Historias capitales
El elefante-torero Pizarro, que se escapó por Alcalá una noche y acabó comiéndose el pan de una tahona
Anécdotas de algunos de los animales que vivieron en la Casa de Fieras del parque de El Retiro
Sara Medialdea
A pesar de estar tan lejos de la selva, desde hace siglos en Madrid era posible ver animales exóticos. En el XIX, fueron varios los lugares donde éstos se concentraban, entre ellos la zona de ocio y recreo que se situaba en lo que entonces ... era prolongación de la calle de Alcalá, más o menos a la altura del inicio de la actual calle de Velázquez. Con El Retiro aún reservado al uso real, los ciudadanos de a pie acudían a estos jardines, denominados Campos Elíseos , para divertirse de distintas maneras: en conciertos, bailes, teatrillos y hasta plaza de toros.
A Madrid llegó, en torno a 1863, un elefante -hembra, según algunas fuentes- que vino desde Santander de manos de los empresarios Cavanna y Maestri. La prensa de la época señalaba que pesaba 5.000 kilos y tenía 3,33 metros d altura, con colmillos de 1,35 centímetros. Es muy posible que este animal fuera el conocido como Pizarro, que participó en varias corridas de toros peleando contra los astados, en una curiosa moda que cundió en el Madrid de finales del siglo XIX.
Así lo documentan publicaciones de la época, que certifican uno de estos desiguales combates el 23 de marzo de 1865. Pizarro se enfrentó ese día a un toro llamado Bolero y propiedad de la ganadería de Gala Ortiz, y a otro del empresario Bañuelos. Con los reyes en su palco como espectadores destacados, el elefante estaba atado por una cadena sujeta con una argolla a su pata derecha delantera. Y según relatan los cronistas, tras ser herido en la trompa, el elefante, «amostazado y algo mohino», se retiraba: «El héroe asiático abandonaba el combate».
Pero cuando Pizarro la lió parda fue el 6 de abril de 1865, cuando al filo de las diez de la noche, se escapó de su encierro en los Campos Elíseos -relata la prensa de la época- y «trató de echar una romería sin permiso de sus domadores y guardianes ». Primero rompió sus cadenas, luego arrancó y destrozó vallas y puertas. Tras causar destrozos en árboles, farolas y la casilla del portero, se lanzó a las calles «del barrio a las afueras de la Puerta de Alcalá», dando «feroces rugidos en medio de la carretera de Aragón».
Naturalmente, los vecinos que se habían dormido se despertaron, y los que aún estaban en vela no pudieron pegar ojo ante semejante espectáculo; todos a una se echaron a la calle con palos, escopetas y cualquier otro elemento que pudiera servir para su objetivo, que no era otro que echar al elefante.
Quiso la casualidad que cerca del lugar hubiera una panadería, la Tahona de San José , y ya se sabe que cuando estos negocios están en plena actividad, el olor que difunden se extiende por toda la zona. Y eso mismo debió ser lo que condujo hasta allí al elefante Pizarro, que entró hasta el fondo del establecimiento y se sirvió a gusto.
Avisado el director de los Campos Eliseos, señor Casadesus, éste acudió de inmediato a intentar reparar el daño, junto con las autoridades municipales.
Otras versiones señalan que lo que ocurrió con Pizarro fue en realidad que se escapó cuando acudía a tomar su baño diario al estanque. En todo caso, su comportamiento incívico le llevó a pasar a la Casa de Fieras del Parque de El Retiro , que se abrió al público en 1868. Allí vivió varios años, y se tiene referencia de su muerte, en 1873. Tal vez por nostalgia, o en homenaje al famoso paquidermo, hubo otros elefantes en la Casa de Fieras que también se llamaron Pizarro, aunque también hay noticia de una tal Julia y de otro que respondía por Perico.
La I República puso la Casa de Fieras bajo la gestión del Ayuntamiento de Madrid. Pero en 1895, los derechos de explotación se ceden al empresario Luis Cabañas o Cavanna, cuyos métodos no siempre fueron populares. Ante las denuncias sobre el estado de los animales, en comparación con oros zoológicos, en diciembre de 1918 el Ayuntamiento vuelve a hacerse cargo de la Casa de Fieras.
Llegaron las reformas y la reinauguración de la instalación en octubre de 1921, con la presencia de Alfonso XIII. Los animales exóticos entonces eran escasos, pero fueron llegando poco a poco. Pero las condiciones en que estaban seguían muy lejos de ser las adecuadas, y así se recogen distintos incidentes que fueron produciéndose en el lugar, como los que protagonizó el oso polar en julio de 1927, atacando a su cuidador, o escapándose poco después, lo que llegó a dispararle para reducirlo.
Nuevas ampliaciones se realizaron en la Casa de Fieras del Retiro en 1928, derivadas del «estado de suciedad, falta de ejemplares y repugnante estado del parque, y atendiendo a las numerosas quejas del público que pagaba caro para no ver nada », decía la prensa. Y según recogía el expediente municipal, incluían un presupuesto de 90.000 pesetas que se destinaron a tubería de plomo para conducción de agua, o para baldosines finos prensados con bisel para pavimentación de paseos, o para ladrillos, rasilla y cemento; y 496.656 pesetas que se irían en comprar jaulas «capaces y ventiladas», un acuarium y otras obras, además de los jornales de 6 oficiales de albañiles, cuatro oficiales de carpintero y cuatro oficiales cerrajeros, en contratos de tres años, que es lo que se calcula que duraría la obra. Se incluía también una partida de 14.000 pesetas para la «adquisición de fieras que reemplacen a las fallecidas durante el año». Se compraron un oso malayo adulto por 2.450 pesetas; una pareja de cisnes blancos «raza grande» por 3.750 pesetas, un toro cebú por 2.175, entre otros muchos.
Tras las reformas, seguían relatando los reporteros de entonces, se pasó de las 25.000 pesetas de beneficios que obtenía anualmente el gestor privado, con las entradas a 0,60 pesetas por persona, a 130.000 pesetas de ingresos por ejercicio y «la gente contenta, porque se le cobra la mitad: 0,30 pesetas por persona ».
No obstante las mejoras, la Casa de Fieras de El Retiro siguió teniendo carencias que afectaban a los animales. Recogía la revista Blanco y Negro el 8 de febrero de 1964 que a causa del clima madrileño y de las condiciones de los habitáculos donde se mantenía a los animales, «los tropicales pasan frío , y a veces mueren de frío incluso». Y a los que venían de climas duros, no les iba mejor: los pingüinos no se adaptaron nunca.
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