Reyertas, bandas de jóvenes y drogas toman la «movida latina» en los bajos de Azca
Cada noche, agentes de la Policía Nacional peinan una zona cada vez más conflictiva; ABC les acompañó durante una patrulla de fin de semana
CARLOS HIDALGO
MADRID. Jaime tiene 33 años, pero, en realidad, es como si acabase de cumplir 25. Porque los ocho restantes los ha pasado en la cárcel. Y le quedan otros dos más. Siete delitos con violencia e intimidación le recluyen entre los barrotes de ... la prisión de Segovia, de los que ha salido unos días para asistir a la boda de su hermano... Y para pasarse -en todos los sentidos- por los locales de los bajos de Azca. En uno de ellos, situado en la peor zona, conocida como «los laberintos», ha conocido a una chica que bien podría pasar por la desgarradora y maltratada «princesa» que popularizara Sabina. Parecen ser tal para cual. A las puertas de la discoteca les sorprende una patrulla de paisano perteneciente a la comisaría de Azca, que realmente no es una comisaría como tal, sino una «sucursal» de la de Tetuán, nacida al abrigo de la escalada de delitos que se registra en torno a los locales de ocio situados bajo el complejo empresarial.
«¡Suelta lo que has escondido en el bolsillo izquierdo!». Jaime es muy corpulento, pero apenas opone resistencia. Sin embargo, cuando el agente le registra, la mitad del gramo de coca que esconde dentro de una papela ya ha quedado esparcida dentro de su pantalón. Además, le encuentran más droga, esta vez, éxtasis cristalizado. Otro gramo. De camino a la comisaría, pregunta cien veces si lo que acaba de ocurrir le supondrá la eliminación del permiso. Puede estar tranquilo; la broma «sólo» le saldrá por mil euros. Dentro del recinto policial, maldecirá a la princesa que le ha salido rana. «Al final, ni podré estar con ella». No sabe cuánto se equivoca.
La noche en Azca debe de empezar muy temprano, porque a la una y media de la madrugada ya hay gente que duerme la borrachera tumbada en el suelo. La horquilla de edad es de lo más amplia: acuden familias completas, incluso puede verse a un matrimonio con su carrito de bebé. En los bajos de Azca hay alrededor de 15 bares latinos y sólo una discoteca frecuentada por españoles. En toda la zona suman medio centenar. La problemática es tan extensa como diversa: alcohol a raudales, tráfico y consumo de drogas, reyertas a mansalva, violencia doméstica, robos, bandas juveniles... Ecuatorianos, colombianos, dominicanos y marroquíes son las nacionalidades más frecuentes.
«Ñetas» al acecho
A las dos de la madrugada, un grupo de 16 jóvenes latinos se aposta junto a una de las entradas al Parque Pablo Ruiz Picasso. Cuando llega la Policía y les exige la documentación, algunos de los chavales hacen como si la cosa no fuera con ellos. Las chicas ni se inmutan y, con los auriculares en las orejas, continúan cantando. De los 16 chicos, nueve son menores de edad; incluso hay uno de tan sólo 15 años. La mayor parte son dominicanos y hay algunos «ñetas», la banda rival de los «latin-kings», que sólo entiende la violencia como método de adaptación a una sociedad ajena y, por qué no decirlo, en ocasiones hostil. Hablamos con algunos de los jóvenes. Fernando tiene 18 años y, según la Policía, es un buen chaval, aunque las malas compañías le están perjudicando últimamente. Ninguno de los jóvenes reconoce pertenecer a bandas latinas. «Yo no lo soy -aclara Fernando-, no ando metido en ninguna banda, aunque por esta zona sí que hay, y montan muchas peleas. Me siento mejor andando con gente de mi país; no me siento bien con los españoles». En similares términos habla Kevin, de 21 años, quien asegura que se quedan bebiendo en la calle porque a partir de la medianoche les prohíben entrar en las discotecas. Curioso resulta el caso de Amaya. Es madrileña de toda la vida, pero asegura que sólo anda con latinos. «Me han llegado a pegar españoles por ir con inmigrantes; siempre han sido los españoles los que buscan los problemas», asegura.
Las bandas existen. Claro que sí. Uno de los «ñetas» que conocemos esta noche se resiste a tener un comportamiento serio con los agentes de la autoridad. La indumentaria y gestos le delatan. «Ustedes no me pueden detener si no he hecho nada malo», no para de repetir. De cualquier manera, fuentes policiales aseguran que estos jóvenes están cambiando su manera de vestir, para que no se les delate.
Entre tanto latino llama la atención encontrarse con tres jóvenes marroquíes que no llevan el pasaporte encima. Eso sí, no se les ha olvidado el certificado de regularización en España. ¿Qué hacen tres jóvenes censados en Orihuela (Alicante) como agricultores en esa zona de Madrid? Nuevo viaje a la comisaría, a efectos de identificación. Quien hace la ley hace la trampa.
Entramos en un local. Éste se llama Casa Blanca, y en él hay, a mitad de la noche, unas 500 personas, entre argentinos, uruguayos y ecuatorianos, asegura uno de sus responsables. La normalidad parece ser la tónica general, pero hay otros en los que los altercados están a la orden del día. La presencia policial en los soportales es continua, lo que no impide a muchos chavales llevar hachís encima o fumarse porros en plena calle. Nueva sanción administrativa. Son 300 euros por llevar una pequeña «bellota». Cada sustancia incautada va, acompañada de su informe, en un sobre a la Delegación del Gobierno. Pero, además de la droga, hay mucha picaresca. Por ejemplo, el robo de documentación entre extranjeros, e, incluso, el de las zapatillas de deportes de quienes se han quedado dormidos en plena calle anestesiados por el enorme consumo de alcohol.
Pero no sólo los bajos de Azca son semilla para el delito. En el lado opuesto del complejo se encuentra la «zona española», de carácter mucho más pijo; de cualquier modo, allí la problemática se ciñe más al consumo de sustancias estupefacientes, como hachís y marihuana, en la vía pública. Eso sí, en otros puntos del distrito, como en la puerta de Sueños, otro local latino, los agentes intervienen en un caso de «menudeo». Un joven, con los ojos como platos, pretendía comprar un gramo de cocaína cuando ha sido sorprendido por la Polícía. «Esto está a la orden del día -se excusa-; yo no me estoy metiendo con nadie». El camello añade: «Yo he sido militar en mi país, la República Dominicana». La droga estaba metida en un billete de 10 euros.
Estampida general
La noche avanza a ritmo de «reaggeton», el castigo del verano. La salida de los locales de Azca no es escalonada. Cuando a las seis menos cuarto de la madrugada comienza el cierre de los establecimientos, una marea humana toma la superficie. Muchos salen de dos en dos: abrazados, pretenden desafiar los efectos del alcohol y no caer al suelo. El cuerpo lo llevan embadurnado de sudor y los ojos buscan un punto concreto al que asir la mirada.
En la misma calle de Orense, el hombre se enfrenta al hombre sin más arma que los puños. Dos chavales ecuatorianos se revuelcan en el suelo descamisados y con sus caras ensangrentadas. La brutalidad de la paliza es enorme. Sólo paran cuando llega la Policía, que les separa y presta los primeros auxilios. Los jóvenes están aturdidos, con la boca rota y la cara desencajada. Cuando los nervios se templan, un agente le pregunta a uno de los chicos: «¿Vas a denunciarle?». «¿Cómo voy a hacer eso? ¡Pero si es mi colega!».
No hay tiempo para la sorpresa. La muchedumbre camina en busca de la boca de Metro más cercana. Uno a uno, los agentes ven pasar a todos los protagonistas de la noche. Entre la multitud puede adivinarse la figura de Jaime, que ya descuenta horas de libertad. Va feliz. Pese a todo, su noche ha ido bien: en una mano, lleva a su «princesa»; en la otra, un porro de hachís.
Amanece.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete