La cuarentena en Peironcely, 10: «Hubo días de depresión, pero la noticia del realojo nos da esperanza»
La EMVS reubicará en verano a las 15 familias del inmueble que retrató Capa en 1936, que han aguantado el confinamiento en infraviviendas de 20 metros cuadrados

Las imágenes de sus hijos y ahijados son la única «ventana» al exterior que Neira Montero tiene en la habitación que comparte con su hermana. Debido al lupus -enfermedad crónica autoinmune por la que tanto ha padecido desde que le declararon ... incapacidad laboral en 2016-, Montero ha pasado una cuarentena estricta en un lugar con humedades, sin luz natural y contraindicado para su salud. Si ya de por sí el aislamiento es duro, más lo es para ella y las otras catorce familias que todavía habitan en Peironcely, 10 (Puente de Vallecas), el inmueble que fotografió Robert Capa en la Guerra Civil y que conserva disparos en la fachada .
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Pese a las inclemencias de la pandemia y sus duras situaciones personales, en medio de la cuarentena les sorprendió la publicación en el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid de la expropiación del complejo para convertirlo en una dotación cultural, lo que implica el realojo de los vecinos en viviendas dignas. Esta noticia fue el asidero donde agarrarse a la ilusión de esa nueva vida con la que sueñan desde que llegaron. Ninguno de ellos eligió vivir en los minúsculos pisos de 20 metros cuadrados de Peironcely, 10 . Terminaron allí empujados por las circunstancias. Deseaban que sólo fuera una solución temporal, aunque la mayoría ya lleva allí un lustro e incluso varios bebés han nacido en este lugar.

La pérdida de movilidad en el brazo derecho y las complicaciones derivadas del lupus cambiaron la vida de Neira. «Trabajaba en guarderías y cuidando niños. En Bolivia me saqué el título de enfermería y aquí estudié para auxiliar de geriatría. Me iba muy bien, pero la enfermedad pudo conmigo », cuenta a ABC, con pesar. La pensión que recibe es su único ingreso y con el sueldo de su hermana como interna en una casa logran pagar los 400 euros al mes que les pide el todavía dueño del inmueble a pesar de que es casi inhabitable . «Cuando hace frío, la humedad no es apta para mí, por mi enfermedad, y me duelen todas las articulaciones . Con el calor sufro mucho también porque me salen ronchas en la piel», relata Montero, que ha tenido que recibir asistencia médica por teléfono y sus medicinas por correo. «Hubo días de depresión, pero la noticia del realojo nos da mucha esperanza. Ojalá sea pronto», expresa agradecida por la «nueva oportunidad».

Ana Milena Román recibió la noticia de la expropiación cuando llevaba tres días aislada y sin salir de la cama a causa del coronavirus . Para evitar que su hijo se contagiase tuvieron que acomodar el reducido salón del piso para que durmiera allí. «Empecé con muchos dolores y fiebre desde el 13 de marzo. Aquellos días llovía y hacía mucho frío. Lo he pasado muy mal con el virus, hemos tenido momentos críticos, pero por suerte puedo contar la historia. Creo que Dios ha obrado el milagro, porque me sentía muy ahogada y ha querido que pueda conocer el piso nuevo», dice, ilusionada, tras superar su calvario particular. Cuando llegó con su hijo a esta casa en 2017 tuvo que tirar uno de los armarios del moho que había brotado por la humedad . «En invierno lo pasamos fatal, te pones todos los abrigos que tienes porque si estás aquí es porque no te puedes permitir muchas cosas, tampoco tener el radiador mucho tiempo puesto », asegura, y las paredes con desconchones hablan por sí solas.

La crisis de 2008 minó las posibilidades de encontrar trabajo estable a Cristina Uquillas . Optó por Peironcely, 10, como una opción temporal mientras encontraba un empleo con el que mantener a sus dos hijos. «He llegado a firmar contratos diarios. Cuando ves que pasa el tiempo, te desesperas, pero ves que no hay otra opción que aguantar aquí. Por eso recibimos la noticia del realojo con euforia . Todos los vecinos gritamos desde nuestras casas», cuenta Uquillas, que, esta vez, tuvo más suerte y hace meses que trabaja en Mercamadrid . Gracias a su sueldo pueden pagar las facturas y el wifi, que ha dejado de ser un bien de «lujo» para ser una «necesidad» para que sus hijos de 6 y 17 años puedan seguir sus estudios.
A lo largo de un siglo, Peironcely, 10 ha sobrevivido al dolor de la guerra y la pandemia . Este inmueble quedará ya para la historia, para honrar la memoria de los inquilinos de 1936 , pero también de los de 2020.

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