Familias numerosas, en 50 metros cuadrados: «No podemos aislarnos, somos siete en dos habitaciones»
Cientos de hogares con más de seis miembros afrontan con problemas las obligaciones derivadas del confinamiento en Madrid
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Iniciar sesiónTras una cola de decenas de personas, Jacqueline Lugo y Jonathan Ribero hacían frente a uno de los primeros días desapacibles del otoño. A las puertas de la parroquia de San Juan de Dios , en la UVA de Vallecas , no hay distinciones: todas ... las personas que desfilaban y mostraban un papel recibían su parte del reparto. El viernes tocaba leche, bebida y productos de limpieza. Algunos, no obstante, cargaban más bolsas. «Somos siete en casa» , explicaba Jacqueline. Un número que trae problemas en tiempos de pandemia.
En apenas 50 metros cuadrados, aislar un contagio se antoja imposible para muchas familias numerosas . En la región hay 426.457 hogares con cinco o más miembros , el 6,4 por ciento del total, según datos del INE. Los centros de salud ubicados en las zonas con menores rentas de la capital, muchas de ellas «confinadas» desde el pasado lunes, conocen la encrucijada. «Están cayendo familias enteras» , aseguraba hace unos días a ABC un profesional sanitario en el distrito de Puente de Vallecas, el punto caliente del coronavirus de la región, con una tasa de incidencia del virus de 1.272,26 casos por cada 100.000 habitantes.
Por ahora, la familia de Jacqueline y Jonathan, que reside en el colindante distrito de Villa de Vallecas , ha sido afortunada. «No podemos aislarnos, tenemos dos habitaciones y un baño», reconoce Jacqueline, en el salón de su casa (que no supera los 50 metros cuadrados), junto a su pareja, sus tres hijos, su hermano y su sobrino. Creen que todos han esquivado al patógeno.
Efectos de las restricciones
De momento, este hogar del Ensanche de Vallecas -cuya tasa de incidencia es de 505,57- también se ha librado de las restricciones impuestas en las 45 zonas básicas de salud de la Comunidad. No así de sus efectos. Jonathan es el único que pone dinero sobre la mesa para pagar los 804 euros de alquiler y gastos de la casa; es uno de los miles de «riders» que sirven a domicilio a lo largo y ancho de la ciudad .
«Tengo que llevar un permiso que me dieron, pero a mis compañeros les han puesto multas porque dicen que no es válido», cuenta. Con todo, «no hay trabajo». «Desde el fin del confinamiento todo se vino abajo», lamenta. Durante el estado de alarma ganaba entre 180 y 200 euros en una quincena, mientras que ahora apenas trabaja unas horas durante el fin de semana: «Saco entre 30 y 40 euros, el resto de la semana, nada» . «Cuando ponen restricciones dificultan la movilidad de mi marido», apunta Jacqueline. Para ella, hablar de confinamiento es «estresante»: «Las facturas y el piso hay que pagarlos sí o sí. El factor económico es lo más preocupante », zanja.
Hace tan solo un año, Jacqueline, primero, y su hermano Felipe, unos meses después, decidieron partir de Venezuela y buscar un futuro mejor en España -ambos poseen la nacionalidad española, gracias a su padre canario-. El virus ha desbaratado sus planes. De no ser por la ayuda de la parroquia de San Juan de Dios , orquestada por el padre Gonzalo y sus voluntarios, los siete miembros de esta familia estarían en apuros. «No nos rinde para el mes, pero es una ayuda», señala Jacqueline, que ha solicitado el Ingreso Mínimo Vital prometido por el Gobierno de Pedro Sánchez a 150.000 hogares. «En estudio», ha sido la única respuesta.
Entre las hileras de personas que se forman una vez al mes frente a la iglesia vallecana hay historias parecidas. «Si estuviera trabajando no estaría aquí», resume Marco Olmenilla, de 42 años, que acostumbraba a ser pintor. En solo dos habitaciones, en un piso en la zona oeste del Ensanche, conviven su mujer Aroa y sus cinco hijos, de 2, 4, 5, 8 y 10 años. Y solo disponen de dos habitaciones y un baño. «El profesor de mi hija de 5 años ha dado positivo. Ella tiene que estar aislada y no puede ir al colegio, pero sus hermanos sí, no lo entiendo. Si la niña da positivo, ¿qué hacemos? ¿La echamos a la calle? », escenifica.
Horas después de la entrega de alimentos, Lamia Ali hace honor a la hospitalidad árabe en su piso, en Villa de Vallecas , la única área sanitaria del distrito homónimo con restricciones y una tasa de incidencia acumulada de 996,05. «Es muy complicado», repite en varias ocasiones, tres palabras que resumen su día a día. A sus 35 años, Lamia cuida sola de siete hijos, de entre 3 y 13 años. Duermen en cuatro pequeñas habitaciones. Sobre el padre, no comparte detalles: «Estamos separados». Hace ocho años que escapó de su ciudad natal, Alepo , para refugiarse de la guerra siria en la capital libanesa, Beirut. Hace dos que llegó a Madrid, donde obtuvo asilo, un techo y una renta de 900 euros, que este año le han reducido a 700. «No sé por qué», dice, en un español humilde pero fluido. Cuando la situación lo permita, quiere apuntarse a clases de castellano y de cocina y conseguir un empleo.
La gravedad de la crisis sanitaria queda relegada a un segundo plano mientras Lamia intenta describir su historia tras una bandeja con bollos y zumo. Rama, la hija menor, disfruta sobre su regazo de los dibujos animados. Hasan y Kutaiba pelean por el móvil de su madre, que intenta repartirlo entre todos. Recuerda que el confinamiento fue «muy difícil» : «Mi vecina estaba enfadada, los niños no podían salir, estaban nerviosos...», resopla. La educación a distancia de los pequeños era otro problema. «Tenían una hora cada uno para hacer los deberes, con un solo ordenador», explica, ahora entre risas, rememorando el caos de aquellos días.
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