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Coronavirus

Un día en el pabellón de los «sintecho» de Ifema: «Fui militar, ahora estoy aquí. Nunca sabes dónde acabarás»

ABC accede al recinto donde viven 150 personas sin hogar desde hace un mes a causa del decreto de estado de alarma

En vídeo, ABC se adentra en el albergue para «sintecho» de Ifema ABC
Carlota Barcala

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La entrada principal del pabellón 14 de Ifema ha apagado sus luces, las puertas giratorias se encuentran precintadas y los tornos, sumidos en la más triste de las penumbras, provocada por la crisis sanitaria del coronavirus . Espacio donde se celebraban los desfiles de moda más importantes del país, su función ha dado un giro de 180 grados para ayudar a combatir el virus y alojar, durante la pandemia, a 150 hombres que antes deambulaban por las calles de Madrid .

Ángel Alcantarilla, exmilitar y uno de los «sintecho» internos en Ifema

A él se accede, desde hace un mes, justo cuando se puso en marcha este recurso municipal, por uno de los laterales. En la puerta, un cartel pide no hacer ruido antes de las 8.30 horas para respetar el descanso de los inquilinos del lugar. Hasta las diez no se encienden las luces. Al otro lado de ella, Ángel Alcantarilla, uno de los «sintecho», da la bienvenida a todo el que llega, haciendo casi de relaciones públicas y supervisado siempre por Miguel del Río, el coordinador del espacio. «Fui militar e ingeniero naval durante 20 años. Estuve destinado en Marín y ahora, con 69, estoy aquí. Nunca sabes dónde vas a acabar ni lo que pasará en tu vida . Es una aventura», dice este veterano al que le han asignado la cama 111, uno de los primeros en entrar el 20 de marzo al edificio que cada día cobra más vida.

Criado con una férrea educación, dedica su pensión a pagar la residencia y los medicamentos de su madre, de 99 años, que «menos coronavirus padece de todo»; lo que le sobra lo destina a costear un pequeño apartamento en el centro de Madrid. «Cuando no puedo, duermo en la calle, normalmente en el aeropuerto. Agradezco a todos poder estar aquí. Esto es como un hotel y si pudiese me quedaría seis meses más », enfatiza este hombre, que asegura que la convivencia con sus compañeros es «por lo general» buena. «A los jóvenes se les hace más cuesta arriba, tienen más ganas de salir», puntualiza. Cuando alguien nuevo llega al recinto, comienza el trabajo de Ángel: lo recibe después de que el psicólogo lo atienda, lo lleva a la enfermería, le enseña cada uno de los recovecos y le explica las normas de convivencia.

El pabellón se ha adecuado a las necesidades de estos residentes. Cuentan con bicicletas en las que hacen clases de «spinning» entre las 10.30 y las 11.30 horas, y las 18.30 y 19.30; porterías para jugar al fútbol ; salas de televisión; ping-pong, y hasta una biblioteca con, además de libros, revistas para hacer sopas de letras y crucigramas, diversos juegos de mesa, y dibujos y poemas con los que las personas sin hogar van decorando las paredes. «Nunca llegas a pensar que un balón de fútbol y dos porterías pueden ser un elemento de contención, sobre todo para la gente joven», explica Miguel, el coordinador. Darío Pérez, responsable del Samur Social, coincide: «El ocio aquí cumple dos funciones: ocupar ese espacio de tiempo vacío, y desarrollar y poner en marcha habilidades. Las actividades son importantes porque suponen un instrumento para trabajar con estas personas y posibilitar que inicien otras acciones de carácter socioeducativo».

Varios «sintecho» hacen deporte en una sala habilitada para «spinning»

Milciades Peña es otro de los «sintecho». Dominicano de 48 años, llegó a Madrid hace una década para «tener un futuro» después de que el Gobierno de su país lo echase de su puesto de trabajo como inspector de aduanas. Trabajó de camarero, pero perdió el empleo y, desde entonces, vivía de okupa en un piso de Cuatro Caminos. Al igual que Ángel, terminó recorriéndose las terminales de Barajas, donde acampaba cada vez que caía la noche. «Aquí leo, veo la televisión y hago ejercicio. Cuando salga, me gustaría tener un trabajo, no sé a dónde voy a ir porque no tengo dónde alojarme », cuenta Melciades sentado en la que es su cama, la número cuatro. Afirma no querer irse de Ifema y agradece, tanto a los trabajadores como a Dios, el trato recibido.

Los perfiles de los 150 huéspedes tienen solo dos cosas en común: son hombres mayores de 18 años. «A partir de ahí, te encuentras españoles y extranjeros de todos los continentes, personas que tienen problemas de salud física e incluso adicciones», expone Darío. Miguel da un dato más: «De los 150, casi el 70% tiene algún tipo de enfermedad o trastorno» .

Roberto Juárez, uno de los «sintecho», habla con uno de los integradores sociales de Ifema

Ambos reconocen que los primeros días no fueron fáciles . «Fue un proceso de adaptación y aprendizaje tanto para los profesionales —más de 80— como para las personas. Ahora mismo, estamos más tranquilos, todo se ha estabilizado», continúa Darío. «Una vez que establecimos los criterios que seguir, la gente se ha ido amoldando. Ya saben cómo es el funcionamiento. Sí es cierto que alguna vez ha habido entre ellos algunas rencillas, momentos de tensión, pero se han podido controlar», apostilla Miguel, que indica que lo que más les preocupa ahora a los «sintecho» es qué pasará el día después.

A las 12, cuando ya todos se han duchado y desayunado, efectivos de la Unidad Militar de Emergencias acuden a desinfectar el pabellón. En ese momento, todos los internos son desalojados hacia un patio que hay en la parte trasera. Unos juegan al fútbol, otros leen o hacen pasatiempos, y dos de ellos sacan una guitarra y un amplificador. En medio de todo el caos, el flamenco se impone y comienzan a escucharse canciones de José Soto Cortés «Tijeritas».

Dos de los «sintecho» en el patio del recinto, con una guitarra y un altavoz

Roberto Juárez contempla todo el espectáculo desde una de las esquinas. Es madrileño, tiene 50 años y antes de llegar a Ifema estaba en Centro de Acogida del Pozo del Tío Raimundo. «La experiencia, comparada con esta, fue horrible. Aquí no les tiembla la mano cuando hay alguna falta de respeto », opina este hombre, para el que la droga fue su perdición. «Un día mi madre se cansó y llamó a la Policía. También perdí mi trabajo», subraya. Él intenta estar en su cama lo menos posible porque le «come la energía», por eso trata de aprender recetas o lengua de signos. Roberto tiene una causa judicial pendiente por, asegura, falsificación de documento público y estafa. «En la vida, lo único que me queda es la dignidad», zanja.

Aumento de plazas

Cuando la desinfección termina y los «sintecho» pueden volver al interior comienza la cola del comedor. De uno en uno recogen sus bandejas. Ayer tocó pizza, macarrones y, de postre, una manzana. Además de Ifema, el Ayuntamiento ha prolongado la campaña del frío, ha habilitado el polideportivo Marqués de Samaranch para alojar a la misma cantidad de personas sin hogar y, esta semana, un hotel para 120 de ellos que puedan presentar síntomas de Covid-19 . «Ante la crisis sanitaria, nos hemos encontrado con un doble reto en relación con las personas sin hogar. Por una parte, necesitábamos ampliar la red al máximo para dar alojamiento a todas las personas ante el confinamiento obligatorio. Hemos ampliado la red ya en más de mil plazas . Por otra, tenemos que ser capaces de aislar a las personas sin hogar, y esto es complejo en una red que sobre todo está formada por grandes centros de acogida con espacios abiertos», dice a ABC Pepe Aniorte , delegado de Familias, Igualdad y Bienestar Social.

La tarde la reservan para echar una pequeña siesta, leer y seguir haciendo deporte. Hasta medianoche, cuando salen los créditos de la última película, las luces continúan encendidas y, dentro, casi ajenos a una pandemia que les ha salvado de la calle , duermen ellos. La vida prosigue su curso en la feria de Madrid.

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