El garabato del torreón

Otra clase de inmigración

La historia de la Galicia en el siglo XX no se explica sin el fenómeno migratorio

Juan Soto

Galicia

Cuando el firmante era joven, funcionaba en España el llamado Instituto Español de Emigración. Lo recuerdo muy bien. Dependía del Ministerio de Trabajo y creo que su primer responsable fue Carlos María Rodríguez de Valcárcel, nombre que a los ribadenses les resultará familiar. Ya ... en una de sus etapas finales, el cargo fue desempeñado por nuestro viejo amigo Eduardo Ameijide Montenegro, antes gobernador civil de Navarra cuando ETA salía a asesinato por día. El IEA no tenía otro propósito que el de planificar y regular el flujo migratorio de los españoles que salían a Europa a ganarse la vida.

De aquellos años no constan delitos perpetrados por nuestros compatriotas en sus países de acogida. A Suiza, Alemania, Francia o Inglaterra llegaba –maleta de cartón y cuatro perras gordas– esta «emigración asistida» (copyright de la profesora Fernández Asperilla) con el único propósito de trabajar sin descanso y ahorrar lo que se pudiera. Cumplían la ley, se adaptaban a horarios, acataban costumbres y farfullaban un idioma desconocido. La historia de la Galicia del siglo XX no se explica sin el fenómeno migratorio.

Galicia es ahora país de recepción de inmigrantes. Y –digámoslo sin complejos ni buenismos– de inmigrantes de toda calaña: desde delincuentes puros y duros hasta honrados e infatigables trabajadores; desde quienes llegan escapando del hambre y la muerte, a quienes vienen al reclamo del «todo gratis» y la lenidad de las leyes.

El caso de Elizabeth N., una joven peruana que, junto a su familia, está siendo capaz de poner en marcha varios negocios hosteleros a base de un coraje a prueba de decepciones y una capacidad de trabajo sin límites, puede ser un modelo perfecto de la clase de inmigración que Galicia necesita. Su ejemplo ha merecido la atención de El Progreso, el diario institucional de Lugo. Y la admiración de quienes rechazamos tanto el dogma del racismo como el del buenismo. Para las gentes de mi generación, sigue plenamente vigente el viejo refrán de «por el trabajo llegan arriba los que están abajo».

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