Patín del verano

El patín se nos presentó como cruce de bicicleta y acróbata, pero ya lo usan los ejecutivos del Banco de España, los rastafaris de Lavapiés, las peluqueras de Cuzco y a menudo la Policía Nacional. De manera que el patín es un gran invento que ha prendido alegre en la ciudad, y ya hay en Madrid un parque móvil de patines, con su aparcamiento y su carril, y todo.

Parece que ya empiezan a constar multas de patín, y eso nos da la medida de lo bien que ha cuajado el patín en la vida de la ciudad, porque ya cotiza su infracción. Es un vehículo más, como el coche, o la moto, o la bici, y antes era una mitad de peatón y otra mitad de juguete, con lo que teníamos un peligro de dos ruedas que se movía por cualquier parte.

Ha sido un forajido, el patinete, pero no acababa de convencernos como tal, porque era un pariente menor del riesgo mayor de transitar la calle. Nos gustaba si lo empleaban las doradas jóvenes del Retiro, que iban en patín como sobre un ala de su edad desmelenada y lírica.

El patín se vio claro que era un alarde el verano, y era suyo el mes de agosto, porque el mes de agosto es el mes de las muchachas, con patín, o sin él. Le ha quitado sitio a la bicicleta porque Madrid es ciudad hostil a la bici, porque consta de mucha cuesta desde los Austrias al barrio de Salamanca, desde Vallecas a Chamberí. Hubo un rato en que prosperaron las bicis de motor, como secos caballos cumplidores, pero desvanecieron, porque hay en Madrid poco rumbo grato de la bici, salvo parques o afueras. El patín triunfa, alcalde. Es suya la libertad del verano.