Ucrania: la hora de la negociación
No veo al dictador del Kremlin renunciando a ninguno de sus objetivos por la causa de la paz
Dice Donald Trump que ha llegado la hora de la negociación con Rusia. Bienvenida sea. Sin embargo, me parece que es pronto para lanzar las campanas al vuelo. Antes que él, fueron Scholz y Macron quienes mantuvieron largas conversaciones con el dictador ruso para terminar ... descorazonados con su cerrazón.
La postura rusa es bien conocida. Cualquier negociación debe facilitar, y no impedir, el logro de los objetivos de lo que todavía llaman operación especial. Hace solo dos días —y el momento no puede ser más oportuno— la primera plana del Izvestia, el periódico del régimen en Rusia, recordaba a los lectores su deber sagrado para con la madre Patria.
¿Cuáles son esos objetivos? Empecemos por las promesas de Putin a su pueblo en el momento de la invasión. La primera de ellas fue la «liberación del Donbás». Putin querrá conseguir en la mesa de negociaciones lo que no logró en el campo de batalla, y exigirá que Ucrania ceda a la Federación ciudades enteras, algunas de ellas muy pobladas —ese el caso de Kramatorsk y Sloviansk— como se hacía en la época de la Segunda Guerra Mundial: sin dar la más mínima garantía de que respetará los legítimos derechos de sus habitantes.
La segunda promesa hecha por Putin a sus conciudadanos fue la desmilitarización de Ucrania. Kiev tendría que desmovilizar a sus ciudadanos, reducir drásticamente el número de sus militares profesionales y destruir o devolver a los donantes el armamento que ha convertido a su Ejército en uno de los más poderosos del mundo. A cambio, quizá Rusia ofrezca renovar la promesa ya incumplida de respetar sus fronteras. Para Ucrania, sin la garantía de la OTAN —algo ya descartado por Trump, debilitando torpemente su posición negociadora— ceder en esto implicaría tropezar dos veces en la misma piedra.
La tercera promesa del dictador, importante para justificar su aventura bélica, fue la «desnazificación» de Ucrania. Traducido al castellano, la sustitución de Zelenski por otro Lukashenko, dócil al dictador del Kremlin a expensas de los intereses de su pueblo.
Todo esto, como el lector se puede imaginar, equivale a la rendición incondicional de Ucrania. Pero, a lo largo de la guerra, todavía ha surgido un objetivo adicional, mucho más difícil de aceptar para Kiev y para Occidente: el reconocimiento internacional de la «realidad sobre el terreno», un eufemismo que puede traducirse por el derecho de propiedad sobre los territorios conquistados pero con un importante matiz: solo cuentan las conquistas rusas. Ucrania debería retirarse de Kursk —lo cual es razonable— y ceder no solo el Donbás, sino las regiones de Zaporiyia y Jersón, incorporadas a la Federación Rusa sin siquiera haber logrado adueñarse de las capitales. Por si eso fuera poco, el mundo debería reconocer esas regiones como rusas —al igual que Crimea, algo que hasta ahora casi nadie ha querido hacer por ser contrario a la carta de la ONU— y levantar las sanciones a Moscú.
Ojalá me equivoque, pero no veo al dictador del Kremlin renunciando a ninguno de sus objetivos por la causa de la paz. ¿Por qué mostrarse débil si la misma guerra que ensangrienta Rusia y arruina su economía le da un mayor control sobre su propio pueblo y multiplica su poder? Creo que lo único que busca Putin en esta negociación es que un Trump hastiado de su propia impotencia ponga su atención en otros lugares del globo y abandone a Ucrania a su suerte. Quizá lo consiga. Si fuera así, solo cabe esperar que Europa esté a la altura del desafío.