El descenso a los infiernos del general Gerasimov
Nunca podremos saber si se trata de un cobarde —no debe ser fácil enfrentarse a Putin— o un malvado
Almirante (R)
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Iniciar sesiónSin despertar mucha atención de los medios occidentales, la Corte Penal Internacional acaba de emitir órdenes de arresto contra el general Valery Gerasimov, Jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, y quien fuera ministro de Defensa, Sergei Shoigu. A ambos se les persigue ... por sus responsabilidades en la prolongada campaña de bombardeos contra la infraestructura eléctrica ucraniana. A juicio del Tribunal, los ataques que comenzaron hace casi dos años están dirigidos deliberadamente contra objetivos civiles o, como mínimo, causan daños a los no combatientes desproporcionados en relación con la ventaja militar que proporcionan al agresor. Ambos supuestos son crímenes de guerra contemplados en los convenios de Ginebra y en el propio Estatuto de Roma.
Aunque el Kremlin suele culpar a Ucrania y a su artillería antiaérea cuando se desborda el número de víctimas, no tiene empacho en reconocer su responsabilidad en la campaña sistemática contra la energía. Los ataques, que comenzaron tras los éxitos ucranianos en el frente en el otoño de 2022, son demasiado frecuentes para intentar negarlos. Putin, además, es de los que suele hacer de la necesidad virtud. Al finalizar el primer año de guerra, los portavoces del Kremlin presumían a diario en la prensa rusa de que un invierno sin luz y agua corriente iba a doblegar al pueblo ucraniano.
Además de ser falso —a la vista está— aquello constituía en sí mismo un crimen de guerra. Desde la firma de los protocolos adicionales a los convenios de Ginebra, en 1977, el sufrimiento de la población civil dejó de ser el arma legítima que había sido en la Segunda Guerra Mundial. Por eso, de cara al exterior, los ataques se vienen justificando con el argumento de que la energía eléctrica también la emplea el Ejército ucraniano. Además de que no es del todo cierto —los centros militares suelen tener generadores de emergencia—el mismo criterio de «doble uso» serviría para bombardear las panaderías y hasta las clínicas de maternidad donde nacen los futuros soldados de Ucrania.
Es, por desgracia, obvio que ninguno de los dos presuntos criminales de guerra va a responder ante la Corte Penal Internacional. Sin embargo, para un militar que ha tenido cierto prestigio en el entorno internacional —todavía se discute en círculos académicos lo que algunos han llamado «doctrina Gerasimov»— esa orden de arresto supone un paso más del lento descenso a los infiernos que comenzó cuando trazó los fracasados planes de invasión. Si, cuando se calmen las aguas todavía turbulentas de la historia rusa, pasará a sus páginas como un militar incompetente, en la historia del mundo será ya para siempre un criminal.
No me da ninguna pena el general Gerasimov. Él es un profesional de la guerra, conoce los convenios de Ginebra y se sabe culpable. Nunca podremos saber si se trata de un cobarde —no debe ser fácil enfrentarse a Putin— o un malvado. Tampoco importa. Lo único que le pediría al Tribunal que me explicase es la razón por la cual el dictador ruso, hasta ahora solo perseguido por la deportación de niños ucranianos, no está incluido entre los acusados.
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