el garabato del torreón
Los perros primero
Entre las numerosas estupideces que azotan este país, no es menor la que decreta la humanización de los perros situándolos a la par de las personas e incluso dos palmos por encima
Sentiría molestar a los animalistas en general y a los cinófilos en particular, pero estoy hasta la coronilla de algunos dueños de perritos. Consiguen lo contrario de lo que se proponen. O sea, logran que muchos sintamos cada vez más tirria hacia la perrería ... universal, desde el chihuahua hasta el gran danés, desde el perro de Xaudaró al caniche que en una de sus 'Cousas da vida' Castelao retrata en brazos de su empingorotada dueña: «¡Ai, señoritos! ¿E non era mellor que tivesen un fillo?».
Entre las numerosas estupideces que azotan este país, no es menor la que decreta la humanización de los perros situándolos a la par de las personas e incluso dos palmos por encima. Es cierto que, hasta hace pocos años, en las aldeas gallegas a los perros se les trataba a pedradas. Y en las ciudades había de todo: amos cariñosos y amos bárbaros. Pero ahora hemos exagerado en el movimiento pendular: boutiques para perros, peluquerías para perros, restaurantes para perros, psicólogos para perros, restaurantes para perros, hoteles para perros, fiestas de cumpleaños para perros y mausoleos de mármol para perros (en cuestión de honras fúnebres, el Concello de Lugo es más considerado con los canes que con los muertos de la Guerra Civil). Si un bar cuelga en la puerta el cartel de 'Perros, no', que se prepare: la furia de los animalistas se ocupará de desprestigiarlo hasta que tenga que cerrar.
En esta ciudad, los gobernantes locales acuerdan la puesta en marcha de un nuevo Centro de Acollida Municipal con capacidad para 180 perros y veinte gatos. Dice la noticia que «en la zona de atención primaria», además de quirófano y consulta, habrá áreas de hospitalización, ecógrafo y salas para cachorros. En el entorno se habilitarán «zonas de paseo y ejercicio».
Tal es el mundo de imbéciles que hemos hecho entre todos. Mientras, tanto en pleno invierno, lo mismo llueva que nieve, los cajeros de los bancos y cualquier hueco a cubierto sirven de resguardo a indigentes sin más amparo que su propia miseria. Por desgracia para ellos, no son perros.