Menores infractores: gol de oro contra la calle, la droga y la delincuencia

Jugar al fútbol en el centro de menores Teresa de Calcuta ayuda a que jóvenes internos, como Paco y Diana, ganen el partido más difícil de sus vidas: conseguir la tan ansiada reinserción

Internos del centro de menores Teresa de Calcuta juegan al fútbol GUILLERMO NAVARRO

Paco (nombre ficticio, elegido por el mismo) tiene 20 años, es del Atlético de Madrid, su ídolo es Paulo Futre por los vídeos en internet que ha visto de él y cumple condena en el centro de menores Teresa de Calcuta. La mezcla de fútbol ... y barrotes no está tirada al azar. Paco forma parte de un programa deportivo para la reinserción de menores y jóvenes infractores que cumplen medidas judiciales. Un espacio, el campo de fútbol del complejo, donde ayer se celebró un evento muy especial: la presentación del libro 'Mi Once de Oro', en el que su autor, Antonio Fernández Marchán, miembro del equipo técnico de la Federación Española en el Mundial de Sudáfrica, pone de relieve una selección de historias entre los más de 300 internos que han participado en el singular proyecto.

La vida de Paco es la historia de un adolescente rebelde, un niño, como tantos otros, cuyos padres se separan al cumplir los 13 años. Es decir, en pleno cambio del colegio al instituto. Es ahí, en el nuevo centro educativo, donde Paco repite primero de la ESO, también segundo, y decide abandonar los estudios. A los 15 años es detenido por primera vez por robar en una tienda, pequeño aviso de lo que estaba aún por llegar. A los 16 empieza a consumir hachís, marihuana, cocaína... y toma la determinación de irse de casa. «Discutía con mi madre, no me agarraba a las normas», recuerda, sin necesidad de edulcorar el relato.

Su carrera delictiva avanza a la par que sus consumos. A los 17 comete el delito por el que hoy cumple condena, pero no sería hasta un año después cuando la investigación se cierne sobre él. «Yo ya me lo olía, pero iba pasando el tiempo y no recibía noticias, así que me fui olvidando», comenta. Mientras el proceso policial y judicial continuaba su curso, Paco seguía metido de lleno en el mundo delincuencial , hasta el punto de ser apresado después de cumplir la mayoría de edad. «Me habían detenido unas cuantas veces, el Grume lo había pisado varias veces». La vida, hasta acabar en el centro de internamiento, no remontaba.

La privación de libertad fue su catarsis , su «vale, ya he tocado fondo, ahora vamos a empezar a prosperar en la vida». Con grandes dotes para la peluquería, un oficio que empezó a practicar en la calle cortando el pelo a sus amigos a cambio de 5 euros, es ahora cuando el joven ha encontrado su sitio. Su esfuerzo se ha visto recompensado: se ha sacado un grado de Formación Profesional (el segundo, después del de peluquería que obtuvo a los 17) y el título de la ESO. Durante los años que le quedan dentro planea seguir estudiando, cursar el Bachillerato y, «sí se puede», empezar una carrera.

-¿Y las bandas juveniles?

-Nunca estuve metido.

Pese a que su guerra iba por otro lado, Paco tiene claro que dentro de este tipo de grupos solo hay dos salidas: «O terminas aquí o vas a terminar muerto» . Por ello, no duda en advertir a sus hermanos pequeños siempre que puede: «Yo se lo digo, soy el claro ejemplo a no seguir».

Paco y Diana, antes de ser entrevistados por ABC GUILLERMO NAVARRO

A su lado, Diana (también nombre ficticio), resume de forma más breve su caída a los infiernos. Entró al centro con 17 años, tras su primera detención. El motivo de su reclusión se lo guarda para ella, pero es consciente de que las malas compañías influyeron demasiado en su ajetreada vida de adolescente . «Al pasar al instituto, conocí a gente nueva y empecé a hacer pellas (faltar a clase)», rememora. Sus notas bajaron en picado, lo que le llevó a falsificar la firma de sus padres para que no se enteraran en casa. Fuera de las aulas, pedían paso el botellón y las carreras ilegales. «Cogíamos un coche sin carné y nos íbamos a dar una vuelta», cuenta, sin que las drogas, al menos en su caso, repercutiesen en su conducta. «Mis amigos consumían de todo, pero yo no».

Una venda en los ojos

Al igual que Paco, Diana nunca pensó que podría terminar encerrada. La adrenalina de entonces impedía ver más allá de lo que sucedía al momento. Pero un día el castillo de naipes se vino abajo y esta joven, asentada en el equipo de fútbol del centro, se vio obligada a no pisar la calle. «Mi sensación al principio fue rara, porque estaba acostumbrada a hacer lo que yo quería y aquí es todo al contrario», revela, con la confianza de saber que su adaptación fue buena, aplicada con las reglas impuestas.

Cuando salga quiere llevar una vida tranquila, empezar a trabajar, estudiar la carrera de abogada. Será el tiempo el que dicte sentencia, el mismo tiempo que aprovecha incluso más que cuando estaba en la calle. «No tengo la sensación de haber perdido años por estar aquí, porque pienso que cada día depende de mí , de si lo quiero aprovechar o no», subraya.

El programa Más que fútbol es uno de los diversos planes que la Agencia regional para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor (ARRMI) emplea para reintegrar a jóvenes que solo quieren una segunda oportunidad. Como Paco y Diana.

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