se gana la vida. «Lo peor es tratar con tanta gente», asevera, sin dudarlo ni un segundo. Como todo oficio de cara al público —y más en un lugar como San Isidro—, tratan con individuos «de todo tipo», por ello hay que tener mucho «tacto» y «educación».
Tras la pandemia
Entre otros muchos sectores a los que azotó la pandemia, las ferias se nutren de la cercanía entre las personas. Durante los años en los que el Covid-19 mantuvo al mundo encerrado en sus casas, este gremio fue uno de los que más sufrió. «Nos hizo mucho daño. Hay gente con imperios que tuvo que meter todo de la noche a la mañana en una nave y guardarlo durante un buen tiempo», recuerda Paco Huertas.
Todo su negoció se derrumbó y, según relata este empresario, hay quien hasta tuvo que vender y dedicarse a otra cosa. Los que pudieron aguantar pasaron dos veranos complicados, pero lograron, poco a poco, recuperarse. Algo crucial fueron las ayudas por parte de los distintos ayuntamientos. «Al igual que el resto, nosotros tenemos hipotecas y letras que pagar», continúa. Por eso las reducciones en las tasas de los gobiernos municipales permitió a muchos seguir adelante. Y festejar hoy en San Isidro.
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